Alexander se acomodó a mi lado y comenzó a ver el mar con la luz de la luna reflejada en él, era una noche bastante fresca y preciosa, pero sabía muy bien que él solo estaba aquí porque no tenía a nadie más con quien hablar o quizás a alguien que conociera, nos quedamos en silencio mientras él admiraba con su vista cada parte de la isla, mi corazón latía como si quisiera salirse de mi pecho y no podía evitar mirarlo, su rostro estaba relajado al igual que su cuerpo, en su aliento se podía percibir un olor a licor.
Tense mi cuerpo al pensar que quizás él podría tratarme horrible ahora que estábamos solos, en una isla, pero no todo lo contrario, no me dirigía la palabra y prefiero mil veces que lo hiciera, así la ansiedad por saber qué pasaba por su cabeza no sería un calvario.
—¿Sabes por qué mi padre me obligó a casarme? —cuestiono mirando el mar.
—No, no sé por qué Gregg hizo que fuera yo quien se casara contigo —respondí confusa por su pregunta, junte mis piernas y me abrace en ellas.
—Porque cree que tú serás una buena esposa para mí —respondió él volteando su mirada hacia mí, me miró atento y me puse nerviosa.
—¿Y tú crees que yo podría llegar a ser una buena esposa para ti? —cuestioné atenta.
Él solo se quedó callado, miraba cada parte de la isla, su cabello estaba desordenado, se veía tan relajado, una faceta que jamás conocí de Alexander Harrison.
—No importa lo que yo piense, Kaylee —me miró levemente.
Yo solo me quedé en silencio, ya estaba haciendo bastante frío, así que me levanté de la arena, sacudí mi falda y me agache a tomar mis zapatos, pero Alexander se me adelanto y los tomo, fruncí el ceño y me los pasó.
—Está haciendo frío, es mejor que regresemos a la habitación —espeto él, un poco serio.
Él seguía sin quitar la mirada del mar, me puse los zapatos y Alexander comenzó a caminar, no quería quedarme allí sola y ya estaba bastante tarde, así que decidí seguirlo hasta la habitación del hotel, subimos por el elevador en total silencio y al llegar a la habitación mi cuerpo comenzó a fallarme en cada paso que dábamos antes de llegar a la puerta, ¿qué iba a suceder esta noche, ¿dormiría con él o no?, ¿tendría el valor de hacerlo?, no lo sabía, esta noche iba a ser muy incierta, puesto que no sabía que iba a pasar.
Había pensado en la forma perfecta de como seducirlo, aunque estaba nerviosa y realmente no sabía cómo seducir a un hombre, menos a mi esposo, el cual no me ama y no me soporta.
—Alexander, ¿me podrías ayudar con mi vestido, por favor? —pregunté muy nerviosa.
Él solo asintió y se acercó a mí, me voltee hacia él y aunque me iba a arrepentir debía hacerlo, me acerque a él y lo tomé por la camisa, se veía realmente esculpido por los dioses, el muy maldito.
Lo acerqué a mí con los nervios en todo mi cuerpo, estaba a punto de arrepentirme e iba a soltarlo, pero él me tomo de la cintura y me apretó a su cuerpo haciéndome soltar un gemido mientras se apoderaba de mis labios, estos danzaban en un compás de un beso apasionado, su perfume se apoderó de mis fosas nasales haciéndome estremecer.
Estaba muy nerviosa, volteé de espaldas mientras él bajó el cierre de mi vestido, tomó mi espalda baja y poso su mano allí, voltee hacia él y no sabía qué hacer, solo deje que él tomara la iniciativa, poco a poco él me quito el vestido dejándolo caer y lo dejo sobre la mesa, se acercó a mí de manera sigilosa, comenzó a detallar la lencería de novia, tomo mi cintura apretándome a él y tomé su camisa, comencé a desabrochar esta poco a poco hasta el último botón, dejando ver a la vista ese cuerpo que estaba tan perfectamente tonificado, él soltó la camisa en las mangas y la quité de su cuerpo mientras nos fundíamos en un beso.
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SIEMPRE TUYA ©
RomanceEngreído, prepotente y frío, pero sobre todo un empresario millonario sexy que arrasa con todo a su paso, eso define perfectamente a Alexander Harrison. Kaylee Williams, una chica soñadora, pero sobre todo inteligente, no estará dispuesta a dejarse...