Comenzó a dar toques al balón de fútbol, absorta al resto de sus compañeras y centrándose en superar el número que consiguió hacer hacía unos días. Llevaba una camiseta estrecha blanca del equipo del que formaba parte y unos pantalones cortos negros. No era la típica que se ponía las medias hasta la rodilla, de hecho, normalmente no pasaban ni la mitad de un cuarto de su pierna. El balón subía y bajaba en el aire de manera bastante rápida y hábil, haciendo que la sonrisa de la pelinegra aumentara en cuestión de segundos. Pero algo se la borró, y no fue otra que su amiga y compañera de equipo.
Le arrebató el balón aprovechando que estaba en el aire dando una patada, acabando este en el fondo de la red. Martina era una de sus mejores amigas desde que tenía conciencia, pero en aquellos momentos la odiaba por fastidiarle su nuevo récord. Tenía una sonrisa de autosuficiencia, como si realmente lo que había hecho estuviera bien. La miró durante unos segundos, fijándose en que su cabello rizado y rebelde estaba atado en una coleta alta, tenía un bronceado de piel durante todo el año que daba envidia y su dentadura era perfectamente blanca. Sus ojos conectaron, la de rizos fijándose en que los ojos grises de su amiga que hoy parecían tener un brillo especial, y la pelinegra queriendo odiar aquellos ojos color café.
-Si no fuera porque eres mi amiga te mataría ahora mismo. -bromeó, escuchando la risa de su amiga.
-Pero qué agresiva, Sofi. -pasó un brazo por sus hombros, caminando hacia donde se encontraban todas las demás. -¿Vienes a la fiesta que da María?
-Tengo que trabajar, lo sabes. -torció el gesto al escucharla, como inconforme con la respuesta. -Además, no me apetece ir con críos que no pasan de los dieciséis y con las hormonas revolucionadas.
-Lo dices como si tuvieras ochenta años, y sólo tienes diecinueve. -se colocaron junto a sus compañeras, que comenzaron el calentamiento previo al entrenamiento. -Además, tú también tienes ganas de follar, cualquiera tiene ganas.
-Es diferente, yo no voy babeando porque el chico que me gusta me habla. -miró a su amiga con una sonrisa, mientras se agachaba para poder tocar la punta de los pies con sus dedos. -Lo siento pero no voy a ir a una fiesta para tener que levantarme a las nueve de la mañana y morirme en el intento.
-Aburrida. -murmuró entre dientes.
La pelinegra frunció el ceño al escucharla, rodando los ojos seguidamente. Su amiga siempre insistía en querer ir junto a ella a alguna de sus fiestas, pero ni por tiempo ni por ganas podía porque no era una chica normal. Tampoco es que tuviese nada extraño, simplemente tenía que encargarse de su vida por sí misma porque no tenía el apoyo de sus padres como las demás. No era porque sus padres no quisieran, sino porque no podían.
Habían fallecido en un accidente de tráfico hacía dieciséis años, cuando Sofía era tan sólo una niña que necesitaba cariño. Su vida se había basado en vivir en un centro de menores en el que las visitas se sucedían diariamente, con el tiempo entendió que era una especie de entrevista para poder adoptarla, pero al parecer jamás le gustó a nadie porque estuvo toda su vida en el centro. No tenía a nadie, la única persona que se preocupaba por su estado de ánimo era la señora Pérez.
La conoció cuando tenía cinco años y decidió que la mejor idea era fugarse del centro, en aquella fuga encontró una pequeña pastelería en la cual entró por el maravilloso olor a magdalenas recién horneadas. Y no se equivocó, porque aquella mujer hacía los mejores postres del mundo, al principio estaba contrariada al ver a una niña tan pequeña sola por aquel lugar, pero con un par de preguntas consiguió sacarle información y devolverla al centro de menores en el que estaban realmente preocupados.
No la volvió a ver hasta los dieciséis años, que los del centro de menores la dejaban salir con sus amigos a ciertas horas del día, así que aprovechando aquello le dijo a Martina que se acercaran para probar los mejores postres del mundo. Para su sorpresa, la señora Pérez seguía acordándose de la pelinegra, aunque fue por unas palabras que repitió aquel día como cuando era una niña. Realmente se sorprendió y le ilusionó el saber que la recordaba, pues no se esperaba aquello.
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Quizás
RomanceElla era poesía desde las infinitas pestañas hasta las caderas. Era el punto tangente sobre el que se sostenía el mundo y aguantaba la pesada carga de la vida con una sola de sus sonrisas. Se había vuelto pintora y poeta sólo por tener a la musa exa...