Capítulo once.

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La música se entremezclaba con el sonido de sus gemidos, rasgaban su garganta y armonizaban el ambiente de una manera que le excitaba todavía más. Ella estaba encima, se movía tan lento que en vez de un baile de piel sobre piel parecía una tortura. Podía sentir el vaivén de los latidos de su corazón contra los suyos propios y sus manos se habían aferrado a la espalda de ésta de manera firme y segura. No tenía escapatoria. Ambas lo sabían. Boca contra boca. Respiraba agitadamente disfrutando del aroma que dejaban sus jadeos. Su lengua había pasado a corretear por la hinchazón del labio inferior de ella, lo humedecía lentamente y luego lo mordía. Y volvía gemir. Los movimientos se hicieron más fieros y cuando sus dedos pasaron a arañarle la espalda sabía que estaba irremediablemente perdida. Ahora se mordía su propio labio inferior, aguantando el grito de placer en lo más hondo de su garganta. Pero ella quería que su voz rompiese la barrera del sonido. Con los dedos mojados en su volcán quiso experimentar algo más de la calidez que estaba encontrado entre sus piernas. Danzó ágil y hábilmente en su interior y no contenta con ello intensificó todos los movimientos de cadera encima de su cuerpo. El roce la estaba matando.

   Abrió los ojos un instante; lo justo para observar su cabello pelirrojo cayéndole como cascada por los hombros, lo necesario para aprenderse de memoria la medida de la abertura hinchada de su boca. Los jadeos eran irregulares y ella mantenía los ojos cerrados. La sentía moverse dentro, le acariciaba con una lentitud desesperante, pero eran solo eso, caricias íntimas. Agarró las sábanas y estiró el cuello. Se mordía tan fuerte el labio que temía rasgárselo, sobre todo cuando sintió la humedad de los labios de la pelirroja sobre su cuello. Entreabrió la boca unos milímetros sobre su piel, después dejó paso a la lengua que hizo el resto del trabajo. Su pecho comenzó a estallar en palpitaciones exasperadas. Tragó saliva. Podía notar como sonreía encima suya. Le gustaba el efecto que causaba sobre todas sus terminaciones nerviosas. Tenía el control, y eso le excitaba.

—Me quemás...— le susurró con los ojos aun abiertos.

—Vas a arder...

   Aquel aviso por parte de la pelirroja fue acompañado por una leve embestida, sus dedos entraron del todo, haciéndose con más espacio del que ya tenía. Se movían con maestría en su interior, curvándose, entrando y saliendo con desesperación. La intensidad se fue amoldando a sus alzamientos de cadera, que en un intento por ayudarla conseguía elevarla al compás. Posó su mano sobre la nuca de ella y se agarró con firmeza, intentó encontrar un poco de la estabilidad que le hacía falta, pero estaba perdida en un mar de sensaciones del que no quería escapar e irremediablemente sus movimientos se volvieron más feroces contra los dedos de ésta. Le hizo apoyar la boca sobre la suya y comenzaron a respirar a conjunto con los labios entreabiertos. Los gemidos y los jadeos se volvieron uno y antes de que ésta se detuviese bajó la mano hasta la parte baja de su espalda. La apretó con intensidad, haciendo que ambos sexos se rozasen mejor. Entonces el grito contenido hasta el momento en lo más hondo de su garganta terminó por estallar y pudo sentir como encima de su boca ella sonreía muy levemente. Había conseguido lo que quería, y como castigo le mordió el labio inferior tan fuerte que tuvo que aguantar otra fuerte embestida contra su entrepierna.








—Che, ¿te sentís bien?

   Pero no respondió, ni siquiera hizo ningún movimiento facial, ni parpadeó, ni respiró. Javo entrecerró los ojos, sonrió tiernamente y se acercó con delicadeza a su compañera.

—Jazmín— le volvió a llamar utilizando un timbre de voz más alto que el anterior. Pero nada. La pelirroja parecía estar lejos de allí, lejos de su lado, lejos de su trabajo —Te vas a perder el beso que se están dando Dani y Flor.

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