Cuando consiguió llegar a la pastelería de la señora Pérez dio un suspiro de cansancio y se colocó la mochila correctamente, abrió la puerta encontrándose de lleno con el bullicio de la gente. Chocó sin querer con un hombre que rondaba sobre los treinta y murmuró en disculpa. Tenía la cabeza en otra cosa, la tenía en lo que hacía unas horas atrás le había dicho Alba. Necesitaba canalizar el sentimiento de tristeza en algo, así que decidió que escribiría una carta a Camila pero sin llegar a entregársela, simplemente poder plasmar todos sus sentimientos en papel y que salieran de dentro, que pudiera respirar al menos algo más tranquila.
Sonrió dulcemente a la señora Pérez mientras pasaba detrás del mostrador y dejaba un rápido beso en su mejilla. Principalmente iba allí para hablarle sobre el viaje de fin de curso y aquellas pequeñas cosas de las que se encargaba por sentirse como si fuera su madre. Ni siquiera pudieron hablar de trivialidades, sólo estuvieron atendiendo a los clientes y haciendo los pedidos para el próximo día. Se hizo una coleta alta, intentando así que el calor desapareciera, pero eso sólo hizo que sus pequeñas gotas de sudor fueran visibles en la nuca.
A las ocho y media de la tarde, Carmen le pidió que cerrase la puerta de entrada. El cielo era de un color anaranjado que le hizo permanecer ahí durante unos segundos más. Cuando giró sobre sus talones, vio como ya se estaba encargando de hacer la caja para ver las recaudaciones de hoy. Mientras, se dedicó a limpiar las mesas para que mañana el trabajo de la señora Pérez fuera nulo. Sabía lo que era tener que estar pendiente a más de tres cosas a la vez y no lo recomendaba, porque aquello sólo lograba estresar hasta al más tranquilo. Caminó hasta Carmen, dejando un suave apretón en su hombro y regalándole una sonrisa.
-Buen trabajo. -informó, haciendo que chocaran las manos. -Ahí tienes una toalla para secarte el sudor.
-Gracias. -murmuró, poniéndosela al cuello. -Señora, quería hablarle sobre algo.
-Dispara. -dijo, apretando varios botones de la calculadora sin alzar la vista.
-El domingo tengo un partido.. -la miró con una gran sonrisa, haciendo que a la pelinegra se le contagiara. -Y bueno, quería que vinieras a verme.
-¡por supuesto! -alzó la voz, dejando el otro trabajo a un lado. -Estaré ahí animándote.
-También he.. he invitado a mi profesora de historia. -murmuró, agachando la cabeza. -¿te molesta?
-¿Tu profesora de historia? -asintió, mordiendo su labio inferior. -No me importa, ¿Cómo se llama?
-Camila. -suspiró, jugando con la cremallera de su sudadera. -Es muy buena, se interesó por lo que hacía después del instituto y me pareció buena idea invitarla. Pero, si te incomoda o no quieres verla sólo tienes que decírmelo, podéis estar en puntos diferentes de la grada para no tener que hablar si eso..
-Sofía. -la llamó entre risas. -Ni siquiera conozco a tu profesora de historia, pero no me importa estar con ella.
La pelinegra se ruborizó al comprender la situación, estaba siendo muy precipitada y extraña en sus palabras, no sonaba como algo natural y espontáneo, pero es que no quería que Carmen descubriera sus verdaderos sentimientos por la latina, no estaba dispuesta a perder a otra persona en su vida por su condición sexual. Sí, quizás en los últimos días se haya dicho internamente que era lesbiana, o no. Realmente no se estaba planteando nada, sólo quería experimentar y poder averiguar qué era lo que sentía por las mujeres. Sabía que la señora Pérez no era una persona homófoba, pero estaba aterrorizada de decir aquello en alto y creérselo.
Finalmente la anciana le ofreció marcharse y ocuparse de las últimas tareas ella misma, como siempre hacía, le rebatió varios minutos aquello hasta que prácticamente la obligó a salir de la pastelería. Sonrió al cielo, sintiendo la brisa de la noche chocar contra su rostro, haciendo que los mechones rebeldes que no quedaban dentro de la coleta alta se revolvieran al antojo del viento, haciendo cerrar instantáneamente los ojos a Sofía, que aspiraba el olor tan peculiar de la noche.
ESTÁS LEYENDO
Quizás
RomanceElla era poesía desde las infinitas pestañas hasta las caderas. Era el punto tangente sobre el que se sostenía el mundo y aguantaba la pesada carga de la vida con una sola de sus sonrisas. Se había vuelto pintora y poeta sólo por tener a la musa exa...