"Evening Rowell"
17 de marzo del 2017—¿En verdad no vas a quedarte, Evening? Yo apenas si la conozco, no quiero quedarme sola ahí con ella sin ningún tema de conversación esperando a que alguna canción de la radio me suene conocida para tararearla en mi cabeza y olvidar el vacío que voy a vivir. ¿Qué tal si nos quedamos sin nada qué decir y hay un momento incómodo?
—Con Celia Crow todos los momentos son incómodos —respondió Evening prestándole más atención a la calle de la izquierda que a mí.
—Quédate, por favor, haré lo que quieras cuando volvamos a casa. Puedo lavar los platos o... acomodar tus LP de The Cranberries.
—Esta vez no te va a funcionar. Y nadie toca los LP. Valen más que tu vida y la mía juntas.
—Evening —rogué cuando noté cómo el auto entraba en una sección privada con casas enormes, modernas y jardines bien podados.
—Eve —me regañó—, basta. Ésto no se discute, fue tu problema por haberte metido en la boca del lobo. O la loba. Demonios, esa bruja es tan convincente.
Nos detuvimos frente a una enorme pared que parecía más bien una poderosa muralla bien construida. Evening se asomó por la ventanilla del auto y dijo su nombre completo, omitiendo el Rose, al hombre con traje de seguridad privada que se encontraba en la caseta de acceso.
—¿Aquí vive Pablo Escobar o algún exiliado político cubano? —pregunté cuando las puertas electrónicas se abrieron de par en par dejando ver casas más imponentes y elegantes que las que había visto momentos atrás.
—Siempre he pensado que mi madre consume anfetaminas, aunque no he encontrado nada sospechoso, igual revisa el azúcar glass del postre antes de comerlo.
—¡Evening! —la reprendí yo con voz seria—. Necesitas una terapia.
—No necesito una maldita terapia, Eve —respondió—. Sólo hay tres cosas que necesito en esta vida: un orgasmo, atención y 50,000 dólares.
Una vez vagando por las calles de la residencia comencé a sentirme mucho más pequeña de lo que era, las enormes construcciones impólutas parecían tener vida propia y sentirse tan imponentes que te empequeñecían. A pesar del cielo gris y el terrible frío sucesor de una lluvia que había durado toda la mañana, todos los jardines y calles dentro de esa residencia estaban impecables, no como las calles de Saratoga que se inundaban con frecuencia.
Las casas estaban marcadas desde el uno y ascendían cuanto más te internabas en ese gigantesco lugar. Habría preferido seguir contando las placas plateadas pero de pronto Evening se estacionó frente a una casa de dos pisos en color blanco que tenía toda la finta de un museo parisino.
—Si tocas tres veces se abre un pasaje debajo de tus pies que te lleva al calabozo —me dijo Evening mirando a la casa y tras notar mi nerviosismo decidió proseguir—. Es mentira, pero deberías bajar ya, Celia se pondrá ansiosa y saldrá para quedarse ahí parada, no quiero que me vea.
Miré atónita a Evening por un par de segundos, no era porque usaba el cinturón de seguridad, ni porque su ropa no podía estar menos a la altura de ese lugar, sino porque en realidad no pensaba bajar conmigo.
—Sólo te pido que me acompañes un rato —volví a suplicar—. Yo no la conozco lo suficiente y no creo que sea muy agradable los primeros diez minutos.
—Eve, basta, en serio —me dijo—. Mi madre y yo jamás llevamos una buena relación ¿de acuerdo? No la había visto en persona desde hacía tres años o más.
—Tú y yo no nos habíamos visto jamás en doce años y ahora uso tu pijama.
—Esto es diferente, yo no soy como mi madre. Ella siempre quiere controlar las vidas de los demás y cuando tienes mucha suerte, como yo, se olvida de tu existencia por 18 años y te pregunta qué te hizo falta todo este tiempo cuando le dices que estás embarazada, luego te corre de la casa y te libras de su asfixiante presencia.
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Evenings
Ficción GeneralUna autora de suspenso y aventura se une con una editora de novelas de misterio para desafiarse a sí mismas y transportar a los lectores a una ajetreada Manhattan, el fascinante mundo del teatro, los excesos, los adinerados colegios y... las más tri...