Capítulo 31

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El jueves por la tarde, al acabar la reunión con los profesores y la respuesta ser positiva quiso compartirlo con la primera persona que la había impulsado a hacer aquello. Sabía que aquel día trabajaría en la pastelería y necesitaba verla, necesitaba de nuevo aquel abrazo y sentir que estaba en el sitio correcto. Puso el freno de manos y se quitó el cinturón para poder mirarse en el espejo retrovisor. Llevaba una de sus tantas faldas ceñidas y una camisa algo remangada y desabotonada. Su cabello caía ondulado sobre sus hombros haciendo que pareciese un mar castaño. Cogió su maletín del asiento del copiloto y sacó del bolsillo pequeño la nota que un día le dio Sofía.

"alguien debería contarte que eres poesía,

No he visto una rima mejor que tu risa.

Te buen día, xx"

Una sonrisa se extendió por su rostro y apoyó la cabeza en el respaldo del sillón, cerrando los ojos y sintiendo cómo en su vientre revoloteaban aquellas mariposas tan comunes. Gracias a volver a leer la carta consiguió el coraje suficiente y salió del coche, cerrando la puerta con delicadeza y sin borrar la sonrisa. Sus pasos resonaban por las calles solitarias de Madrid, se colocó de manera correcta la falda porque se le había doblado e intentó acallar los latidos de su corazón. Comenzó a intentar respirar con normalidad y ya podía ver a Sofía trabajando en el mostrador desde fuera.

Abrió la puerta de la pastelería haciendo que sonara aquel característico sonido para avisar que alguien entraba y todas las miradas repararon en ella. Se sentía nerviosa porque la mirada que quería recibir aún no se había dado cuenta de su presencia. Podía retroceder ahora, tenía tiempo de volver sobre sus pasos y contárselo a la mañana siguiente, realmente era extraño venir hasta aquí para comunicarle la buena noticia cuando sólo eran profesora y alumna. Quitándose esa idea de la mente se colocó justo detrás de una pareja que estaba indecisa al pedir.

En ese momento se paró a observar a Sofía, que todavía parecía estar absorta a su presencia. Al parecer hoy estaba trabajando sola y se veía mucho más estresada que otros días aunque seguía sin perder aquella encantadora sonrisa. Llevaba un moño algo despuntado que le daba un toque desaliñado y su piel se veía brillante por el esfuerzo que estaba realizando. Cuando la pareja terminó su pedido, caminó el metro y medio que le separaba del mostrador y apoyó allí sus brazos, aguantando la carcajada que iba a salir de su garganta al ver el rostro de su alumna. Parecía tan sorprendida como encantada, así que le regaló una maravillosa sonrisa.

-Buenas tardes. -comentó la pelinegra, intentando ser lo más profesional posible. -¿qué desea?

-Un café con leche y una tarta de tres chocolates. -asintió ante su pedido, girándose con rapidez.

Su mente no podía procesar con claridad toda la información. Su profesora de historia estaba allí con una de sus tantas faldas ceñidas y sus sonrisas sinceras. Su corazón estaba bombeando demasiado deprisa, así que se obligó a respirar con más calma. Sus manos temblaban y derramó algo de café, teniendo que limpiarlo al momento y sintiéndose una completa inútil bajo la mirada de la latina. Sabía que tenía sus ojos en la nuca, que estaba prestando atención a cada movimiento y no quería decepcionarla.

Se giró de nuevo, regalándole una sonrisa que fue correspondida y dejó su pedido en el mostrador, conectando sus ojos con los de Camila. Parecía tímida, y aquella nueva faceta de su profesora estaba consiguiendo volverle aún más loca. Le dio el dinero exacto e hizo algo que no solía hacer jamás con un cliente habitual; llevó su pedido a una mesa para que no tuviera que cargar con nada. Se lo colocó todo perfectamente y echó un vistazo a su puesto para darse cuenta de que había otro cliente.

-Muchas gracias, Sofía. -murmuró, dejando el maletín sobre la mesa y agachando la mirada.

-Que aproveche. -dijo con una enorme sonrisa.

QuizásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora