Bajando las escaleras internas del instituto y dirigiéndome a mi tan esperada comida, la cual aguardaba mi llegada en la cafetería, escuché a alguien maldiciendo y golpeando la pared. Era un chico, si mi sentido de auditivo no fallaba. Con la curiosidad apoderándose de mis actos, me asomé hacia el desierto corredor por donde provenía aquella voz.
—¿Zac?— Susurré para mí misma, al creer reconocer al dueño de la voz que me llamaba.
Efectivamente, era el peli-negro con ojos amarillos. Tenía su brazo izquierdo apoyado en la fría pintura de la pared y su cabeza estaba recargada sobre él. Frunciendo el ceño, lo estudié mejor y deslumbré a su mano derecha cerrada en un puño. A pesar de la poca distancia, podía notar lo pálido de sus dedos por la fuerza infligida y unas cuantas gotas de sangre brotar de sus nudillos. Con los que, convirtiéndome en espectadora, lo vi golpear brutalmente aquella pared, manchándola de su rojizo fluido.
Respiré profundo y di un paso hacia él, pero me escuchó. Volteó la cabeza hacia mí y vi que sus iris estaban apagados con la ira saturándolos, sus pupilas contraídas y sus escleróticas estaban colmadas de un tono rojizo. Seguro ardían ante las lágrimas que se contenía por no dejar salir.
—Vete, por favor— Escupió en un tono áspero y roto.
—¿Estás bien, Zac? ¿Puedo ayudarte en algo?
No me gustaba ver mal a las personas y si podía brindarles mi ayuda no iba a negarme. Además, ver a los chicos llorar me producía una enorme tristeza, más si era por amor, como suponía con el oji-amarillo.
—Estoy bien, gracias. Ahora, largo— Mintió descaradamente, filtrando la tristeza en su tono de voz.
—Solo quiero ayudarte— Di otro paso adelante, quería que pudiera confiar en mí —Tranquilo.
—¡Me ayudaras más cuando te vayas!— Su cabeza volvió a su posición inicial.
No me molestó su tono, sabía que estaba sofocado por sus sentimientos. Medité si dejarlo solo como me pedía o no. Sabía que su ira provenía de una gran tristeza y abandonar a alguien triste nunca es la mejor opción, apoyarlos es extremadamente necesario. Pero no lo conocía y di por sentado que no era su persona favorita para hablar sobre sus problemas personales, y lo entendía.
Girando sobre mis talones, me alejé y retomé mi camino hacia la cafetería. No podía dejar de preguntarme que lo había puesto así, que fue tan doloroso.
Con la bandeja en mis manos, me senté en la mesa de siempre, con Catalina como única compañera. Mi hermano seguía molesto conmigo, por lo que se sentó con sus amigos y John nos dio un tiempo a solas, además de prometerme que calmaría a Nick.
—Estúpido Nick, me hace sentir mal— Moví la comida de un lado al otro del plato con el tenedor, molesta.
—Eres su hermanita y nunca tuviste novio, es el primer chico que ve a tu lado. Aparte, jamás presenció que un adonis, como Matt, te hable así enfrente de él. Su orgullo masculino debe estar lastimado— Riendo, le dio un sorbo a su botella de agua.
—Yo soy la mayor— Me quejé metiéndome el tenedor con arroz a la boca.
—Ojalá John volviera a ser así— Con una sonrisa melancólica, tapó la botella.
Su hermano siempre fue muy celoso con ella, sabía lo hermosa que era su melliza y las intenciones de los hombres para con ella. Sin embargo, después de la tragedia de su padre, él se alejó mucho de todos. Se volvió alguien frío y carente de humor con los que no eran de su círculo íntimo. Aunque tenía sus momentos, no tanto como antes, pero seguía jugando con ella, haciéndola sonreír, y muy de vez en cuando, la celaba si realmente lo creía necesario.
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Siempre has sido tú
Teen FictionTres vidas se cruzan, dos de ellas arrastran un latente pasado en común, la tercera es la llave que las conecta. Un amor inquebrantable ante cualquier circunstancia. Un hombre que sabe amar, en todas sus formas. Un amigo, no tan nuevo, que vuelve...