Florida.

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"Evening Rowell"
30 de diciembre del 2016

—¡Eve! ¿Puedes prepararme un café en lo que acabo de empacar? —me gritó Evening desde la planta alta, su voz era casi un mero eco por la distancia.

No contesté enseguida como a ella le hubiera gustado y estaba acostumbrada a que lo hiciera, pues el cansancio me cerraba los parpados como a un bebé que ha pasado toda la tarde acompañando a su madre de compras en una tarde calurosa de julio.

—Jamás vas a obetner nada más de mí —bostecé mientras colocaba un vaso de vidrio en el escurridor como llevaba haciéndolo los últimos cinco días.

—Eres mi esclava ¿recuerdas? Tu castigo está por terminar, Eve, vamos, no seas tan llorona.

Evening hacía bastante ruido en la planta alta guardando Dios sabe qué en la maleta que me vi obligada a compartir con ella para ahorrarnos espacio según sus teorías de viajero que le había arrojado una página barata de internet. El trato era mitad y mitad de la maleta roja que encima era mía, pero hacía tan sólo unos minutos, cuando había subido a entregarle mi gorra blanca a Evening para que la guardara, me enteré que ella había sacado la mitad de mis cosas, no es que fueran demasiadas, para meter en la valija estupideces que probablemente sólo harían estorbo durante el viaje a Florida, como una sudadera extra, toallas, que habría por sobreentendido en el hotel, y un par de tenis que además eran de ella, así que al final de la batalla quedamos 3/4 vs 1/4 de espacio favor Crow, aunque lejos de hacer berrinche como lo habría hecho la Eve de dos meses atrás, me limité a negar con la cabeza y bajar a la sala para evitar una pelea para la cual estaba cansada.

—Boregard dijo que no podías castigarme así —intenté alegarle de nuevo.

—No quiero escuchar hablar de él durante todo el viaje ¿de acuerdo? —ella bajó la escalera con esfuerzo y maleta en mano, aunque parecía estar demasiado pesada pues su cuerpo estaba inclinado hacia la derecha y la balija apoyada en su muslo para poder cargarla.

Le asentí aunque dudaba que me hubiera visto pues fue a la puerta para ponerse su sudadera azul marino que siempre colgaba del perchero de madera oscura en donde ambas colocábamos los abrigos al volver del colegio uno junto al otro, no había sido consciente de aquel insignificante detalle, aunque en nuestro caso significaba demasiado, hasta que tomé su suéter por error la noche anterior cuando habíamos ido al centro comercial para armarnos de lo básico para el viaje pero con lo que ya no estábamos familiarizadas debido a lo inactiva que era nuestra vida social.

—Los trastes están limpios —dejé el último pesado plato que tuve miedo de tirar en el escurridor de plástico blanco a lado del fregadero.

Apreté mis manos sobre mi suéter de color rosa pastel que tenía un bonito durazno bordado en el pecho de lado izquierdo para secarlas y desentumirlas. El agua del fregadero estaba demasiado fría a las 6:30 de la mañana.

—¿Y mi café? —preguntó ella entrando a la cocina, la única parte, junto con la sala, de la casa que estaba iluminada.

—Evening, pusiste mi alarma a las 5 AM ¿todavía te crees con el derecho de pedirme algo?

La miré petreamente y pasé a su lado con los ojos en blanco para ir a la sala. Me dejé caer, sin tomar en cuenta que el sillón individual que se mantenía impoluto y blanco gracias a Alicia, la mujer de cabello rubio platinado y bonitos ojos azul-grisáceo que nos ayudaba pacientemente de lunes a viernes con el aseo de la casa, se había movido ligeramente, para ponerme los tenis blancos. El frío del suelo me traspasaba las calcetas blancas y unos ligeros calambres se asomaban como leves arañazos es los dedos de mis pies pequeños.

—¿Qué? —Evening extendió ambos brazos a los lados en ademán desconcertado—. Ni me lo reproches, igual te levantaste hasta las 6 gritando que se nos hacía tarde —se cruzó de brazos.

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