Washington Ó Boregard.

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"Evening Crow"
18 de diciembre del 2016

—¡EVE! —Grité desde la planta baja con la boca llena de cereal con leche—. ¡Tu teléfono está sonando!

—¿Puedes contestar por favor? Estoy en medio de un asunto importante. —contestó desde el baño de su habitación. A penas pude distinguir lo que había dicho.

—Ay, Eve, yo también estoy en medio de un asunto importante. —me acomodé en la silla de la barra.

El teléfono se calló después de haber sonado cinco veces seguidas. Volví la vista a la tableta electrónica que tenía junto a mi taza de café americano donde leía un artículo publicado en honor al escritor latino José Revueltas y del cual me había enamorado después de leer Los muros del agua. Di otro trago al café cuando el teléfono de Eve volvió a sonar con una vibración que parecía marcar un definido zig-zig-zig.

—¡Evening! Deja tu bendita taza de café sólo por un segundo. —me gritó, su voz sonaba hueca por la distancia.

Di un último trago al café, no sin quejarme, y me levanté del banco.

—Discúlpame pero yo... —comencé a subir las escaleras trotando—, te dije que bañarse a las nueve de la mañana no era la mejor opción.

Llegué al segundo piso, me metí a su habitación en donde vi su teléfono sobre su cama ya arreglada.

—Y escúchame bien: si te enfermas una vez más te voy a descontar las medicinas y la estúpida consulta de tu mesada.

—Ni siquiera me das mesada. —gritó una vez más, el ruido del agua contra el suelo de su baño le hacían fondo a su voz.

Tomé el teléfono y me lo llevé a la oreja sin ver quién era.

—Eve, hola —dijo una voz femenina con atropello—, recuerda que tienes que regresar el pantalón de Sam hoy, mañana ya no hay clases, lo sé, pero no pienso tener que ver a ese chiquillo en pantaloncillos cortos cuando regresemos porque...

Me quité el celular de la oreja, la pantalla se encendió y sobre una bonita fotografía apareció el nombre Riley Flynn.

—Ah, Riley, alto —dije saliendo de la habitación de Eve—. Soy Evening. Bueno en teoría Eve también es Evening pero —sonreí—... no realmente ¿entiendes?

—Profesora, perdón. —casi podía ver cómo se mordía la lengua.

—No te disculpes, Riley pero... ¿qué dijiste? ¿Los pantalones de quién?

Atrás de mí el sonido del agua se detuvo, me recargué de la barandilla blanca de las escaleras y mis brazos desnudos se estremecieron con el frío del metal.

La niña tras la línea se quedó callada y escuché a su madre llamarla probablemente desde otra habitación. Me la imaginaba bien arreglada sentada en su habitación probablmente en la segunda planta de su colonial casa en Stamford.

—Sí, bueno —suspiró—... creo que a fin de cuentas Eve tendrá que decírtelo pero.... los pantaloncillos que le llevé a Eve el viernes eran de Sam.

—¿Sam? —me erguí y giré para encontrarme a Eve con el pelo mojado y envuelta en una bata blanca tiritando de frío en el marco de la puerta. El nombre parecía flotar indulgente sobre mi vista sin hallar una cara bien definida como referencia.

—Sí, Sam Collins, el chico pecoso de nuestro grupo. Creo que usted conoce a su papá, es...

—Ya lo recuerdo —la interrumpí justo cuando el nombre aterrizó en una versión más joven y tierna de Nicolas Collins—. Así que los pantaloncillos son de él, bueno eso es un dato interesante.

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