Capítulo 41

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–Natalia... ¡Ey!... ¡Natalia, con un demonio, despierta ya!– Con pesadez abrí mis ojos acostumbrándolos a la brillante luz que colmaba la habitación. Ya era de día.

Con mi vista aún borrosa descubrí una figura delante de mí –¿Qué hora es?– Interrogué refregando mis ojos. Llevé una de mis manos hasta mi boca y oculté tras ella un bostezo.

–Las siete de la mañana, levántate ya, morsa– Fruncí mi ceño y miré a mi hermano con mala cara, pero este reía –Ya llegó Matt.

Parpadeé repetidas veces con la intensión de despertarme por completo, enderecé mi cuerpo sobre el incómodo y pequeño sofá que, por lo que ya podía comenzar a sentir, me había generado un buen dolor de espalda. Busqué por la habitación su silueta pero no estaba –¿Y dónde está?– Arqueé una ceja y miré a mi hermano.

–Fue a comprar los cafés. Llegó hace media hora, desde entonces que he estado tratando de despertarte, esperó veinte minutos a que te levantaras y como no logré hacerte volver de tu mundo de sueños, salió– Miró su celular confirmando los minutos que habían pasado –No debe tardar.

Asentí y me dirigí al baño de la habitación, no sin antes mirar a mi abuelo, seguía dormido. Salí del tocador con una toalla en mis manos, la cual pasaba por mi rostro para secar el rastro de la fría agua con la que lo había empapado –¿Cómo está el abuelo?

–Bien, han venido a las seis a comprobar los aparatos y a cambiarle el suero. Dijeron que seguía estable.

Me acerqué a la camilla y tomé su mano –Saldrás de esta– Susurré junto a su oído y besé su frente. Nick apoyó su mano en mi hombro reconfortándome.

Unos golpes en la puerta nos hicieron sobresaltar –Adelante– Soltó mi compañero de guardia.

Haciéndole caso a sus palabras, la puerta de la habitación comenzó abrirse de manera lenta –Permiso– Con el simple hecho de oír su voz me hizo sonreír –Buen día, sonrisitas– Me saludó con su perfecta sonrisa, pasé un mechón de pelo tras mi oreja y me acerqué a él.

Gracias a Matt ya teníamos el desayuno, un café con leche para mí, uno solo y fuerte para él, y una chocolatada para mi hermano. Juntamos los dos sillones que había en la sala y Nicholas le ofreció asiento a mi novio con la excusa de que ya había estado mucho tiempo sentado en él y que comenzaba a odiarlo por el dolor que le había causado en su espalda. Malditos sillones, eran terriblemente incómodos.

Poco después del desayuno mis dos chicos más importantes comenzaron una charla sobre la final del campeonato, ya solo quedaba una semana para prepararse. La semana que viene las clases retomarían su curso y la próxima ellos jugarían. En ese último partido irían delegados de distintas universidades para regalarles una beca y una vacante a los alumnos que se destacasen. Matt siendo el mariscal de campo tenía más en juego, habría muchos ojos puestos en él.

De pronto, mientras observaba a los muchachos hablar, un ruido proveniente de los aparatos que tenía mi abuelo conectado a su cuerpo comenzó a transformarse en un chillido. Me levanté rápidamente y giré a verlo, su pecho se movía bruscamente. Volteé para hablar con Nick –¡Ve por ayuda!– Grité pero mi hermano estaba tieso en su lugar, pálido, y sus ojos tomaban un tono cristalino. Miré a Matt y asintió, en cuestión de segundos salió disparado del cuarto. Tomé la mano temblante de mi ancestro, mis lágrimas caían sobre la unión de estas –Por favor– Dije entre sollozos. Mi llanto aumentaba tanto en cantidad como en velocidad.

No más de cinco minutos después Matt había vuelto con una enfermera y un doctor. El profesional señaló las maquinas a la mujer y esta, pronto me corrió obligándome a soltar a mi abuelo, aquel acto estrujó mi corazón, no quería separarme de él. Mientras que el hombre con bata apoyaba un estetoscopio sobre el pecho de mi ser querido, la señora tocaba los botones de los aparatos apagando el chillido. Pronto el único ruido de la sala era los latidos de mi antecesor, los cuales cada vez se oían más entrecortados. Sin dejar de llorar mis ojos viajaban de un profesional al otro, esperando que me dijesen algo, una respuesta, un "todo va a estar bien". El médico bajó su artefacto y tomó las pulsaciones del internado y le susurró algo a su compañera, ella asintió y toco un botón solitario que descansaba sobre la cabecera de la camilla. Todo parecía ir en cámara lenta, hasta que un nuevo ruido destruyó mi mundo. Un pitido, sin interrupciones, sin fin.

Siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora