Cuando llegó a casa soltó un largo suspiro, siendo recibida por su perro como usualmente hacía. Se quitó las zapatillas dejándolas en la entrada porque no quería mojar el cuchitril que tenía por casa. Llevaba un tiempo en el que no paraba de llover, y aquello le ponía de mal humor. Su época favorita del año era sin duda el verano, porque a parte de poder descansar, soportaba mejor el calor. Colocó la mochila tirada en la entrada y se dirigió hacia su cocina, dispuesta a cocinar algo.
Se dio cuenta de que iba a necesitar recogerse el pelo, así que caminó hasta el baño siendo perseguida por su perro, que movía la cola bastante feliz porque hubiera llegado su dueña. Mirándose al espejo se hizo una coleta algo desordenada para poder estar más cómoda. Antes de dirigirse a la cocina de nuevo se sacó el móvil del bolsillo, metiéndose en el chat de su profesora de historia. Miró su foto de perfil, era ella con unas gafas de sol y con un paisaje precioso tras ella, sonreía abiertamente mostrando sus dientes perfectamente colocados y blancos, lo que consiguió que el estómago de la pelinegra se revolviera. Por curiosidad miró su estado, pero sólo tenía un corazón azul.
Con una valentía sobrenatural le envió la ubicación que le había pedido por la mañana y su corazón se aceleró por momentos al ver que estaba en línea. Se sentía como una adolescente enamorada esperando el mensaje del chico que le gustaba, pero estaba lejos de ser aquello. Se miró de nuevo al espejo con el móvil entre las manos y se humedeció los labios intentando así, quizás, que el nerviosismo que sentía descendiera.
"Muchas gracias!! Me pasaré el fin de semana sin falta"
Ese fue el mensaje que recibió por parte de su profesora, quería gritar internamente por todo lo que estaba sintiendo. Era un mensaje simple, conciso y sin segundas intenciones, pero con eso era la persona más feliz en la faz de la tierra. Escuchó la puerta de su casa abrirse, y no se asustó porque aquella llave sólo la tenía la señora Pérez. Salió del baño, encontrándose con una escena bastante tierna; chico estaba saludando a su invitada y ella reía a carcajadas, porque hacía bastante tiempo que no se veían.
-Hola. -saludó tímidamente la pelinegra, acercándose hasta la señora Pérez.
Se fundieron en un abrazo que ambas necesitaban y sonrieron a la vez. A Sofía le encantaba el olor a fresas que siempre desprendía su persona favorita en el mundo, al igual que sus abrazos, eran los más cálidos que jamás había recibido. La gente no valora lo que un abrazo conlleva, es como si dos cuerpos se fundieran y fueran capaces de ser uno solo. Un abrazo puede sanar un corazón, puede reconstruirlo e incluso llevarse un pedazo de él. La señora Pérez lograba que el corazón de Sofía sanara, lograba que se calmara y respirara con regularidad.
-Te he traído esto.. -murmuró, sacando una fiambrera de una bolsa blanca. -es pollo al curry, para que comas bien.
-No hacía falta, iba a cocinar algo ahora.. -susurró, abriendo la tapa y oliendo la comida.
-Cocinar no es calentar una pizza de hace dos días, cariño. -se burló, ganándose una risa de parte de la pelinegra.
-Iba a hacerme macarrones, pero prefiero tu comida. -caminaron hasta el sofá, sentándose con delicadeza y dejando la fiambrera en la mesa. -¿Qué ha pasado?
-Nada, sólo quería saber cómo te encontrabas y si limpiabas la casa, pero veo que sigues igual. -bromeó de nuevo, viendo el pequeño rubor instalado en sus mejillas. -¿Cómo va el instituto?
-Bien, hoy tengo clases particulares con la profesora de historia. -pinchó con el tenedor la comida, llevándoselo a la boca. -Me ha dicho que no quiere que eche el curso a perder y que me ayudaría.
-Eso es maravilloso. -asintió, con las mejillas abultadas de comida. -¿Y los entrenamientos?
-Cada vez son más estrictos, señora, ahora nos hacen controles de peso diariamente. -abrió los ojos con sorpresa, limpiando la comisura de los labios de la pelinegra. -Y ahora todas las semanas nos hacen exámenes prácticos para ver cuánto podríamos aguantar en un partido, pero estoy contenta.
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Quizás
RomanceElla era poesía desde las infinitas pestañas hasta las caderas. Era el punto tangente sobre el que se sostenía el mundo y aguantaba la pesada carga de la vida con una sola de sus sonrisas. Se había vuelto pintora y poeta sólo por tener a la musa exa...