"Evening Crow"
25 de febrero del 2017—¡Eve! —le grité mientras tocaba con fuerza la puerta de mi cuarto—. ¡Te doy cinco segundos para que salgas de ahí! —volví a forzar el picaporte pero como en cinco ocasiones anteriores era imposible abrir—. ¡Eve!
—¡No! —me rendí ante su respuesta.
—Eve, entiende, tengo una comida a la que me interesa asistir y ya voy retrasada sólo porque no abres la puta puerta.
—¿Acaso te estoy deteniendo? Te dije que Riley y su mamá van a pasar por mí, puedes irte ya.
—Pues a mí no me dijeron nada —callé pero sin quitar mi mano del pórtico ni mi oreja de la puerta—. ¡Eve, si no abres la maldita puerta en cinco segundos voy a tirarla de una patada!
—Ahora te diré Evening Miyagi —y se rió, tuve que apartarme de la puerta para que no escuchara que yo también lo hacía—. No veo las astillas volando mientras suena la banda sonora de los piratas del Caribe.
Me recargué en la puerta, exahusta por tantos intentos infructuosos. Dentro de la habitación se escuchaban los mismos ruidos sordos que una hora atrás.
—Te odio —susurré.
—Entonces vende tu tonta caminadora que jamás usas y múdate abajo de un puente.
Decidí que si ella no saldría tendría que arrastrarla yo misma para ver qué tanto hacía en mi cuarto porque no podía creerme que Riley o su madre vendrían por ella para llevarla a un partido de hockey, aunque usualmente me lo habría tragado, porque Eve no era de las que se escapaba, pero su falta de discreción la había traicionado.
Bajé las escaleras intentando que el sonido de mis tacones rosados se intensificara para que de esa manera Eve abriera la puerta o quitara el seguro, pero como tampoco conseguí nada seguí andando y una vez en la planta de abajo me dirigí a la cocina para buscar las llaves de las habitaciones. Recordaba tener un juego de copias por algún lugar, lo había visto una vez en mi vida cuando Elizabeth se quedó encerrada en la habitación al jugar a las escondidas y no podía quitar el seguro. De inmediato entendí que jamás las hallaría, pero no desisití.
Tardé más en abrir todos los cajones de la cocina que en descartar que estuvieran ahí, fui a la sala para continuar con mi búsqueda. Había una pecera de cristal en la mesa de centro que Eve y yo usábamos como bote de basura, papelera, portalápices, confitero y caja de pañuelos desechables al mismo tiempo para ahorrar un poco de espacio. Con dificultad la vacié toda en la mesa provocando bastante escándalo cuando las monedas de 25 centavos golpetearon sordamente contra el metacrilato de la mesa. Tuve que inclinarme y apartarme el cabello de la cara para rebuscar entre la basura y las envolturas de Milkyway o KitKat, encontré un envase de Bubble Tape y lo tiré a la basura, pero me arrepentí y al sacarlo me di cuenta que aún quedaba un poco de goma de mascar dentro y me la llevé a la boca, pero estaba tan rancia como los pequeños dulces sin envoltura al fondo de la pecera, así que me lo saqué de la boca tras hacer un par de muecas y volví a dejarlo en el cesto.
Debajo de algunos centavos estaba un juego de llaves medio viejas. Eran 10 llaves unidas en un arillo metálico medio chueco, ninguna estaba marcada así que tendría que probar con todas hasta dar con la que abriera la puerta de mi habitación, corriendo el riesgo de que mientras lo hacía Eve pusiera una barricada para impedirme el paso.
Suspiré para no perder la cordura y justo cuando estaba a punto de echar de nuevo la basura, pañuelos y centavos en la pecera, alguien tocó la puerta tres veces.
Miré el reloj en mi muñeca izquierda, 1:50 en punto.
—Si no es Boregard me pego un tiro —me dije en voz alta antes de llegar a la puerta para abrirla y ver ahí parado a un alto hombre de saco gris y pantalones color café.
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Evenings
General FictionUna autora de suspenso y aventura se une con una editora de novelas de misterio para desafiarse a sí mismas y transportar a los lectores a una ajetreada Manhattan, el fascinante mundo del teatro, los excesos, los adinerados colegios y... las más tri...