Capítulo 25

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Miraba al techo de su piso pensando en el día de hoy, había sido raro y gratificante a partes iguales. Sabía que era la última noche de su profesora junto a ella y que mañana se marcharía para siempre, no quería pensar en cómo de sola se volvería a ver la casa sin su presencia, no quería volver a la realidad y verla como usualmente hacía, necesitaba verla al menos dieciséis horas al día, necesitaba hablar a la hora de la comida sobre su día, jugar a los videojuegos, salir a correr, invitarla a sus partidos y cocinar juntas. Se había acostumbrado a hacer cosas cotidianas en casa junto a su profesora y se estaba arrepintiendo de aquello porque ahora todo se acabaría.

En la habitación de al lado no era muy diferente, la latina estaba observando el techo sin ganas de dormir. Lo único que le apetecía era estar junto a Sofía, quería atreverse a ir hasta el sofá y pedirle que durmiera con ella. Se levantó de la cama para observar la luna por la ventana, hoy estaba completamente llena y las estrellas conseguían alumbrar la ciudad, contempló su coche que estaba aparcado justo en frente del edificio y se preguntó varias cosas. ¿Desde cuándo soy una materialista? No era consciente de aquello hasta que conoció en más profundidad a su alumna, siempre había querido tener el coche más caro para aparentar, en cambio Sofía elegía el de segunda mano por razones sentimentales. ¿Desde cuándo el dinero era más importante que el amor en su vida? Su ex marido era un hombre de buena posición social que se podía permitir aquellos lujos, así que prácticamente se vio obligada a vivir esa vida.

Caminó en silencio hasta el armario de la dueña del piso y lo abrió, encontrándose con el olor tan característico que desprendía siempre. Olía a vainilla. Sacó una camiseta azul de manga corta y colocó su nariz allí, aspirando todo lo que podía y sonriendo al darse cuenta todo lo que le gustaba su alumna. Tenía la maleta hecha, así que dobló de nuevo aquella camiseta dejándola en la cama y se sentó en el suelo para abrir su equipaje. Metió la prenda de ropa que no era suya y se mordió el labio. Estoy loca. Negó varias veces con la cabeza para intentar excusarse de lo que estaba haciendo, sabía que estaba mal, que no debía involucrarse de esa manera con una alumna pero ya no tenía remedio.

Salió de la habitación y a tientas intentó llegar hasta la cocina, se tropezó varias veces pero ahogó el gemido de dolor puesto que no quería despertar a Sofía. Encendió la luz de la cocina, la pequeña que le enseñó la pelinegra: si una noche necesitas algo de la cocina y no quieres molestarme con la luz sólo tienes que encender esto. Decía con su tierna sonrisa. Abrió el refrigerador para tomar el cartón de leche, que al parecer estaba lleno. Alcanzó uno de los vasos que había fregado a la hora de comer y echó el líquido hasta la mitad.

Cuando era una niña de cinco años y no podía dormir su madre le daba aquel vaso de leche explicándole que tenía magia dentro y conseguía que se durmiera, aunque todo aquello era mentira creía a su madre y acababa por dormirse porque el sueño le vencía. Lo tomó de un sorbo, dejándolo en la encimera y observando un punto fijo. Necesitaba no sentir aquel remordimiento por dejar sola a su alumna, pero cuanto más lo pensaba peor se sentía.

Sofía al escuchar ruido en la cocina se levantó del sofá, caminando con cautela y viendo la luz de la cocina encendida. Sonrió ampliamente al ver de espaldas a la latina que parecía sumergida en sus pensamientos, se cruzó de brazos esperando a que girara y pudiera encontrarla pero tras unos segundos así decidió que lo mejor sería hacer acto de presencia.

-¿Tú tampoco puedes dormir? -preguntó, viendo cómo la profesora se sobresaltaba, daba la vuelta para observarla y se llevaba una mano al pecho.

-Dios mío, Sofía, me has asustado. -murmuró agachando la cabeza avergonzada.

-Perdón, no quería hacerlo. -sonrió con dulzura a la pelinegra, que parecía arrepentida por una tontería.

Inevitablemente pensó en su ex marido, aquel hombre no era capaz de reconocer ni un sólo error aunque tuviera razón y en cambio la adolescente era capaz de disculparse hasta de lo que no tenía culpa. Una adolescente que es tachada de ser rebelde y no tener consciencia en sus actos, pero en este caso parecía más bien lo contrario, pues un hombre adulto no era lo suficientemente maduro para asumir algo y Sofía sí. Colocó ambas manos en la encimera, intentando así no parecer tan nerviosa y tener una postura casual.

QuizásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora