¿Ganaron?

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"Evening Crow"
29 de octubre del 2016.

El viernes 28 de octubre, la misma tarde en que Eve logró pedalear sin caerse, cometí un gran error, un tre-men-do error que saldría más caro de lo que esperaba.

A las once de la noche del viernes, cuando por fin revisé mi teléfono de nuevo y la casa estaba silenciosa, tenía treinta llamadas perdidas y quince mensajes de texto con motivo urgente. Mi abogado, Elizabeth, George, Nate y sus respectivos juristas, todos habían dejado buzones de voz que eliminé el sábado a primera hora de la mañana sin escuchar, no me hacía falta que me recordaran lo hija de perra que era ni tampoco me sentía con ganas de leer los mensajes de texto que me recalcaban, con expresiones del argot de los carceleros, en la que me había metido por no haber asistido a la corte la tarde del viernes.

Ustedes están sabedores de mi situación y por si no la recuerdan les digo que debo estar en los juzgados una vez al mes para tener a mis hijos toda una estúpida tarde. Sin sentido, porque peleabamos, no era un fin de semana agradable porque Elizabeth y Jake me reprochaban cada acción de mi vida, pasada y presente. Yo les gritaba por todo, nos insultábamos, pero eran protocolos estúpidos que los tres debíamos seguir aunque pereferíamos estar cada quien por su lado.

Me gustaría poder decir que simplemente lo olvidé, aunque ahí no había ni una sola verdad, pero... Un segundo, ¡Tal vez pudiera ser! Les diría que tuve que ayudar a Eve en una emergencia de madre e hija, pondría una cara tierna y sobornaría a la mocosa para que se quedara callada.
Desgraciadamente eso no pasaría, Dios, en la que me metí. Eso me iba a costar caro.

—Evening —dijo Eve a mi lado en el auto—, tu teléfono está sonando.

Alcé un poco el cuello para mirar la pantalla sobre el tablero del Jeep, era, como esperaba, el número del abogado de George así que volví a mi posición inicial en el asiento.

—Déjalo, no es importante.

—¿Cómo lo sabes si aún no contestas? —Eve subió su pie al asiento como siempre lo hacía aunque para mí era una posición incómoda.

—¿Sabes una cosa? Sigues cayéndome mejor cuando estás dormida.

Sonrió y miró sus largos dedos apoyados en su espinilla pálida sin decir palabra. Eve tenía una mano tan pequeña que parecía de muñequita de porcelana antigua como las que mi madre compraba para mí en cada cumpleaños hasta que cumplí 12 y entonces pareció olvidar la fecha en que llegué al mundo. Sus deditos delgados la hacían digna de presumir un elegante anillo de diamantes o 5 kilates de oro. Yo no estaría ahí el día en que saliera por la puerta con un largo vestido de encaje blanco y un bonito peinado para el día de su boda. Eso era un alivio del tamaño del sol para mí, no podía pensar cuando Elizabeth lo hiciera, tal vez ni siquiera estuviera invitada al evento, tampoco sabía si asistiría en caso de serlo.

Pero Elizabeth aún no se casaría, todavía era una niña ¿no? 20 años, todavía le faltaba tanto por vivir, aunque a su edad yo ya la tenía a ella tomada de la mano.

—¿Crees que ganemos la carrera? —Eve alzó la vista sacándome de mis vagos deseos y cerró sus ojos ante el rayo del sol que le dio de frente repentinamente.

—No.

Volvió a reírse.

—A mí me encanta tu manera de darme ánimos ¿sabes?

—Es un don natural. —dije.

Estacioné el auto a las orillas del Central Park en donde las pancartas con el logo del colegio ya acaparaban la vista de los que pasaban y decidían seguir el camino azul en lugar de seguir de largo a sus destinos iniciales.

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