Estaba tan cansada físicamente que si la empujaban podría caerse al suelo como un peso muerto e inerte. Llevaba varios días dando demasiado de sí en los entrenamientos, y aunque no se arrepentía porque siempre quería ser la mejor, su cuerpo estaba resentido de tanto sobreesfuerzo. Cuando el fin de semana llegara posiblemente dormiría todo lo que no había podido entre semana. Aquella mañana llevaba un pantalón holgado de chándal y una sudadera roja con capucha, pues el día estaba nublado y había comenzado a llover. Iba por los pasillos, con aquella cara de recién despierta que siempre llevaba al instituto e intentando leer por encima el examen de lengua que tenía hoy.
Cuando llegó a clase de historia, aún la profesora no había llegado así que pudo enterrar su rostro entre sus brazos para descansar los ojos unos segundos. A primera hora de la mañana no le apetecía nada, ni siquiera ver a Camila. Eso era extraño porque siempre quería mirarla, deleitarse con sus grandes pestañas que acababan chocando con su párpado por lo largas que estas eran, o por sus dientes de ratona, tenía una sonrisa preciosa, a la que acompañaban unos labios increíbles.
Se había perdido de nuevo en sus pensamientos, pero algo le hizo salir de su pequeño trance. Unos dedos rozaron la tela de su capucha, haciendo que levantara la vista poco a poco, encontrándose con Camila. Le dedicó una torpe sonrisa, con los ojos entrecerrados por la repentina luz en su retina. Tenía una postura impasible, parecía enfadada y tenía los brazos cruzados mientras fruncía un tanto el ceño.
-Sofía, ¿vienes a dormir o a estudiar? -cuestionó, consiguiendo que el cuerpo de la pelinegra se irguiera en el asiento.
Quería contestarle, quería decirle que lo sentía si había hecho algo malo, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta y un pequeño rubor hizo presencia en sus mejillas. Se sentía tan frágil y tan pequeña al lado de semejante mujer, que todo lo que hiciera le parecía poco para contentarla. Quizás estaba enfadada por algo de su vida privada y lo había descargado con Sofía, pero normalmente no solía ser así, siempre tiene su mejor sonrisa para todos.
A lo largo de la clase, la pelinegra se da cuenta de que lo que está explicando la profesora ya lo había explicado ayer, así que comenzó a leer el libro de lengua mientras apoyaba su espalda en la pared. La profesora de historia presenciaba todo aquello, y le molestó que no se tomara su clase en serio. Al principio la pilló durmiendo y ahora llevaba una capucha mientras estudiaba otra asignatura en su clase, estaba cabreada con Sofía por su nueva conducta tan pasiva ante historia.
-Sofía. -la llamó, en un tono calmado. -¿Puedes coger tus cosas e irte al aula ciento veinte?
La pelinegra alzó la vista, escuchando el murmullo que se había creado en la clase. Ese aula era para los castigados, los que estaban molestando a un profesor o incluso a un alumno. Pero ella creía que no estaba haciendo ninguna de las dos, sólo leía despreocupada un libro en total silencio. Frunció el ceño, cerrando el libro de golpe.
-¿¡Pero qué he hecho!? -preguntó, gritando un poco más de lo normal.
El murmullo creció, entonces la profesora dio un golpe en seco a la pizarra para que todos guardaran silencio. Miró desafiante a su alumna, que parecía confusa de verdad. Entonces se dio cuenta de que quizás había exagerado las cosas, pero ya no podía echarse atrás, tenía que hacerlo.
-¡No alces la voz! -agachó la vista, sintiéndose mal por las palabras de Camila. -Soy tu profesora y acabo de decirte que vayas al aula ciento veinte, si quieres explicaciones tendrás que esperar al final de la clase.
No dijo nada más, sólo se levantó del asiento y comenzó a guardar sus pertenencias en la mochila bajo la mirada atenta de su profesora y sus compañeros. Sentía un gran nudo en la garganta al darse cuenta de que había cabreado a Camila, la profesora más reconocida como la imposible de enfadar, siempre traía consigo una sonrisa en los labios y nadie podía conseguir que alzara la voz, pero Sofía lo acababa de hacer. Y se sentía la mayor mierda del mundo.
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Quizás
RomanceElla era poesía desde las infinitas pestañas hasta las caderas. Era el punto tangente sobre el que se sostenía el mundo y aguantaba la pesada carga de la vida con una sola de sus sonrisas. Se había vuelto pintora y poeta sólo por tener a la musa exa...