Feliz Y Caótica Navidad.

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"Evening Crow"
24 de diciembre del 2016.

—¡Despierta, despierta, despierta, despierta! —gritó Eve saltando a la cama para dejarse caer de rodillas a mi lado.

—Hija de tu madre —respondí con voz ahogada cuando me quedé sin aire en los pulmones al ser aplastada por su pequeño cuerpecito.

El golpe provocó que doblara las rodillas haciendo una perfecta cuna para que Eve se recargara sobre ellas usándolas de respaldo sentada a horcajadas en mi estómago.

—¡Quítate de aquí! —gruñí bajando mis piernas.

Ella casi se cae de espalda pero le tomé el brazo para sujetarla y acostarla jalándola a mi lado justo a tiempo. Hasta mis reflejos se habían agudizado.

—Evening, no hay tiempo para no hacer nada —rió volviéndose a sentar.

Le di la espalda y me cubrí por completo con la sábana gris. Ella se levantó de la cama pasando de nuevo por encima de mi cuerpo, cerró la puerta y volvió a brincar a mi lado.

—¡Eve! —la regañé destapándome con fuerza—. ¡Deja de hacer eso, por favor!

—Alguien está de mal humor el día de hoy —rodó los ojos y dejó de brincar.

—Tú te pones de mal humor cuando yo te despierto también así que pido un poco de consideración.

Bufó con fuerza y el aire que salió de sus labios le levantó un cabello de la cara. Su coleta mal anudada estaba a punto de deshacerse y su vestuario era poco presentable, la sobrecargada elegancia que le había conocido un año atrás se difuminaba casi tan rápido como las esperanzas de que un demócrata llegara a la casa blanca en el futuro cercano. Eve vestía encima de su pijama rosa mi abrigo largo de estámbre gris con el que la había visto acurrucada horas atrás.

—¿Dónde está Boregard? —pregunté sentándome sobre la fría cama.

Me enjugué los ojos tornando mi vista borrosa cuando quite las manos de mis párpados.

—Él está abajo —respondió levantándose—. Está terminando de decorar.

Caminó al armario de Boregard, abrió las puertas de madera corrediza y se arrodilló para abrir una maleta negra parecida a la nuestra, sólo que no era la de nosotras ¡Los regalos!

—¡Eve! —le grité levantándome rápidamente de la cama produciéndome un repentino mareo.

Mis talones resonaron en la alfombra marrón y justo cuando Eve abría el cierre de la mochila negra la sostuve por debajo de sus axilas para subirla a la cama. Era tan delgada como un lapiz y mangonearla no me representaba mayor preocupación.

Aún con los nervios exudando de mi estómago me puse en cunclillas para cerrar la maleta produciendo ese lastimoso y agudo sonido de las cremayeras al cerrarse. Cargué la maleta y la metí de nuevo al armario obstruyendo su vista con la puerta de nuevo.

—¿Qué fue eso? —preguntó tocando su costilla con una mueca dibujada en su cara matutina y desaliñada.

—Esa no era nuestra maleta —respondí contando mentalmente hasta diez para olvidar el susto que aún agitaba mi corazón—. No puedes ir por ahí abriendo cosas que no son tuyas.

—Lo siento —agachó la cabeza y escondió sus manos juntas entre sus piernas con pijama de estampado navideño en blanco y rojo.

Me llevé las manos a la cintura y solté todo el aire que mantenía en los pulmones.

—Bien —cedí caminando hacia ella cuyos pies colgaban tiernamente de la cama—. ¿A qué se debe el servicio de despertador a domicilio?

Sus ojos volvieron a iluminarse, alzó el rostro y me miró.

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