Capítulo 20

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Escuchó movimiento alrededor y aunque tenía los ojos todavía cerrados agudizó el oído para escuchar quién era. Sintió cómo el colchón se hundía y ahora sí que los abrió, para encontrarse el rostro de su perro, su aliento llegando hasta lo más profundo de su tabique nasal, haciéndole arrugar esta. Acarició el pelaje de Chico, soltando una risa al sentir cómo frotaba su cabeza contra su cuerpo para que lo sacara a la calle. Alzó la vista para encontrarse de lleno con su profesora de historia portando un vaso lleno de agua con algunas burbujas. Lo que más le llamó la atención fue su vestimenta, llevaba una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos ajustados deportivos. Su cuerpo era una obra de arte.

-Buenos días. -comentó en un tono alegre, dejando el vaso en la mesita de noche. -¿Cómo va esa resaca?

-No me duele la cabeza, pero tengo mal cuerpo. -se sentó en la cama, apoyando la espalda en el cabecero. -¿qué hora es?

-Las diez y media. -dijo, revisando el móvil. -Tómate eso para que se te quite el mal cuerpo.

-¿Dónde vas? -preguntó, tomándose toda la cantidad de dentro, poniendo una mueca de asco y escuchando la risa de Camila.

-Voy a correr un rato por el parque. -cogió el vaso, observando cómo la pelinegra se levantaba de la cama.

-¿Puedo ir contigo? -se atrevió a preguntar en un acto de valentía. -Si no es molestia, claro.

-¡Claro que no es molestia! -le regaló una sonrisa. -Así me das caña, porque yo me canso a los diez minutos y paro.

-¿me visto y nos vamos? -se levantó de la cama, frotándose uno de los ojos.

-Claro.

Tras eso, salió de la habitación junto al perro dejándole intimidad a la pelinegra. Cuando anoche Sofía le dijo aquello se quedó completamente dormida, pero ella no pudo pegar ojo por estar pensando en sus palabras. Nunca se imaginó que tenía aquel punto de vista, jamás se planteó que una persona pudiese leerla entre líneas. Debe de ser muy cansado estar preocupándote de todo el mundo y que nadie se preocupe de ti. Que tú te des cuenta de que todo el mundo está mal y necesitan ayuda pero nadie se dé cuenta de que tú no estás bien. Aquello había conseguido que se desarmara por completo, era cierto, llevaba siendo infeliz unos meses atrás. Toda la noche pensó en si lo correcto era decirle a Sofía cómo se sentía y en cómo de roto estaba su corazón. Pero era sólo una niña de diecinueve años y no quería cargarle más preocupaciones, lo normal a su edad era vivir.

Pero aún le desarmó más cuando le dijo que no se marchara de su vida, ¿cuánta soledad habitaría en su cuerpo para decir aquello? No sabía si estaba en lo correcto al marcharse, pero tampoco era ético quedarse. No entendía qué le estaba ocurriendo con su alumna, pero sólo tenía ganas de quedarse abrazada a ella en la cama mientras le contaba historias. Le hacía sentirse querida, sentirse importante en lo que hablaba y conseguía que se viese atractiva por la forma en la que su mirada grisácea pasaba por su cuerpo. No era de una manera obscena, más bien era admirando cada parte de este.

Escuchó un ruido a su espalda mientras echaba lo último que quedaba del líquido que acababa de batir en dos vasos y se giró, no pudiendo evitar regalarle una sonrisa a la pelinegra que se hacía una coleta alta. Llevaba una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos deportivos pegados al cuerpo. Su mirada recorrió sin pudor alguno sus piernas, que estaban tonificadas y se marcaba cada músculo cada vez que las tensaba. Cogió ambos vasos y le tendió uno a ella.

-Gracias. -movió el vaso en círculos, inspeccionando lo que había dentro. -¿Qué es?

-Batido de plátano y fresas. -comentó, bebiendo de un trago más de la mitad del recipiente y manchándose el labio superior. -Está riquísimo y te va a ayudar a encontrarte mejor.

QuizásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora