23

146 13 1
                                    

Estaba oscuro cuando llegué a casa, montando a Belle por la parte de atrás,
atravesando los desiertos campos de maíz y evitando las carreteras tanto como fuese
posible, casi como, si estuviese asustada de estar siendo perseguida. Yo no había
querido regresar a casa con cualquiera de la gente que se había ofrecido: Faith o los
líderes del 4-H. Sobre todo con los líderes del 4-H, cuyas preguntas yo ya había
contestado al menos cincuenta veces. Ellos simplemente insistían sobre por qué
ninguno de los hospitales locales parecía no saber nada sobre un muchacho que había
sido herido por un caballo. Y luego ellos querían hablar con mis padres, en el punto de
que en el camino, hacia nuestra granja ellos podrían encontrar a Lucius casi muerto, o
muerto, incluso sobre nuestro canapé, mi padre intentando resucitarlo con hierbas e
infusiones.
Espoleé a Belle un poco más rápido con ese pensamiento.
¿Podría Lucius estar muerto? ¿Cómo me sentiría si lo estuviese? ¿Me lamentaría por él?
¿Me afligiría? La culpabilidad me golpeó. ¿Me sentiría aliviada de algún modo? ¿Y
estaba más preocupada por Lucius o por la participación de mis padres en este
desastre?
Todas estas preguntas rondaron mi mente como un guisado apestoso hecho de sobras
mientras Belle y yo cogíamos nuestro camino a casa, estaba pendiente del paso del
caballo cuando oí un motor. Nuestro progreso parecía ridículamente lento. Einstein había explicado ese sentimiento, ¿verdad? Relatividad. La percepción de alguien en el
tiempo, está relacionado con el deseo de alguien de su paso. ¿Cierto?
Tiempo. Relatividad. Ciencia.
Intenté centrarme en esos conceptos en vez de en la punzante preocupación, pero mi
mente seguía vagando hacia atrás, a la sangre sobre la camisa de Lucius. La sangre
saliendo a chorros de su boca. La sangre roja, roja. En el tiempo que alcancé el final de
nuestra vereda, yo tenía Belle en un galope imprudentemente, y dejé caer las riendas,
que se deslizaron por su lomo, en cuanto visualicé la furgoneta de mis padres
aparcada delante de la casa.
Había otro coche, también. Un sedán desconocido pero igualmente decrépito. La casa
se encontraba principalmente oscura, pero unas luces tenues brillaron profundamente
dentro.
Abandonando a la pobre Belle, sabiendo que debía refrescarla y dejarla en su
compartimento, pisé fuete y corrí hacia dentro.
-¡Mamá!- Grité desde lo hondo de mis pulmones, cerrando la puerta tras de mí.
Mi madre emergió del salón, mandándome callar con un dedo en los labios.
-Jessica, Por favor, baja la voz.-
-¿Qué ocurrió? ¿Cómo está?- La empujé para poder entrar en el salón, pero mamá me
agarró del brazo.
-No, Jessica… ahora no.- Busqué su rostro.
-¿Mamá?-
-Es serio, pero tenemos razón al creer que pasará. Él está bien atendido. Él mejor
cuidado que podemos darle, seguramente- Añadió críticamente.
-¿A qué te refieres con “seguramente”?-La seguridad viene de los hospitales. -¿Y de
quién es el coche que hay allí?-
-Llamamos al Dr. Zsoldos. ¡No, Mamá!- No el Doctor Zsoldos. El curandero loco húngaro que había perdido su
licencia médica por usar en la gente polémicos "remedios" del viejo país,
directamente aquí en los Estados Unidos, donde la gente tenía la sensatez para creer
en la verdadera medicina. Yo debería haber reconocido el coche. Mucho después el
resto del condado le había evitado, el viejo Zsoldos y mis padres habían sido amigos,
que se agrupaban alrededor de la mesa de la cocina y charlaban en la noche sobre los
tontos que no confiaban en las " terapias alternativas. -¡Él matará a Lucius!-
-El Dr. Zsoldos entiende a Lucius y a su gente- Dijo Mamá cogiéndome por los
hombros. -Podemos confiar en él.- Cuando mi madre dijo 'confiar', tuve la sensación
de que no se trataba solo cualquier cuestión que tuviese que ver con la licencia.
-¿Confiar en qué?-
-Discreción.-
-¿Por qué? ¿Por qué necesitamos ser discretos? ¿Viste la de sangre que brotaba de su
boca? ¿Su pierna rota?-
-Lucius es especial.- Dijo Mamá sacudiendo mis hombros ligeramente, como si yo
debiese de haber aprendido ese hecho hace un millón de años. -Acéptalo, Jessica. Él
no estaría a salvo en un hospital.-
-¿Y él está seguro aquí? ¿En nuestro salón?- Mamá liberó mis hombros y frotó sus ojos.
Comprendí como de cansada estaba.
-Sí, Jessica. Más seguro.-
-Pero él está sangrando por dentro. Incluso yo puedo decir eso. Él probablemente
necesita sangre.- Mi madre me miró extrañada, como si finalmente yo hubiese dicho
algo importante cercano a la verdad.
-Sí, Jess. Él necesita sangre.-
-¡Entonces llevadle al hospital!- Mamá me miró fijamente por un largo rato.
-Hay cosas sobre Lucius que la mayoría de los médicos no entenderían. Podemos
hablar sobre esto más tarde, pero ahora necesito volver con él. Por favor, ve arriba e
intenta ser paciente. Te llamaré tan pronto como tenga noticias de su progreso.-
Dándome la espalda, Mamá abrió la puerta del salón, y escuché algunas voces suaves
en el interior de la oscura habitación. La voz de mi padre. La del doctor Zsoldos. Mi
madre se unió a la charla secreta, y la puerta se cerró de un golpe. Furiosa, asustada y frustrada, corrí escaleras arriba, olvidando completamente a la
pobre Belle. Me avergüenzo de admitir que ella pasó la noche entera en el frío de
noviembre, vagando alrededor de los graneros y el prado, su silla todavía sobre su
lomo. Estaba demasiado trastornada para pensar en el caballo que me había llevado, a
una especie de gloria personal, solamente unas horas antes. En cambio, subí en mi
cama y miré fijamente hacia fuera a través de la ventana, tratando de pensar que
hacer.
Me debatí a llamar a un verdadero doctor yo misma, vi a mi padre que se escapaba
por la puerta y metiendo prisa a través del patio hacia el garaje. La luz continuó en el
apartamento de Lucius, pero sólo durante unos momentos. Esto sucedió otra vez, y
segundos más tarde, Papá estaba detrás, cruzando de un tranco el césped. Yo podía
ver, a la luz de la luna, que él llevaba algo en sus manos. Algo del tamaño de un zapato
embalado, pero con esquinas dadas en la parte de abajo. Como un paquete abrigado
por papel.
Esperé hasta que los pasos de papá se perdiesen en la casa y la puerta de comedor se
cerrase antes de arrastrarme abajo, evitando cualquier ruido chillón que pudiese
delatarme. Prácticamente avancé lentamente hasta la puerta del comedor y giré la
perilla, abriendo la puerta solamente una grieta. Lo justo para ver dentro.
El fuego en la chimenea, salía hacia fuera, y el potenciómetro enciende los
candelabros de luces de hierro que había hecho girar a su ajuste más bajo, pero fui
capaz de distinguir la escena.
Lucius estaba tumbado sobre nuestra mesa de tablón larga, la que usamos sólo para
grandes ocasiones. Él estaba desnudo de cintura para arriba, su ropa ensangrentada
ya no estaba, la habían tirado, supuse, y su mitad inferior fue cubierta de una sábana
blanca. Su cara era completamente apacible. Los ojos cerrados, la boca tranquila.
Él parecía muerto. Como un cadáver. Nunca antes había estado en un funeral, pero sí,
alguien podía verse más muerto que Lucius en aquel momento… Bueno, no podía
imaginarme como se vería. ¿Está él muerto?
Miré fijamente su pecho, dispuesto a elevarse, pero si sus pulmones bombeaban, lo
hacían muy débilmente para que yo lo distinguiese en el cuarto oscuro. Por favor,
Lucius. Respira.
Cuando el pecho de Lucius todavía no se movía, algo se agrietó abriéndose en lo más
profundo de mi ser, y mi cuerpo entero pareció una cueva enorme con un viento
congelado que se levanta por los espacios vacíos. No… él no puede haberse ido. No
puedo dejarle ir. Luché para tranquilizarme a mí misma. Si Lucius estaba muerto, ellos
no se cernerían sobre él, preocupándose por él. Ellos dejarían de tratarlo. Cubriendo
su cara.
Mi madre paseó cerca de la chimenea, una mano sobre su boca, mirando a mi padre y
al Doctor Zsoldos conversando en tonos silencios sobre el paquete que Papá había
recuperado del garaje.
Una decisión debía ser tomada, porque el doctor Zsoldos sacó una navaja ¿Una
sangría? de su bolsa negra. ¿Va a operar a Lucius? ¿En nuestra mesa?
Casi me giré, demasiado enferma para mirar, pero no, el curandero húngaro no cortó
a Lucius. Él simplemente cortó las cuerdas que ataban el paquete y rasgaron el papel
de periódico. Él sacó el contenido, cogiéndolo como si él entregase a un bebé, a un
bebé tambaleante, resbaladizo que casi se escapó de su agarre. ¿Qué demonios pasa?
Me incliné más cerca, presionando mi cara contra la grieta y luchando por controlar mi
respiración para no ser pillada. Aunque nadie estaba concentrado en la puerta mamá,
papá y el Doctor Zsoldos miraban fijamente aquella cosa… en las manos del Doctor
Zsoldos. ¿Eso se parecía a… qué? ¿Algún tipo de bolsa?
Hecho de un material yo no pude identificar. Algo flexible, aunque porque el paquete
resbaló de las manos del Doctor Zsoldos, como el “Jell-O2” en una bolsa de plástico. Debimos haber comprendido porque él escondía esto- Susurró el Doctor Zsoldos,
cabeceando su corta barba blanca. -Por supuesto que él lo haría.-
-Sí- Mamá estuvo de acuerdo, moviéndose ahora hacia Lucius.
-Por supuesto. Debimos haberlo sabido.- Con un asentimiento de papá, ambos
deslizaron sus antebrazos bajo los hombros de Lucius y con cuidado lo levantaron, casi
a una posición asentada. Lucius hizo un sonido entonces, una especie de gemido de
dolor, mitad el rugido de un león enfadado, herido. Mis dedos húmedos se resbalaron
por el pomo de la puerta con ese sonido. Eso no era muy humano y no exactamente
animal. Pero era completamente glacial, haciendo vibrar las paredes.
Limpié mis manos en mis bombachos de equitación, cada vez se volvía más difícil
observar la escena delante de mí.
El Doctor Zsoldos se inclinó más cerca sobre su paciente, sosteniendo la bolsa como
ofrecimiento delante de la cara de Lucius. La luz del fuego se reflejó en los anteojos de
media luna del doctor, y él sonrió un poco a la vez que él impulsaba suavemente
-Bebe, Lucius. Bebe.- El paciente no respondió. La cabeza de Lucius colgada de
cualquier modo, papá lo agarró para estabilizarlo.
El Doctor Zsoldos vaciló, luego agarró la navaja otra vez, usándola para perforar la
bolsa, directamente bajo la nariz de Lucius. Los ojos que temí que se hubiesen
extinguido, se abrieron, y chillé entonces.
Los ojos de Lucius, siempre oscuros, estaban completamente negros ahora.
Profundamente, ébano profundo, como si las pupilas hubieran consumido el iris y la
mayor parte del blanco, también. Yo nunca había visto unos ojos así antes. No podías
apartar la vista de ellos.
Él abrió su boca y sus dientes… cambiaron otra vez también. Mis padres debían de haber oído mi grito, pero era demasiado tarde. Lo que estaba
pasando estaba pasando de verdad, y ellos, también, estaban impresionados sobre
como Lucius inclinó su cabeza, hundiendo sus colmillos en aquella bolsa, bebiendo
fatigosamente, pero con hambre obvia. Un poco de líquido resbaló abajo de su
barbilla y encontró su pecho. Líquido oscuro. Líquido espeso. Yo había visto ese
líquido antes, no hace demasiadas horas, manchando aquel mismo pecho.
NO.
Cerré mis ojos, negándome a creer. Sacudiendo mi cabeza, intenté pensar
correctamente. Desvanecer la imagen de lo que había creído ver. De lo que estaba
segura que había visto.
Había un olor también. Un olor acre que yo nunca había olido antes. Bueno, yo apenas
lo había olido antes, pero ahora… ahora era tan fuerte. E iba aumentando su fuerza.
Abrí mis ojos y me forcé a mirar otra vez. Aquel aroma, no lo había olido con mi nariz.
Lo sentí, en algún lugar en lo profundo de mi estómago, o había sido alcanzado por
aquella parte primitiva del cerebro de la que nosotros habíamos hablado en la clase
de biología. ¿La parte que controlaba el sexo, la agresividad y… el placer?
Lucius se puso más derecho, apoyándose sobre un codo, todavía bebiendo con ansia,
como si él no tuviese suficiente. Finalmente, no quedó nada. La bolsa estaba vacía.
Lucius emitió una especie de gemido que, de algún modo, expresaba tanto la cruda
agonía como la pura satisfacción, y papá agarró sus hombros desnudos justo a tiempo,
sujetándolo por la espalda otra vez.
-Descansa, Lucius- Insistió papá mientras mamá fue a buscar algo con lo que limpiar su
pecho, por donde aún circulaba la sangre…
Sangre. ¡Él estaba bebiendo sangre!
Cerré con fuerza mis ojos otra vez, más fuerte esta vez. Algo extraño pasó entonces,
porque obviamente caí sobre un suelo sólido, de madera, que no podía moverse, y aún esto comenzó a moverse y dar vueltas bajo mis pies. La casa entera subía y bajaba a mí
alrededor, e incluso cuando abrí mis ojos, tratando de conseguir ponerme en pie, era
sólo para sentir de vuelta mis ojos mirando hacia el techo, que se desvaneció como una
escena al final de una película.
Desperté más tarde, la misma noche en mi propia cama, vestida con mi pijama de
franela, pero confundida y desorientada, como si yo de repente me encontrase en un
país extranjero, a diferencia de que se trataba de mi propio dormitorio. Estaba todavía
oscuro. Me estiré tanto como fue posible, con los ojos abiertos, por si acaso el cuarto
comenzaba a dar sacudidas y el techo comenzaba a decolorarse otra vez.
La casa no cambió, aunque aún repetía en mi mente de nuevo, con el más mínimo
detalle, todo lo que había visto. Todo lo que había sentido.
Había visto a Lucius beber sangre. ¿O había sido yo? Yo había estado indispuesta.
Confusa. Y aquel olor… Tal vez el Doctor Zsoldos había medicado a Lucius con algún
tipo del licor embriagador rumano o una poción o algo. Tal vez yo había entendido
mal, en mi ataque de pánico y mi miedo.
Pero la única cosa que yo no podía justificar era lo que había sentido cuando había
creído que Lucius estaba muerto de verdad. Pena. La pena más profunda que podría
imaginar. Como un agujero profundo y afilado en mi alma.
Esa… esa era la parte que realmente me tenía asustada. Tan asustada que, de hecho,
resbalé abajo otra vez en medio de la noche, arrastrándome por el comedor. El fuego
había sido alimentado, y Lucius estaba todavía de espaldas sobre la mesa, pero había
una almohada bajo su cabeza ahora. Una cálida manta había sido colocada sobre él,
también, cubriéndolo desde hombros hasta los dedos de los pies. Mi papá estaba
todavía en el cuarto, dormitando en la mecedora, roncando ligeramente, pero Mamá
se había ido, y el Doctor Zsoldos también, y su bolsa, y la bolsa con la que yo
probablemente había soñado…
Me acerqué a la cara de Lucius. No había ningún rastro de rojo sobre sus labios,
ninguna mancha bajo su barbilla, ninguna indirecta de un cambio en su boca. Solamente una cara pálida, herida, ahora familiar. En cuanto lo miré, él debió haber
sentido mi presencia, o tal vez él soñaba, porque él cambió ligeramente, y su mano
desechó la mesa. La posición parecía incómoda, después de la espera para ver si él se
moviera otra vez, con cuidado agarré su muñeca y la deposité sobre la mesa. A pesar
de la manta y el fuego chispeaba lejos de él, su piel estaba tan fresca al tocarla… fría,
en realidad. Él siempre estaba tan frío. Mis dedos resbalaron abajo, tomando la mano
de Lucius durante un momento, ofreciéndole alguna comodidad o calor.
Él estaba vivo.
Comencé a llorar entonces, tan silenciosamente como posible, desesperada para no
despertar Papá. Tan solo permití que las lágrimas se deslizaran por mi cara, goteando
en nuestras manos entrelazadas. Lucius me conducía a la locura. Él estaba loco. Pero
no importaba. No quise sentir aquella sensación, de pérdida profunda otra vez. Nunca.
Tuve hipo mientras sollozaba, incapaz de contenerlo. En el sonido, el Papá gruñó, el
enorme resoplido de alguien tratando de dormir en una silla difícil, y tuve miedo que
él pudiera despertarse, entonces liberé la mano de Lucius, limpié mi cara con mi
manga, y volvió a mi cuarto otra vez. Casi salía el alba para entonces, de todos modos.

Guía de Jessica para ligar con vampiros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora