Capítulo 24

814 56 10
                                    

La pelinegra corrió hasta los vestuarios olvidándose completamente de todas sus compañeras que celebraban la victoria en el campo. Desde que había ocurrido aquel incidente su mente no podía dejar de pensar en Julia, necesitaba saber cómo se encontraba y darle las gracias. Había sido expulsada de un partido importante sólo por defender a su amiga, eso era de admirar. No quería pensar en cómo se debería sentir después de todo, porque no fue consciente de que aquello traería consecuencias graves. A parte de que saldría en el periódico local podría ser expulsada del equipo por la entrenadora, tendría que ver a un psicólogo que dictaminara que no era una persona agresiva sino más bien impulsiva. Si después de todo aquello continuaba en el equipo era un milagro.

Entró, encontrándose con personas del equipo contrario hablando. Vaya mierda de partido. Sonrió para sus adentros, continuando su camino. Hemos perdido contra tías, qué vergüenza. Apretó los puños con fuerza, tocando la puerta de su vestuario correspondiente para entrar. Lo abrió con delicadeza, cerrando enseguida. Julia permanecía en las duchas, estaba totalmente paralizada con las manos en la pared mientras el agua fría caía por todo su cuerpo. Estaba de espaldas a ella, así que tenía vistas de su trasero que estaba algo más blanco que el resto de su cuerpo debido al biquini. No sabía cómo podía sentirse porque no sabía cuán importante era para ella el fútbol, sabía que le encantaba jugarlo, pero no si tendría alguna explicación como ella.

Caminó hasta su lado con la ropa puesta, abrazándola por detrás y sintiendo cómo el agua fría mojaba su ropa. La rubia ni siquiera se inmutó, conocía bien a su amiga y sabía que volvería, sabía que estuvo preocupada todo el partido y que sólo tenía ganas de verla. Cerró los ojos por inercia, acariciando con la yema de sus dedos los brazos de Sofía, que dejaba reposar su cabeza en el hombro izquierdo de la rubia. Sintió cómo la apretaba más entre sus brazos, queriendo así que el dolor desapareciera. Echó hacia atrás la cabeza, consiguiendo que Sofía le diera un beso en la mejilla.

-Me han echado del equipo. -confesó, sintiendo cómo los brazos de la pelinegra la soltaban y le hacía mirarla a los ojos.

-No pueden hacer eso, Julia, es imposible. -se encogió de hombros, caminando hacia su mochila. -Primero tienen que hacerte unas pruebas mentales para saber si eres agresiva o simplemente impulsiva. La entrenadora tiene que hablar con el director del club, no puedes irte, no pueden echarte.

-Me han echado sin hacer nada de eso porque no quieren tener a una jugadora así de polémica. -comenzó a secarse el cuerpo, viendo cómo su amiga se sentaba en las bancas pasándose las manos por el rostro con preocupación. -No les interesa, aunque un psicólogo dictamine que no soy una persona agresiva me echarían. Pero me da igual, yo sólo he defendido lo mío.

-No.. -murmuró, sintiendo cómo las lágrimas caían por su rostro. -¡Deberías de haberte quedado quieta, joder, mira lo que has conseguido!

-¿¡pretendes que me quede quieta cuando están jodiendo a una amiga, por quién me tomas!? -gritó de vuelta, enrollándose la toalla al cuerpo. -¡estás loca si piensas eso, me da igual las veces que me echen de equipos si es por defenderte!

-¿¡es que no lo entiendes!? ¡El fútbol es tu vida! -se puso de pie, encarando a la rubia que parecía un pequeño cachorro abandonado aunque intentara lo contrario. -¿¡No podías quedarte quieta!?

-¡No! -empujó el cuerpo de Sofía, misma que agarró sus muñecas con fuerza. -¿¡No entiendes que te quiero!?

En aquel momento, la pelinegra se quedó petrificada en el sitio agarrando las muñecas de la rubia, misma que entreabría los labios y una lágrima se perdía por estos. Entendía aquella reacción, pero no podía permitir que la echaran del equipo cuando fue todo su culpa. Julia se acercó, dando un abrazo a la pelinegra que continuaba igual. Dejó un beso en la comisura de sus labios y cuando vio que continuaba así decidió besarla. Primeramente dejó sólo un corto beso, pero quería darle más, quería ayudarla a no sentirse de aquella forma. La besó con algo más de ganas, pero los labios de su amiga no se movían, parecía una estatua. La miró a los ojos, suplicando porque siguiera aquello y no le hiciera sentirse así.

QuizásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora