Llevaba embelesada cincuenta minutos escuchando a su profesora de historia, la adoraba, adoraba cada pequeño gesto que hacía porque llevaba enamorada de ella desde el primer día que la vio. Estaba en segundo de bachillerato porque había repetido de curso dos veces, no se sentía orgullosa, pero tampoco le preocupaba en exceso. Este año se había apuntado a otro instituto y llevaba siete meses totalmente loca de amor por su profesora.
Por lo poco que había hablado con ella y los rumores que se extendían, sabía que tenía treinta y tres años, que estaba casada con un hombre y que era de cuba. La última información no la dudó en ningún momento puesto que sus rasgos eran claramente latinos. Tenía el pelo largo, ondulado y rebelde, los ojos azules más profundos que había visto jamás y una sonrisa perfecta. Su cuerpo era otra historia, es decir, jamás había visto un cuerpo tan maravilloso como el suyo, y ni siquiera la había visto desnuda.
Siempre solía llevar faldas de tubo que hacían ver sus piernas mucho más estilizadas, su trasero se marcaba y normalmente se escuchaban suspiros de placer en la clase cuando se le caía la tiza o alguna hoja, porque realmente aquella mujer era despampanante y tremendamente sensual. Sus labios estaban la mayoría del tiempo húmedos porque su lengua solía ocuparse de aquello, no le gustaban las chicas, pero su profesora de historia era la excepción.
La campana sonó, y como siempre comenzó a recoger sus cosas en total tranquilidad, mientras escuchaba como algunos llamaban a Camila, que los escuchaba atenta con una gran sonrisa. Se puso la mochila al hombro, decidida a marcharse de allí.
-Sofía. -la llamó aquella voz tan dulce tras su espalda, consiguiendo que un escalofrío se apoderara de su cuerpo.
-D-Dígame. -tartamudeó, sintiéndose una inútil por ello.
-He estado observándote en clase, y últimamente estás muy despistada, como si no estuvieras aquí. -se puso un mechón de pelo tras la oreja, colocando los folios en línea. -¿ocurre algo en casa o..?
-No, no ocurre nada. -se encogió de hombros con una sonrisa, escuchando los tacones de su profesora acercarse hasta ella y le tomó de las manos.
-¿De verdad? -asintió, tragando en seco por aquel contacto tan repentino. -No quiero que tires el curso por la borda ahora que parece que vas bien.
-No, en serio, es sólo que estoy cansada por los entrenamientos. -sonrió de manera dulce al escucharla y asintió.
Al sentir que su profesora dejaba aquel contacto a un lado, sintió un vacío inmenso al darse cuenta de que sus manos encajaban a la perfección. Se quedó embobada mirando hacia el cuerpo de Camila, que recogía las últimas cosas para marcharse. Cuando se giró, pilló de lleno a la pelinegra observando la parte baja de su espalda. Lejos de sentirse incómoda, lo que sintió fue orgullo de que una joven como Sofía disfrutara de la anatomía femenina.
Sofía, bastante incómoda al darse cuenta de que la habían pillado, desvió la mirada y carraspeó. Se colocó correctamente la mochila y le dedicó una sonrisa a Camila, que veía como el rubor de su alumna crecía por segundos.
-Quería ofrecerte clases particulares. -comentó, cogiendo el maletín que siempre traía consigo. -Si quieres, por supuesto. Serían totalmente gratuitas, lo hago simplemente porque sé que vas a aflojar y no me gustaría que suspendieras.
-Mmh, y-yo esto.. -se rascó la nuca, mirando hacia el suelo.
-Repito, no es ninguna obligación, sólo si quieres. -le dedicó una última sonrisa, tendiéndole un papel con su número de teléfono. -Ya sabes, si te decides estaré para ayudarte.
-G-Gracias. -fue lo único que pudo murmurar, escuchando la risa de su profesora.
Estaba totalmente encantada por ello, todavía intentaba que la información le llegase al cerebro. Es decir, podría estar horas junto a su amor platónico fuera del instituto sin ningún inconveniente. Finalmente reaccionó y caminó con cautela hasta llegar con sus dos únicos amigos de ahí. No es como si tuvieran una unión irrompible, pero los tres eran repetidores y se entendían mejor a la hora de opinar sobre algo.
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Quizás
RomanceElla era poesía desde las infinitas pestañas hasta las caderas. Era el punto tangente sobre el que se sostenía el mundo y aguantaba la pesada carga de la vida con una sola de sus sonrisas. Se había vuelto pintora y poeta sólo por tener a la musa exa...