Había entrado en la fase del sueño profundo, así que escuchaba su teléfono como si estuviera sumergido en el agua, pero lo tenía justo al lado, en su mesita de noche. Eran las tres de la mañana, y a las nueve entraba a trabajar a la pastelería. Cuando a la quinta llamada comenzó a darse cuenta de que era su teléfono lo que sonaba, estiró su brazo con los ojos cerrados y un gruñido. Ni siquiera miró de quien se trataba, deslizó su dedo para aceptar la llamada y se lo colocó en el oído aún sin abrir los ojos.
-¿Qué? -preguntó con la voz ronca, carraspeando.
-¡Oh, amiga mía por fin lo coges! -gritó Martina por la otra línea, haciendo fruncir el ceño a la pelinegra. -¿Me quieres?
-¿Me estás llamando a las.. -miró la pantalla del móvil, deslumbrándose un poco. -tres de la mañana para preguntarme si te quiero?
-Calla y responde. -habló de manera firme, sentándose en el bordillo de la acera.
-O me callo o respondo, pero las dos cosas no son compatibles. -escuchó un suspiro de su amiga. -¿Para que me has llamado?
-Me he quedado lo que viene siendo.. mmh. -carraspeó, intentando buscar las palabras correctas.
-¿¡embarazada!? ¡Joder, Martina, te dije que con protección! -gritó, sentándose con las piernas cruzadas en la cama.
-¡No, por supuesto que no! -aclaró, pasándose la mano por la frente. -Me han dejado tirada en la fiesta y no tengo cómo volver.
-Estoy allí en diez minutos.
Finalizó la llamada y saltó de la cama dando un suspiro, odiaba las fiestas y lo que estas traían, había perdido la cuenta de las veces que Martina se había quedado tirada en alguna y por eso mismo las odiaba, acababas borracha y sola. Se puso una sudadera ancha junto con unos cómodos pantalones de chándal y, cogió otra de sus sudaderas porque sabía que su amiga seguramente llevaría un corto vestido y estaría pasando frío.
Buscó sus zapatillas por el cuchitril que tenía por casa, hasta que las vio debajo del sofá, comenzó a atarse los cordones mientras sentía como su perro; un pastor alemán que encontró en la calle, se acercaba lentamente hacia ella. Se subió al sofá, poniendo una de sus patas en el muslo de Sofía, que comenzó a acariciarle la cabeza con cariño mientras sentía la lengua del animal pasar por su mejilla.
-Si, chico, me tengo que ir.. -murmuró, sintiendo como con sus uñas rascaba el pantalón. -pero voy a volver.
Dejó un beso en su cabellera y se levantó del sofá, cogió las llaves y el móvil, guardándose este último en el bolsillo de su sudadera. La noche estaba fría, la luna brillaba por encima de las cabezas y las estrellas la acompañan. Dio un largo suspiro al pensar en que mañana tendría que madrugar y estaba yendo a recoger a su amiga que parecía una completa irresponsable. Se subió al coche, poniendo la antigua radio y sonrió al escuchar una de sus canciones favoritas.
El trayecto se le hizo más corto de lo esperado, pero cuando llegó a esa casa no había ni rastro de su amiga en el jardín, así que decidió adentrarse a esta, escuchando la música alta consiguiendo que retumbara en sus oídos, la peste a alcohol y sudor no ayudaban a sus ganas de vomitar. Había gente por todos lados, bailando, enrrollándose entre sí o simplemente sentados bebiendo algo de alcohol. Arrugó la nariz, observando hacia todas partes para encontrar a su amiga.
Julia observaba con una sonrisa como la pelinegra miraba todo desconcertada, así que caminó hasta ella. Esa valentía repentina se debía a las copas de más que había estado tomando en las últimas horas.
-¡Hola! -gritó con una sonrisa, llamando su atención. -¿Qué haces aquí, no ibas a venir, o es que me has mentido? Si me hubieras mentido te mataría.
ESTÁS LEYENDO
Quizás
RomanceElla era poesía desde las infinitas pestañas hasta las caderas. Era el punto tangente sobre el que se sostenía el mundo y aguantaba la pesada carga de la vida con una sola de sus sonrisas. Se había vuelto pintora y poeta sólo por tener a la musa exa...