Capítulo 33

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En cuanto abandonamos la casa de los Thompson, los chicos saludaron a Matt, quien estaba recargado sobre su blanca camioneta. Última, salió la rubia y tras echarle llave a la puerta, saludó al mariscal dándole un beso en la mejilla y se integró con los demás.

Con esa peculiar sonrisa sobre sus labios, Matt sacó las manos de los bolsillos de su pantalón y se acercó a mí.

-Hola, sonrisitas -susurró, abrazándome por la cintura-. Estás hermosa -murmuró-, te extrañé. -declaró, sujetando mi rostro.

Implementando la suavidad que tanto lo caracterizaba, me besó. Sonriendo sin despegar mi boca de la suya, mordí su labio inferior y me alejé. Sus brazos me rodearon y apoyando ambas manos sobre su pecho, obtuve la mejor perspectiva para contemplar su rostro.

-A partir de ahora deberás aguantarme durante una semana, ¿crees poder soportarlo, musculitos? -bromeé.

El castaño estiró su cabeza hacia atrás y contemplando el oscuro firmamento infestado de estrellas, fingió debatirlo.

-Sí, creo que sí -comentó hincándose de hombros y arqueando su boca hacia abajo-. Si te portas bien, es un hecho.

Mordiendo mi sonrisa, puse los ojos en blanco. De sus labios escapó una risa y besó el dorso de mi mano. De camino a su vehículo, comprobé que todos esperaban por nosotros, Zac y mi hermano ya estaban montados en la colorada motocicleta; y sin importarle demorarse unos segundos más, Matt me abrió la puerta del copiloto y sin dudarlo me subí al coche. Mi chico rodeó el auto, ya arriba, aferró su izquierda al volante, encendió el motor y arrancó. Pronto el rugido de la bebé de mi mejor amigo rugió y en cuestión de segundos nos pasó.

-Como en los viejos tiempos -añoró la rubia, sobrepasando el débil volumen de la música-, los cuatro en un auto, con cervezas -levantó un par de botellas con entusiasmo-, y yendo de fiesta -entregándonos un embace a cada uno, le dio sorbo al suyo y continuó con un tono melancólico-: ¿Por qué ya no lo hacemos?

-Porque algunos ya maduramos -jugó el dueño de la camioneta, mirándola a través del espejo retrovisor.

-Porque algunos son unos aguafiestas -retrucó ella.

Sin medir la brutalidad de sus movimientos, la melliza, sentada entre su chico y John, se estiró entre los asientos delanteros, atravesando el espacio que nos dividía a mí y al castaño. Estirando su brazo, ignoró nuestras quejas y sintonizó radio por radio, toqueteando el estéreo. El ritmo del reggaetón y la voz de J. Balvin abarcaron cada rincón del vehículo, aturdiéndonos, debido a la brutal subida de volumen que mi amiga nos proporcionó.

-Has algo con tu chica, Mike -jugué y giré sobre el asiento para poder mirarlo de frente-. Es tu deber controlarla.

-Ajá, sí -escupió sarcástico, haciendo carcajear a todos menos a su cuñado-, como si eso fuera posible.

-¿Qué se supone que significa eso? -inquirió John fríamente mientras incrustaba su mirada en la de Mike, intimidándolo-. ¿Tienes algo que decir sobre mi hermana?

-N-no -tartamudeó el defensor del equipo con los nervios apoderándose de él.

-Ya, déjalo, tarado -soltó la rubia secamente, sin siquiera molestarse en verle la cara a su mellizo-. Lo vas asustar -concluyó sonriendo.

Arqueando una ceja, el rubio repasó despectivamente al pelinegro. Mike respiró profundamente e intentando ignorar al familiar de su novia, aceptó la bebida que esta la ofrecía y se dedicó a perderse en la ventanilla a su lado.

-¿Ya estás feliz? Lo espantaste -le murmuró la rubia a su hermano.

-Muy -hincándose de hombros, John empinó la botella sobre su boca.

Siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora