Capítulo 9

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Abrió los ojos cuando un estruendoso pitido consiguió molestar a sus oídos. Sentía un dolor enorme por todo su cuerpo, como si hubiera pasado un camión por encima de ella. Comenzó a desperezarse en la cama, estaba realmente cansada por todo lo que pasó anoche. Estuvo bailando con Camila prácticamente dos horas, se reían y parecían tener complicidad, pero a las tres de la mañana Julia y sus compañeras de piso le pidieron volver a casa y no se pudo oponer porque fue ella misma la que se tomó la molestia de llevarlas.

Se habría quedado hasta el amanecer bailando junto a su profesora de historia pero finalmente no pudo ser. Estaba ilusionada por haber podido estar tan cerca de su amor platónico, de haber podido agarrar su cintura y encajar sus cuerpos, de aspirar su aroma tan característico, ver su sonrisa a centímetros y sobretodo conocerla algo más. Se había sorprendido al ver con sus propios ojos como rechazaba a varios chicos e incluso a sus amigas, que se acercaban de vez en cuando, quizás tenía una pequeña oportunidad de estar junto a ella, de adentrarse en su vida y conocerla más a fondo. Estaba apasionada con ella.

Colocó ambos pies en el frío suelo, estiró sus brazos y la espalda lo más que pudo, escuchando algún que otro hueso crujir y decidió salir de la cama. Eran sólo las nueve y media de la mañana, pero la señora Pérez llevaba con la tienda abierta cerca de media hora. La verdad es que no le quedaban ganas de madrugar y mucho menos de trabajar, pero lo hacía por ayudar en la pastelería, porque sabía cómo de llena estaba los fines de semana.

Caminó descalza hasta la nevera, abriéndola sin ningún cuidado y rascándose la cabeza en busca de un café. Ella era partidaria de comprar los cafés fríos del supermercado porque en verano no le apetecía beber nada caliente. Pero aquello se hizo una pequeña rutina y acabó por comprarlos durante todo el año. Además de eso, eran muy prácticos porque podías llevártelos a todas partes sin problemas. Portaba en la mano derecha el café y en la otra el móvil, leyendo los mensajes de WhatsApp que tenía.

No eran nada del otro mundo, sólo Martina mandando algún audio borracha y recordándole que la quería. Julia dándole las gracias por la fantástica noche, el grupo que tenía de su clase, el de fútbol y Alba. En los últimos días había estado mucho más apegada con esta última, y la verdad es que tenían demasiadas cosas en común para ser real. Parecían hermanas gemelas. Sonrió aspirando el olor de la primavera, sacando la cabeza por la ventana, entrecerrando los ojos por la claridad de la mañana y arrugando la nariz por la molestia de esta misma. Siempre se recordaba mentalmente que sería un día maravilloso para no empezar el día con negatividad.

Dejando el café en la mesa del salón, se encaminó hacia su habitación y rebuscó en el armario algo para ponerse. No le fue muy difícil encontrar unos pantalones vaqueros y una camiseta holgada negra. De su habitación pasó al baño, donde se ocupó de hacerse una coleta para estar más cómoda y no asarse de calor. Estuvo unos cinco minutos mirando a un punto fijo, perdiéndose en sus pensamientos que de nada sirvieron, así que acabó por sacudir la cabeza y salir de nuevo al salón. Al pasar por ahí, cogió de nuevo el café y se encaminó hasta la puerta, despidiéndose de su perro que todavía estaba adormilado y no le hizo demasiado caso.

Con un café, las llaves y el móvil en mano caminaba despreocupada hasta la pastelería que sólo estaba a unas cuantas cuadras de su casa. Se había olvidado los cascos, así que se dedicó a observar a la gente que paseaba a las diez de la mañana por la calle, que sólo eran niños pequeños con sus madres o ancianos, no había demasiada gente a esta hora. Hoy era uno de esos días en los que sonreía sin motivo aparente, que le sonreía a la gente de alrededor porque estaba feliz y necesitaba exteriorizarlo de alguna forma.

Cuando consiguió llegar a la pastelería, se dio cuenta de que como usualmente estaba hasta arriba. Sobretodo eran personas que tenían prisa, cogían el desayuno para llevar y se olvidaban de que debían de disfrutar aunque fueran cinco minutos de un buen desayuno sentados en las mesas que habían en la pastelería. Quizás no tenían tiempo, pero debían madrugar un poco más y disfrutar. Vivir con estrés nunca ha sido bueno, pero la gente parece empeñada en hacer las cosas con prisas.

QuizásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora