CAPITULO 28

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Eran las siete de la mañana cuando Lety se levantó. Hoy quería vestirse más guapa y alegre de lo que acostumbraba , siempre dentro de las posibilidades que le brindaba su armario. Necesitaba camuflar su insondable malestar, lo destrozada e insignificante que se sentía. Necesitaba adornar y disfrazar la  realidad de su estado emocional,  que andaba por el mas profundo  subsuelo. Se vistió con lo mismo que se puso para ir a San Miguel Regla cuando estaba con Aldo, una camiseta morada , con una falda de vuelo del mismo color, y por encima una chaqueta beige, colores alegres para un corazón en luto. La camiseta era un poquito escotada así que ella se encargó de ponerse una camiseta interior blanca que le tapase el inicio del pecho. Llevaba desde el jueves sin engominarse el pelo, se había acostumbrado y se gustaba,  por consiguiente hoy quiso arriesgarse un poco más y decidió hacerse una cola alta, y le pidió a su madre que  le planchase  el pelo que caía de la misma.

Fernando llegó a CONCEPTOS.

F: Buenas días chicas. Paula María ¿Leticia está en su oficina?

P.M: No, aun no ha llegado don Fernando. 

Eran pasadas las ocho, Leticia nunca se retrasaba. Fernando se asustó... ¿sería que no iba a venir? ¿Querría renunciar? Por segundos la angustia lo devoró al pensar que podía desaparecer sin explicaciones como cuando se fue Acapulco y nadie sabía donde estaba. En ese momento sonó el ascensor y sus puertas se abrieron dando la bienvenida a Leticia.

Fernando suspiró aliviado y con compasión buscó su mirada, pero ella al reconocer de frente su silueta desvió su vista y lo ignoró.

L: Buenos días chicas. Paula María páseme un reporte de todo lo que quedó pendiente antes de irme de viaje y todas las llamadas de cuando no estuve. Déjamelo en mi oficina. Gracias.

F: Buenos días doña Lety ─le saludó con la ternura y arrepentimiento brincando en su voz. 

Leticia sin mirarlo ni girar su rostro,   le contestó.

L: Buenos días señor Fernando. Con permiso.

Leticia entró en su oficina, cerró la puerta y se apoyó en ella para impedir que nadie la abriera. Necesitaba controlar su rabia, su respiración estaba agitada por el mero hecho de haberlo saludado, las palpitaciones retumbaban en sus sienes como tambores africanos. Se mantuvo inmóvil luchando por relajarse.  A partir de ahora,  ¿cómo serían sus días si tan siquiera había sido capaz de mirarlo a los ojos? Respiró hondo y necesitó tomar impulso tan solo para sentarse en su sillón.

No pasaron dos minutos cuando la puerta se abrió con la fuerza de un huracán. 

Leticia al volver a reconocer la silueta de su cuerpo, asustada y acelerada,  agachó la cabeza a su escritorio y nerviosa agarró unos papeles situados en un montón y empezó a fingir como los revisaba uno por uno.

F: Buenos días Leticia. Siento interrumpirla, pero necesito que me escuche. 

Leticia seguía sin levantar su vista de los papeles.

F: Yo, yo le tengo que aclarar muchas cosas sobre lo que paso la noche del viernes. Yo no me porté bien, lo sé...

L: Señor Fernando ─interrumpió con firmeza aún sin mirarlo y dándole vueltas y vueltas a los papeles─.  Lo primero de todo,  le pido,  que no entre a mi oficina sin anunciarse antes... Lo segundo, yo no necesito explicaciones de ningún tipo, usted puede hacer con su tiempo lo que se le de la gana ... ¡Ah! Y tercero y último, le ruego que a partir de ahora lo que me tenga que decirme debe empezar por CONCEPTOS y acabar por CONCEPTOS, nuestra relación es solo y única de carácter profesional.  Y ahora discúlpeme, pero tengo mucho trabajo. Cierre la puerta al salir por favor.

F: Que pena con usted, pero yo no me voy de aquí hasta que no me haya escuchado todo lo que tengo que decirle.

En ese momento Leticia levantó la mirada que expresaba toda su rabia y dolor. ¿Que podía hacer ahora?

F: Sí, lo que escucha. Si quiere llame a seguridad o, mejor aun, intente sacarme a empujones. Pero yo no me voy de aquí hasta que no me dé la oportunidad de explicarle.

L: Como usted quiera. Si usted no se va. Me iré yo. ¡Ah! y quiero que sepa que no renuncio a CONCEPTOS porque mi mayor prioridad es devolverle lo antes posible a Aldo hasta el último peso. Porque yo estaría encantada de perderos de vista a todos vosotros.

Leticia se levantó del sillón y se dirigió hacia la puerta, pero Fernando se apoyó en la misma impidiendo que pudiera abrirla.

L: Déjeme salir o armo un escándalo ─espetó frente a él─. Gritaré si es necesario.

Fernando se retiró de la puerta al sentir la agonía de Leticia, no quería martirizarla aun más. Pero sabía que hoy tendría que escucharlo costase lo que costase, de lo contrario no sería capaz de volver a conciliar el sueño hasta que llegase ese momento.

Leticia salió al pasillo como un cohete, aunque, en realidad, no sabía a donde dirigirse. Hasta que decidió ir a la oficina de Tomas.

L: Paula María cuando don Fernando salga de presidencia me avisa, yo estaré en la oficina de Tomas.

Leticia se estaba impacientando, ya había pasado más de una hora, y Paula María no le había avisado de la salida de Fernando. ¿Qué estaba hacienda allá? Tenía mucho trabajo para estar jugando al ratón y al gato. Temía que iba a tener que plantarle cara a la situación de la noche del viernes  y escuchar todas las sandeces que quisiera decirle, porque nada justificaba su descaro y ganas de humillarla.

Mientras tanto Fernando estaba sentado en la cueva esperando a Leticia, tenía el convencimiento que de ahí no se movía, ya podía acabarse el mundo, que él no iba a salir de allí sin antes hablar con ella. Fue, en ese momento, que vió el bolso de Leticia en su sillón, y recordó que desde que le cogió el diario, ella siempre andaba con él metido en su bolsa. Volvió a sentir un deseo irrefrenable por comprobarlo , ese diario volvería a explicárselo todo. Conocería la verdad de lo que siente por él y de lo que siente por Aldo. Volvía a tener el corazón abierto de Leticia al alcance de sus manos y, más importante aun, es que confirmaría cuanto de descabellado fue su comportamiento del viernes, quizás ella estaba jugando con él, lo que querría decir que aunque su comportamiento fue ruin y mezquino pero habría sido motivado por su propio engaño. Fernando se levantó de la cueva, se dirigió al sillón de Leticia, entreabrió con cuidado su bolso y, en efecto,  pudo comprobar que el cuaderno burdeos estaba ahí, tal y como lo había imaginado.

F: No puedo hacerlo, no debo hacerlo, no estaría bien, no puedo hacerlo...

Mientras se repetía esas palabras iba alargando su mano poco a poco, e introduciéndola en el bolso poco a poco, y sin dejar de mirar ni por un segundo la puerta. Agarró el diario. Sacó velozmente el brazo. Y lo escondió en su chaqueta.

F: Ya está. Ya lo he hecho. Ya no hay marcha atrás. Perdóname. Perdóname. Pero solo quiero entender a su corazón. Perdóname.


I

FANFIC: BÉSAME EN LA BOCA CON TU LÁGRIMA DE RISA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora