Segunda semana de clases y yo, increíblemente, ya tenía novio. Algo que jamás me hubiera imaginado, si me lo hubiesen contado, seguramente, les habría dicho que dejaran las drogas, que son malas. Sin embargo, un leve presentimiento de que este iba a ser un año sería muy distinto, se acentuó en lo más profundo de mi pecho.
Cinco minutos antes que sonara mi despertador, mis ojos ya se habían abierto. Con la incertidumbre y los nervios de saber que pasaría al llegar al colegio invadiéndome, me levanté. Una sonrisa, digna de un chispazo de felicidad, se apoderó de mis labios y estaba negada a abandonarla.
—Mhm... Sin duda, no podría vivir sin tu comida, mamá— Confesé mientras mi paladar saboreaba cada minúsculo detalle del desayuno que mi madre había preparado.
—Por eso estás gorda— Se burló Nicholas, sin sacarle los ojos de encima a su plato y devorar cada cosa en él.
—Mira quien habla. Si sigues tragando así te ahogarás, cerdo. Aunque pensándolo bien, sigue así, hermanito— Arqueando una ceja, sonreí irónicamente y le di un buen mordisco a una dorada tostada.
Susana atrapó su sonrisa con los dientes y el hombre de orbes celestes, negó con la cabeza a la vez que ponía sus ojos en blanco. El mismo ritual cada día, un simple intercambio de inofensivos ataques con mi hermano y obteníamos una pizca de felicidad de las personas que más amábamos. Pensar en vivir sin esa rutina en nuestros días, era algo inimaginable.
Al pisar el instituto, busqué inmediatamente la figura de Catalina por cada rincón con la vista, pero no tuve el resultado que esperaba. Suspiré pesadamente y con mi celular en mano comencé a jugar mientras que a paso lento me dirigía a mi salón.
Una sorpresiva mano en mi hombro, me produjo un salto merecedor de un buen susto. Con el corazón exaltado, posé mis manos sobre mi pecho queriendo controlar mis latidos. Una carcajada de mi mejor amiga no tardó en invadir mis oídos.
—Nunca falla— Soltó secándose las lágrimas.
—Un día voy a reaccionar violentamente y te va a doler— Recuperando la compostura, retomé mi juego.
—Lo que digas— Riendo, se cruzó de brazos y posó todo su peso sobre su pierna derecha —Aunque sabemos que tú no matas ni a una mosca, petisa— Volvió a mofarse, pero esta vez reí con ella.
—No me tientes.
—Oye ¿Recuerdas cuándo tendremos el examen de química? Perdí la hoja donde lo había anotado.
—¿En serio? ¿Tan pronto comenzaste a perder las cosas? Hace una semana que empezamos las clases— Riendo, desvié mi visión de la pantalla para centrarla en la rubia —Es la semana que viene.
—Acabo de recordar que tú tienes algo muy importante que contarme— Exigió sonriendo y elevando una ceja.
Por alguna razón, mis retinas se fijaron detrás de ella, más precisamente sobre el chico de pelo negro que me había ayudado en las escaleras el primer día de clases. Caminaba junto a Denise, una compañera nuestra, y como si mi mirada pesara, sus pupilas se clavaron en las mías, un escalofrío me recorrió y luego de guiñarme uno de sus peculiares iris amarillos, volteó para seguir su camino.
—¡Eh!— Unos chasquidos producidos por los dedos Catalina, me trajeron de vuelta a la realidad —Tierra llamando a Natalia.
Golpeé sin fuerza su mano para apartarla de mi rostro y guardando mi móvil dentro de la seguridad de mis bolsillos, comencé a caminar.
—Después te cuento— Me propuse generar suspenso, sabiendo cuanto lo odiaba.
Las primeras horas de clase se me hicieron terriblemente eternas. Detestaba tener matemáticas a primera hora, mi cerebro todavía no funcionaba como la asignatura lo requería, por lo que me la pasé bostezando el setenta por ciento de la clase. Aunque aprobaba todas y cada una de mis materias, me costaba mucho concentrarme y con Cata sentada a mí lado, dibujando y balbuceando incoherencias, era mucho peor, pero por lo menos me divertía.
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Siempre has sido tú
Teen FictionTres vidas se cruzan, dos de ellas arrastran un latente pasado en común, la tercera es la llave que las conecta. Un amor inquebrantable ante cualquier circunstancia. Un hombre que sabe amar, en todas sus formas. Un amigo, no tan nuevo, que vuelve...