Capítulo 21

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Camila pudo conocer aquel día a la señora Pérez, concordando en todo lo que la pelinegra le había contado antes sobre ella. Era una persona maravillosa y con un corazón puro, era la típica persona que daba todo lo que tenía sin esperar nada a cambio, y aquello le recordó a Sofía. Era una completa copia mejorada de aquella señora. Aunque tenía la pastelería llena, se había tomado unos minutos de su tiempo en charlar con la profesora para conocerla. Decidieron que sería buena idea volver a casa, así que volvieron andando tranquilamente mientras se comían cada una su respectivo dulce.

Durante el trayecto comprendió que la conexión que tenía con su alumna iba más allá de un físico, podía notar cómo la tocaba por dentro, cómo llegaba hasta su alma y conseguía ver en sus ojos los verdaderos sentimientos. ¿No era así como se sentía con Carlos? Definitivamente sí. Pero aquello no debía ocurrir, no debían tener esa química fuera de lo profesional porque era un peligro. La poca cordura que le quedaba le decía a gritos que no hiciera nada, que se marchara aquella misma mañana con alguna excusa.

Pero su locura le decía que se quedara allí, que disfrutara del tiempo con Sofía y conociera hasta su más íntimo detalle. En toda la semana que llevaba junto a ella, había llorado tres veces contadas y dos de ellas en la oscuridad de su cuarto. Estar conviviendo con su alumna le ayudaba a ser fuerte, a mostrar una cara de tipa dura a la que no le afecta nada, pero sabía que estaba conteniendo todas las lágrimas que algún día tendría que soltar. No quería mirar mucho a los ojos de la pelinegra, porque se dio cuenta de que se parecían a los de un lince, su animal favorito.

Quizás se había convertido en su persona favorita en el mundo. Sí, del mundo, eso abarca demasiados países, pero tenía claro que era así. Se estaba comenzando a asustar por la manera en la que se sentía cuando sonreía, su felicidad era contagiable y una sola de sus sonrisas hacía que su día mejorara. La había abrazado pocas veces, pero también estaba asustada por la forma en la que su cuerpo reaccionaba ante su tacto, por la forma en la que sus cuerpos encajaban a la perfección y sin embargo lo negativo que aquello era para su ética moral.

Al llegar a casa, ambas se dieron una larga ducha fría para quitar todo rastro de sudor en sus pieles. La primera en hacerlo fue la pelinegra, que se encontraba tumbada en el sofá mirando al techo. Estaba pensando en qué hacer ahora, era demasiado temprano para comenzar a cocinar pero demasiado tarde como para ver una película. Quería hacer algo que les gustara a ambas para así poder comentarlo con normalidad, pero su cabeza parecía estar en otra parte. No quería simplemente ponerse a estudiar mientras su profesora corregía exámenes como toda la semana.

Miró hacia su izquierda, justo donde se encontraba la play station 2. Era bastante antigua, de hecho, la compró de segunda mano por veinte euros y tenía dos juegos. Se levantó del sofá, cogiendo ambas carátulas y dejándolas en la mesa pequeña del salón. Escuchó cómo Camila salía del baño y alzó la vista, sonriendo ampliamente al ver que iba con un chándal prestado. Definitivamente tenía que dejarle su ropa más a menudo, porque su cuerpo estaba tonificado sin llegar a ocupar todo el pantalón, solían quedarles bastante holgados. Pero con la latina era diferente, sólo su trasero hacía que la tela le apretase y sus muslos igual.

-¿Qué prefieres, Fifa 2007 o Grand theft auto San Andreas? -preguntó con una ceja alzada y cada carátula en una mano.

-¿qué es Grand theft auto? -se sentó a su lado, cruzando las piernas como un indio.

-Es básicamente un juego en el que tienes que matar gente. -comentó, comenzando a poner el disco en la máquina.

-Un juego muy educativo. -bromeó, ganándose una carcajada por parte de su alumna. -¿A ti te gusta todo lo viejo?

QuizásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora