Capítulo XXXIX

578 55 18
                                    

La líder de los bandidos se encontraba en la entrada principal de su campamento. Había recibido un mensaje proveniente de uno de sus jefes. En él J.C. Quien era el encargado de los escorpiones rojos, le advertía que la orda de infectados que no habían logrado desviar llegaría a sus puertas en un par de horas. También le dijo que fijaron avistamientos de varios infectados clase Beta en la orda, por lo que le había sujerido usar a los perros de caza para distraerlos.

Su línea de defensa soportaría fácilmente una orda de infectados normales pero si eran atacados por una manada de sabuesos o cualquier otra de esas mutaciones extrañas, la historia sería diferente.

Los perros de caza eran un buen recurso. La raza como el mastín y el pastor alemán eran rápidos y ágiles, bien coordinados podrían ayudar a desviar un poco la orda de sus puertas. Por otro lado los más agresivos y fuertes como el pitbull o rottweiler, no temerian enfrentarse a cualquier cosa. Si, no cabía duda que eran un buen recurso. Pero limitados para los bandidos, muy apenas contaban con varias descenas de ellos. Y al terminar el enfrentamiento contarían con menos, estaba claro que muchos terminarían siendo comida para esas criaturas. Aunque últimamente se había implementado un nuevo sistema en los perros de caza para que no terminarán convirtiéndose en otros sabuesos. Ya era suficiente con los que rondaban fuera libres por las calles.

Ahora cada perro contaba con una carga de misericordia, pequeñas bombas atadas a su cuello que eran explotadas de inmediato en cuanto los atrapaban. No era un agradable final para un fiel compañero, pero siempre sería mejor a que terminarán siendo devorados vivos por esas cosas.

Hasta el momento, según informó J.C. a la líder. A la orda no se le había unido ningún Alpha, pero nada les aseguraba que eso no llegará a pasar. Su campamento base estaba bien protegido con una doble fila de estacas puntiagudas y tras ellas una alta muralla hecha de vehículos, camiones y escombros amontonados. Sin embargo si los atacaba un búnker o algún demoledor, nada les aseguraba que la muralla resistiría mucho.

─¿Que tal las perreras Burrchi? ─le preguntó Raeesha a un tipo alto y calvo.

─Un completo caos líder ─admite el tipo mientras ambos empiezan a caminar a un lado de la muralla.

─Todo es un caos últimamente.

─Sin Kenia aquí es difícil mantenerlos tranquilos. Se encuentran un poco agitados, ya debieron oler la orda de esos malditos mordedores. Si ella estubiera aquí sabría como calmarlos, siempre ha sido la mejor adriestadora de todos.

Se lamenta este último viendo como la líder se sube a una pequeña atalaya para ver por sobre el muro. La mujer de tez negra le dice a uno de sus hombres que no le gusta como se ve este último tramo de la muralla y le pide que la refuercen con más estacas antes de que llegue la orda.

─Kenia es la jefa de las estrellas fugaces, su deber esta primero con su gente. Deberíamos estar agradecidos que nos halla enviado la mitad de sus fuerzas con tanta presteza. Puedes ir preparando las perreras para recibir también a nuestros nuevos invitados, según ella son más de media centena los que envío con Dimarco. Estarán aquí muy pronto así que preparalo todo para su llegada.

El tipo calvo acató su orden y salió corriendo de ahí. Había muchos problemas que necesitaban de su ayuda pero la líder sólo le prestaria atención a la muralla. Justo ahora era la única cosa que los mantendría con vida. Siempre había sido buena dirigiendo pero en momentos como estos, después de pasar todo el día de aquí para allá. Era presiso tomarse un descanso, no obstante por lo visto eso tendría que esperar ya que su hermano mayor se acercaba a ella con semblante serio.

─Ya termine de revisar la parte sur del muro.

─¿Cómo lo viste Beernold? ─intranquila le pregunta la líder.

InfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora