Aprendiendo A...

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"Evening Crow"
23 de octubre del 2016.

—Esto es humillante. —Dijo Eve avergonzada.

Estábamos en una tienda deportiva cuyo aroma a plástico recién fabricado se combinaba con el plomo de las llantas de bicicletas y producían un escozor en la nariz que provocaba un fuerte dolor de cabeza.  La plaza estaba en un centro comercial muy cerca del Central Park, habíamos hecho poco más de tres horas desde casa y tantos los niños como Boregard y yo estábamos cansados.

Eve estaba sentada sobre un pequeño triciclo con estorbosos lazos de colores y brillantes a los lados.

—Estoy de acuerdo, mocosa. —Presioné el centro de mi celular para sacarle una fotografía.

Por Dios ahora tenía más armas para amenazarla, punto para Evening, o sea para mí, porque ella también se llama Evening, pero... Punto para Crow.

—Oiga, ¿puedo subir después de usted?

Una niña de pelo rubio platino y tez casi roja le habló con una voz aguda y melosa de niña mimada, me tapé la boca con una mano para aguantar la risa. Eve puso los ojos en blanco y se bajó del triciclo.

—Todo tuyo. —le respondió Eve un poco molesta.

La niña de no más de tres años brincó de emoción y con esfuerzo, que hizo que sus rizos amarrados en dos coletas dolorosamente apretadas a los lados de su pequeña cabeza se movieran de izquierda a derecha, se trepó a la bicicleta tan feliz como si hubiera ganado una botella de brandy.

Eve caminó hacia mí, le acomodé el cabello tras la oreja, había comenzado a obsesionarme con ese pelo castaño tan brillante y suave que le llegaba justo abajo de las clavículas bien marcadas y que peinaba cada vez que tenía oportunidad.

—Eso fue vergonzoso —susurró con los dientes apretados—. La niña me dijo "usted". ¡Por Dios! —me reí y crucé mis brazos delante de mi pequeño busto—. Qué humillación.

—Mira, Eve —gritó Louis al otro lado de la tienda deportiva—, esta tiene llantitas que prenden.

—Agh. —Eve se cubrió la cara y dejó caer su cabeza en mi hombro cuando una pareja volteó a mirarla con curiosidad.

—¿Tienen algún curso en donde pueda meter a una niña para que aprenda a montar en bicicleta lo más rápido que sea posible? Tal vez en una semana o menos —le preguntó Boregard a la dependienta con su camisa de polo roja y su cabello quebrado y color avellana muy por encima del hombro.

—Sí —contestó la cajera mascando con muy poca decencia su bola de chicle de tutifruti—. ¿Qué edad tiene su pequeña?

Eve y yo nos acercamos despacio para ponernos tras Boregard que llevaba, como muy pocas veces antes, una camiseta muy informal de color blanco que le resaltaba los fuertes y marcados hombros que tenía.

—Em... Tiene trece pero parece de diez. —le dijo.

—Oye —refutó Eve—, estoy tras de ti.

—¿Lo ve? —expliqué yo—. Es tan pequeña que nadie la nota.

Eve bufó con desesperación y mejor se fue con Louis que movía las llantitas de una bicicleta azul para hacerlas brillar. El calor de la tienda crecía y crecía conforme la gente llegaba al establecimiento reducido y la camiseta de manga larga negra de Eve la abochornaba y la vi anudarse una coleta que quedó muy floja.

—Oiga, en serio, necesitamos que aprenda. —le rogué a la mujer que había tomado una lima negra con bordes blancos y la estrellaba con fuerza en sus uñas sin esmalte.

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