William Askill

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"Evening Crow"
08 de octubre del 2016.

Después de cuatro cigarrillos mi rostro ardía por el frío que de pronto azotó y las lágrimas que habían enrojecido mi cara.

Aplasté la última colilla de cigarro con mi zapatilla de bota negra y tomé el cuerpo del delito entre mis dedos. Me levanté de la silla que tan bien se había amoldado a mi cuerpo después de mucho tiempo en la misma incómoda posición, arrojé al cesto negro el cigarrillo, tomé las llaves de la mesita de tablones de madera espaciada de color blanco y el encendedor que estaba sobre ella, metí las llaves en la chapa, las giré y entré a la casa mientras la puerta rechinaba.

Dejé las llaves en la barra, me quité las zapatillas y mis pies se estremecieron al contacto con el suelo frío, me encogí para abrazarme a mí misma dejando los zapatos abandonados. Tomé la baranda que también se había enfriado y subí unos cuantos escalones hasta que me di cuenta que Eve no estaba en la sala, la casa estaba silenciosa, señal de que algo importante faltaba.

—Eve —mis palabras resonaron por toda la casa—. Eve.

Subí corriendo las escaleras, de dos en dos escalones para acortar el camino. Abrí la puerta de su cuarto pero estaba desierto y bien acomodado, encendí la luz y avancé hacia su ventana, puse una rodilla en el colchón y separé las persianas con mis dedos.

La luz de la sala del vecino, un hombre afable apellidado Leigh, a quien Eve apreciaba, bueno, apreciaba sus chocolates, estaba encendida. Las cortinas estaban completamente corridas, me incliné para ver mejor, una niña con un suéter rosa y unas trenzas cortas estaba sentada en un chillón sofá amarillo.

Cerré la persiana más tranquila, salí de su habitación y atravesé el pasillo suspirando lentamente y con un dolor de cabeza que me recorría con estruendo la nuca. Me quité la ropa y puse sobre mi piel con aroma a tabaco una pijama negra de camisa corta y mallón de lycra. Dejé la camisa de popelina blanca y todo lo demás arrugado en el suelo, alcé las sábanas y me metí a la cama, la columna vertebral me dolía casi tanto como la cabeza, al cerrar los ojos un trueno de ardor me recorrió los párpados, sólo los cerré, tenía que asegurarme de que Eve entraba en la casa. ¡Por Dios, debería importarme un comino!

—Irás presa si algo le pasa —me repetí en silencio.

Pasó mucho tiempo, estaba a punto de quedar en la inconsciencia hasta que escuché la puerta de abajo abrirse, luego cerrarse. Entonces sí, me dejé llevar.













"Evening Rowell"

Crucé la calle corriendo, subí los escalones de igual forma, me volví antes de entrar a la casa de Evening para despedirme con una agitación de mano del hombre que me había regalado los chocolates de leche. Entré a casa entumida por el frío de la calle, me recargué en la puerta y así me mantuve durante algún tiempo para calmarme.

Sopesé con cuidado las palabras del señor Leigh como si estudiara una dura lección de matemática: "Las peleas son el principio de un lazo duradero", me había dicho después de dejar los chocolates en mi mano con una sonrisa benévola que le causó arrugas incontables en su rubicunda cara.

Miré mi venda con motas de color carmesí asomándose, seguro la sangre ya estaba seca bajo la gasa de algodón.

"Lávala en cuanto llegues a casa."

En lo que le daba vueltas al asunto de si en verdad podría arreglar la cosas con Evenig guardé los chocolates en mi bolsillo, me encaminé al baño del primer piso, abrí la puerta y encendí la luz manteniendo mi mano izquierda arriba.

Fui desenrrollando la venda en lo que llegaba al lavabo y la dejé caer a mis pies, fue un error no dejar que Leigh me curara.

La sangre estaba seca y mi piel lastimada. No era la herida del siglo pero dolorosa sí. Abrí el grifo y dejé mi mano ahí, sintiendo el frío calmar mi ardor hasta que el agua dejó de teñirse de rosado. Me deshice las trenzas, cepillé mi cabello con los dedos, tenía pequeñas ondulaciones a los costados, suspiré una vez más y salí del baño.

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