"Evening Rowell"
31 de octubre del 2016.—¿Crees que hoy nos entreguen las medallas? —pregunté a Evening poniéndome el abrigo negro con el escudo del colegio bordado en la bolsa izquierda del pecho.
—Eso espero. —Evening cerró la puerta del piloto y se sacó el cabello castaño que había quedado atrapado bajo su abrigo.
El vapor salía de mi nariz roja como la de Rudolph el reno, nunca había deseado tanto unos pañuelos de mentol suaves. Me colgué la pesada mochila a los hombros y metí las manos a las bolsas para mitigar el frío matutino, pues había olvidado los guantes en el sillón antes de ir a la escuela.
Esperaba ver a la entrada del colegio una bienvenida con pancartas, adornos y cosas dedicadas a los tres ganadores y a la competencia en general, pero todo parecía transcurrir con la monótona normalidad de siempre, a excepción de que parecía haber un chico nuevo porque la orientadora estaba rodeada de los padres de cabello castaño y un tranquilo niño larguirucho con cabellos negros apelmazados a la frente que miraba para todos lados con las manos —excepto el dedo pulgar—, en las bolsas del pantalón, pero parecía mucho mayor que yo, así que no me incumbía.
Entramos al colegio y el grupo de chicas populares de último grado de secundaria bajaban con la líder —de cabellos rizados y castaños oxigenados— al medio y sus insípidas amigas siempre resguardando su espalda aunque nadie en la escuela la molestara por nada, ni porque su corte estaba pasado de moda. Los otros impopulares sólo sacaban sus libros de los casilleros de metal gris apilándolos en una incómoda torre sobre sus brazos con ayuda del vecino apretándolos contra su pecho para controlar los temblores por el frío y hablando con los de su clase sobre los proyectos de sus cursos.
Nada más interesante que una pancarta negra junto a trabajo social que explicaba, con recortes extremadamente grandes y simétricos, el correcto lavado de manos ya que la epidemia de gripa estaba comenzando.
—Allá está Rudolph. —me susurró Evening.
Me sorprendí un poco al recordar que estaba ahí, pero giré a la izquierda para seguirla, casi podía sentir el peso de la presea colgando de una cinta en mi cuello.
Unos pasos adelante, saliendo de la oficina principal, estaba el alto hombre de cabeza casi calva que dirigía el plantel de secundaria, pero, junto con él estaban Boregard y Louis. El primero traía en las manos un montón de papeles que amenzaban con voltearse y caer al suelo y su hijo, tan campante, con sólo la mochila a los hombros sin intención aparente de ayudar.
—Hola. —saludó Evening generalmente.
Los tres contestaron a coro con una sonrisa y como anticipé, Boregard casi pierde el control de su torre de carpetas plásticas multicolor.
—¿Cómo están? —quizo saber el director. Siempre preguntaba eso, a todos, era su manera de iniciar las conversaciones aunque no prestara atención a la respuesta.
—Increíble —respondió Evening, pero miró hacia abajo para dirigirse a mí y no a su cuestionador—, realmente bien.
—Ajá —les dije que no prestaba atención—, me alegra bastante. ¿Cómo les fue en la carrera? —inquirió mirando la carpeta que llevaba en las manos con los pequeños ojos oscuros casi cerrados para leer mejor, aunque traía los lentes colgando de una cintilla marrón al cuello.
Boregard y Louis parecieron palidecer y el más grande abrió la boca intentando interrumpir, pero Evening ganó la palabra, como siempre.
—De eso mismo queríamos hablar. ¿Qué pasó con las medallas? Porque...
—Am, director —tartamudeó Boregard—, los papeles ya están en su escritorio, le pido que me dé la respuesta cuanto antes. El equipo de ballet necesita una solución pronto, el show no tardará en presentarse a los padres y hay mucho que comprar, los vestuarios suelen ser laboriosos. Si nos damos prisa tal vez...
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Evenings
General FictionUna autora de suspenso y aventura se une con una editora de novelas de misterio para desafiarse a sí mismas y transportar a los lectores a una ajetreada Manhattan, el fascinante mundo del teatro, los excesos, los adinerados colegios y... las más tri...