El Anillo

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"Evening Crow"
25 de noviembre del 2016.

Consulté el reloj del celular mientras abría la puerta del auto para entrar en él tan rápido como el estorboso maletín colgado a mi hombro me lo permitiera, 10:00 AM, pero ahí afuera las nubes grises amenazadoras hacían parecer más temprano. Era un día sin color y con unas nubes tan bajas que si subías a una montaña alta podrías tocarlas.

Una vez dentro del auto cerré la puerta y pasé el maletín hacia atrás después de deshacerme de su estorbosa y pesada existencia a mi lado. Encendí a tope la calefacción que tanto hacía falta en los pasillos del colegio, me acurruqué en el asiento mientras el motor se calentaba y mi cuerpo también.

Era la junta del viernes final del mes, ¿por qué Eve no estaba conmigo? Bueno, como no podía dejarla sola y parecía ser que la mal acostumbré a levantarse temprano en tan sólo tres meses —palabras del abogado la última vez que visitó la casa—, Boregard se ofreció a cuidarla porque él no asistía a la junta esa vez. Louis tenía ensayo con la banda del colegio así que yo lo llevé a la escuela conmigo pero para cuando la junta había terminado a él aún le quedaban un par de horas de práctica, así que aunque pasé a verlo antes de salir, no pude llevármelo a casa por mucho que quisiera.

Suspiré y descubrí que ya no tiritaba, maniobré al volante para salir del estacionamiento parcialmente lleno, era de las primeras en abandonar la escuela, algunos maestros se reunían después de las juntas para tomar un rico café, cotillear y hacer baggles pero con la mocosa a mi lado, todo el tiempo estaba vigilada, me sentía como tributo del capitolio, así que debía ir rápido a todos lados si no estaba con ella, nada de paradas innecesarias o grupos informales de chismes acerca de la profesora de inglés.

Una vez fuera de las instalaciones azules del colegio di vuelta a la derecha para incorporarme a lake road y su matutino tráfico de taxis amarillos. Todo alrededor estaba ya cubierto de árboles con copas naranjas y colores opacos.

Mi teléfono vibró dentro del bolsillo del pantalón de deportes azul marino. No contesté porque sabía, sin siquiera mirar la pantalla, quién era. Louisa Ramsey había regresado de su servicio en una ciudad central de México hacía un par de semanas. Había llamado más de tres veces al día, cada día sin falta. Sus llamadas eran un tanto impertinentes, a las 11:56 PM, 11:59 PM, 1:30 AM y 2:33 AM. Siempre variaba en minutos, otras —casi siempre—, a la misma hora, casi como rutina.

En realidad no es que fueran cosas que me molestaran tanto puesto que no veía las llamadas hasta el día siguiente por la mañana, ni siquiera sonaba mi teléfono al recibir su intento de llamado, solía poner el celular en modo silencio o avión por las noches. Desde que Eve había llegado a mi vida tenía pocas horas de sueño entre semana, no estaba de humor para contestar las llamadas de mis antiguos colegas de bar para invitarme a media noche a salir, de igual forma, habían disminuido sus mensajes y llamados desde hacía unas semanas, no tenía ganas de explicar que mi hija me había encontrado y que trataba de jugar a la buena madre —aunque eso hacía— y no tenía tiempo de salir a ninguna parte y llamar a mi madre para que cuidara de ella sería un error, ni siquiera había hablado con ella de que Eve había vuelto.

Louisa dejaba buzones de voz que a veces escuchaba, no porque en realidad quisiera hacerlo sino porque era mi única amiga del mismo sexo, no es que con Boregard no pudiera hablar de menstruación o cólicos, pero había cosas más íntimas que a él no podía hablarle con toda franqueza, como que me gustaba, por ejemplo.

Louisa solía dejar mensajes ebria, con resaca o en plena borrachera. Insultando, no a mí por supuesto, o haciendo irreverencias. Siempre que me invitaba a salir yo contestaba con un seco y rápido correo electrónico: "Lo siento, Lou, estoy enferma". Y aunque yo estaba segura de que leía todo su buzón, ella seguía insistiendo.

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