En cuanto abandonamos la casa de los Thompson, los chicos saludaron a Matt, quien estaba recargado sobre su blanca camioneta. Última, salió la rubia y tras echarle llave a la puerta, saludó al mariscal dándole un beso en la mejilla y se integró con los demás.
Con esa peculiar sonrisa sobre sus labios, Matt sacó las manos de los bolsillos de su pantalón y se acercó a mí.
-Hola, sonrisitas -susurró, abrazándome por la cintura-. Estás hermosa -murmuró-, te extrañé. -declaró, sujetando mi rostro.
Implementando la suavidad que tanto lo caracterizaba, me besó. Sonriendo sin despegar mi boca de la suya, mordí su labio inferior y me alejé. Sus brazos me rodearon y apoyando ambas manos sobre su pecho, obtuve la mejor perspectiva para contemplar su rostro.
-A partir de ahora deberás aguantarme durante una semana, ¿crees poder soportarlo, musculitos? -bromeé.
El castaño estiró su cabeza hacia atrás y contemplando el oscuro firmamento infestado de estrellas, fingió debatirlo.
-Sí, creo que sí -comentó hincándose de hombros y arqueando su boca hacia abajo-. Si te portas bien, es un hecho.
Mordiendo mi sonrisa, puse los ojos en blanco. De sus labios escapó una risa y besó el dorso de mi mano. De camino a su vehículo, comprobé que todos esperaban por nosotros, Zac y mi hermano ya estaban montados en la colorada motocicleta; y sin importarle demorarse unos segundos más, Matt me abrió la puerta del copiloto y sin dudarlo me subí al coche. Mi chico rodeó el auto, ya arriba, aferró su izquierda al volante, encendió el motor y arrancó. Pronto el rugido de la bebé de mi mejor amigo rugió y en cuestión de segundos nos pasó.
-Como en los viejos tiempos -añoró la rubia, sobrepasando el débil volumen de la música-, los cuatro en un auto, con cervezas -levantó un par de botellas con entusiasmo-, y yendo de fiesta -entregándonos un embace a cada uno, le dio sorbo al suyo y continuó con un tono melancólico-: ¿Por qué ya no lo hacemos?
-Porque algunos ya maduramos -jugó el dueño de la camioneta, mirándola a través del espejo retrovisor.
-Porque algunos son unos aguafiestas -retrucó ella.
Sin medir la brutalidad de sus movimientos, la melliza, sentada entre su chico y John, se estiró entre los asientos delanteros, atravesando el espacio que nos dividía a mí y al castaño. Estirando su brazo, ignoró nuestras quejas y sintonizó radio por radio, toqueteando el estéreo. El ritmo del reggaetón y la voz de J. Balvin abarcaron cada rincón del vehículo, aturdiéndonos, debido a la brutal subida de volumen que mi amiga nos proporcionó.
-Has algo con tu chica, Mike -jugué y giré sobre el asiento para poder mirarlo de frente-. Es tu deber controlarla.
-Ajá, sí -escupió sarcástico, haciendo carcajear a todos menos a su cuñado-, como si eso fuera posible.
-¿Qué se supone que significa eso? -inquirió John fríamente mientras incrustaba su mirada en la de Mike, intimidándolo-. ¿Tienes algo que decir sobre mi hermana?
-N-no -tartamudeó el defensor del equipo con los nervios apoderándose de él.
-Ya, déjalo, tarado -soltó la rubia secamente, sin siquiera molestarse en verle la cara a su mellizo-. Lo vas asustar -concluyó sonriendo.
Arqueando una ceja, el rubio repasó despectivamente al pelinegro. Mike respiró profundamente e intentando ignorar al familiar de su novia, aceptó la bebida que esta la ofrecía y se dedicó a perderse en la ventanilla a su lado.
-¿Ya estás feliz? Lo espantaste -le murmuró la rubia a su hermano.
-Muy -hincándose de hombros, John empinó la botella sobre su boca.
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Siempre has sido tú
Teen FictionTres vidas se cruzan, dos de ellas arrastran un latente pasado en común, la tercera es la llave que las conecta. Un amor inquebrantable ante cualquier circunstancia. Un hombre que sabe amar, en todas sus formas. Un amigo, no tan nuevo, que vuelve...