Capítulo 35

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Ligado al ocaso que se avecinaba, nuestro viaje por fin concluía. Posterior a unas cuatro horas sin interrupción sobre el coche, donde la música y las risas colmaban el espacio; la carretera, luego de un desvío hacia la derecha, por fin desaparecía para darle lugar a un sendero entre la nieve, el cual ahora nos guiaba.

Unos quince minutos después, la moto de Zac se detuvo frente a una hermosa y, como todo lo que mi novio poseía, con mucha clase cabaña. El pelinegro junto con el rubio esperaron a que Matt los rebasara. Sacando el auto del camino, lo subió a la vereda y estacionó debajo de un techo de madera, especialmente construido para resguardar los vehículos de las nevadas. En cuanto el mariscal apagó el motor, Zac lo imitó y dejó su motocicleta a un lado de la camioneta.

—Te sacaste la lotería... y completa, perra —soltó la rubia entre risas mientras me daba un sutil codazo y contemplaba la hogareña vivienda—. Sería hermoso vivir acá —suspiró sumergiéndose en las imágenes que su mente creaba sobre una vida alternativa.

Sonreí al verla perdida en sus pensamientos y me deleité con el hermoso contraste que los troncos sobresalientes de las paredes creaban con el blanco paisaje que los rodeaba. Un denso, cálido y húmedo halo se incrustó en mi cuello, arrebatándome una sonrisa al ya saber de qué se trataba.

—¿Te gusta? —susurró el castaño en tanto sus brazos rodeaban mi cintura y los chicos bajaban sus cosas del sobrecargado baúl.

—Me encanta... aunque en el verano debe ser un poco calurosa —comenté haciéndonos reír.

Él asintió dándome la razón y besó suavemente mi sien izquierda para después sonreír de lado.

—Un día, en el futuro, te prometo que volveremos.

—¿Solos?

Frunciendo sus labios, meditó su respuesta y enderezó su espalda.

—Es una cabaña familiar, sonrisitas —aclaró, penetrando mis iris con los suyos y ensanchando su sonrisa.

—¿Y? —resoplé sin entenderlo y arqueando una ceja, estudié su mirada en busca de otra respuesta.

—Luego te digo —rodando sus ojos, besó mi cabello y se alejó de mí—. Entremos que hace frío —elevó la voz para que los demás lo escuchasen.

Una vez dentro, Matt no tardó en prender las luces del recibidor y soltar las cosas que traía consigo, depositándolas en el frío suelo constituido por blanquecinas baldosas. Sin perder más tiempo, se alejó de nosotros y a paso rápido, caminó hasta el centro de la habitación. Tanteando las paredes en la profunda oscuridad que acechaba el lugar, les dio vida a las bombillas, alumbrando el acogedor sitio.

Ahora sí el interior se veía con claridad y realmente su fachada me dio una buena sorpresa. Contrariamente al hogar que los Bolton poseían en la ciudad, esta vivienda parecía ser más familiar, más íntima y sin tantos lujos destacando; si bien, al igual que la otra, esta también poseía una decoración moderna, tenía cosas distintivas: un amplio sofá, una televisión con más de 40 pulgadas y una chimenea, los que eran acorralados por grandes ventanales en vez de pared, los cuales otorgaban una preciosa vista del invernal paisaje en el que nos encontrábamos.

En resumidas palabras, se veía completamente agradable, cómodo y hospitalario.

Zac y Mike se acercaron automáticamente al dueño de casa, sin darle mucha importancia a la fachada, seguramente ya estaban familiarizados con el lugar. Sin querer quedarnos atrás, fuimos a su encuentro. Antes de llegar a ellos, a mí derecha descansaba una escalera entre dos paredes y a espaldas de los chicos, en la misma dirección, se encontraba un ancho pasillo con todo su lateral izquierdo plagado de ventanales.

Siempre has sido túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora