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Sin embargo mis padres, nunca tuvieron la oportunidad de explicarme qué estaba
sucediendo. Cuando llegamos a casa, mi padre estaba en el medio de una clase de
yoga tántrico para hippies de la colina con demasiado sexo en sus vidas, en el estudio
de detrás de la casa, así que mi madre me dijo que me pusiera a hacer mis tareas. Y después Lucius llegó temprano a cenar.
Estaba en el granero limpiando los establos cuando, por el rabillo del ojo, vi una
sombra cruzar la puerta abierta del granero.
-¿Quién anda ahí?- Llamé ansiosa, aún nerviosa por los eventos del día.
Cuando no hubo respuesta, tuve la sensación extraña de que mi visitante era nuestro
invitado a la cena. Mamá lo invitó, recordé, tal y como había predicho. Un alto
estudiante europeo de intercambio caminaba a zancadas a través del polvoriento
anillo de montar. No puede ser tan peligroso.
La aprobación de mamá a un lado, mantuve un agarre firme sobre mi rastrillo.
-¿Qué haces aquí?- Exigí mientras se acercaba.
-Modales, modales.- Se quejó Lucius en su acento altanero, golpeando pequeñas bolas
de polvo con cada larga zancada que daba. Llegó a apenas un metro de mí, y me
sorprendió otra vez por su altura. -Una dama no se pone a bramar en graneros.-
Prosiguió. -¿Y qué clase de saludo fue ese?-
¿Está dándome una lección de etiqueta, el tío que me ha estado espiando todo el día?
-Te pregunté por qué estás aquí.- Repetí, aferrándome al rastrillo con algo más de
fuerza.
-Para conocerte, por supuesto.- Dijo, todavía evaluándome, dando vueltas a mí
alrededor, mirando mi ropa. Me giré, intentando mantenerlo en mi campo visual, y lo
cogí frunciendo la nariz. -Seguramente tú también estás deseosa de conocerme.-
No demasiado... No tenía ni idea de qué estaba hablando, pero el seguimiento de los
pies a la cabeza de mi persona no me gustaba nada.
-¿Por qué me miras así?- Dejó de dar vueltas.
-¿Estás limpiando establos? ¿Son esas, heces en tus zapatos?-
-Sí.- Dije, confundida por su tono. ¿Por qué le importa a él lo que se hallaba en mis
zapatos? -Limpio los establos todas las noches.-
-¿Tú?- Pareció perplejo. Y horrorizado.
-Alguien tiene que hacerlo.- Dije. -¿Por qué cree que esto es asunto suyo?Sí, bueno, tenemos gente para eso, allí de donde yo vengo. Ayuda contratada.-
Olisqueó. -Tú, una dama de tu alcurnia, nunca deberías encargarte de semejante tarea
de tan baja categoría. Es ofensivo.-
Cuando dijo eso, mis dedos volvieron a apretarse sobre el rastrillo, y no por miedo.
Lucius Vladescu no era sólo intimidante. Era irritante.
-Mira, ya he tenido bastante de ti metiéndote en mi vida, y de tu actitud.- Espeté.
-¿Quién te crees que eres, de todas formas? ¿Y por qué me persigues?-
Furia e incredulidad cruzaron los ojos negros de Lucius.
-Tu madre aún no te ha informado, ¿verdad?- Agitó la cabeza. -La doctora
Packwood juró que te lo contaría todo. Tus padres no son demasiado buenos
manteniendo sus promesas.-
-Se... se supone que vamos a hablar después.- Tartamudeé, mi furia iba
desvaneciéndose un poco a la vista de su ira evidente. -Papá está dando clase de
yoga...-
-¿Yoga?- Lucius se rió con acritud. -Contorsionar su cuerpo en una serie de ridículas
configuraciones y ¿es más importante que informar a su hija acerca del pacto? ¿Y qué
clase de hombre practica semejante pasatiempo pacífico? Los hombres deberían
entrenarse para la guerra, no perder el tiempo entonando “ohm” y parloteando sobre
la paz interior. Olvídate del yoga y del parloteo.-
-¿Pacto? ¿Qué pacto?- Pero Lucius estaba mirando al techo iluminado del granero,
andando en círculos, con las manos unidas detrás de la espalda, hablando consigo
mismo.
- Esto no está yendo bien. Nada bien en absoluto. Aconsejé a los Ancianos que
deberías haber sido convocada de vuelta en Rumania hace años, que nunca serías una
esposa apropiada...- Buah… detente ahí.
-¿Esposa?-
Lucius se detuvo, volviéndose sobre los talones para situarse frente a mí.
-Tu ignorancia empieza a cansarme.- Se acercó a mí, inclinándose y mirándome a los
ojos. -Porque tus padres se niegan a informarte, yo mismo entregaré las noticias, y te
lo presentaré de forma sencilla.- Señaló a su pecho y anunció, como si hablara con un
niño. -Yo soy un vampiro.- Señaló a mi pecho. -Tú eres un vampiro. Y vamos a
casarnos, en cuanto alcances la edad. Esto ha sido decretado desde el momento de
nuestros nacimientos. Ni siquiera podía procesar la parte de “vamos a casarnos”, o la cosa de “decretado”.
Me había perdido en lo de “vampiro”.
Loco. Lucius Vladescu está completamente loco. Y estoy sola con él, en un granero
vacío. Así que hice lo que cualquier persona en su sano juicio habría hecho. Lancé el
rastrillo en la dirección general de su pie y corrí hacia la casa como si me llevara el
diablo, ignorando su aullido de dolor.

Guía de Jessica para ligar con vampiros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora