Capítulo siete.

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Después de acercarse por impulso a la tipa que había conversado con ella y con su hermano horas antes, se agachó a su lado y trató de tranquilizarla de la mejor manera que podía, sin saber si quiera qué estaba haciendo. Con suavidad y algo de desconfianza porque al fin y al cabo estaba tratando con una desconocida, la agarró del brazo para que no se golpease más el pecho y con el otro que tenía libre se acercó la silla que estaba vacía para poder sentarse.

Nunca había tenido que lidiar con alguien que padecía tourette, ni siquiera sabía qué era exactamente ni si existía algún método infalible que pudiese frenarlo. Lo único que tenía claro era que la tipa que tenía justamente al lado no era capaz de tranquilizarse, que su pecho continuaba subiendo y bajando con rapidez y que su cuerpo emitía movimientos espasmódicos tan bruscos que le era imposible agarrarla del todo para evitar que se hiciese daño. Por si fuese poco, ésta no dejaba de soltar quejidos pronunciados a través de su garganta, lo que se suponía que era otro efecto más del tourette, por lo que tampoco era capaz de hablar.

—¿Quieres que llame a la chica que estaba sentada contigo antes?— se ofreció amablemente, hablándole de manera clara y pausada. Florencia negó con la cabeza, se tapó la cara con la mano que tenía libre y trató de respirar hondo aunque sus pulsaciones aceleradas no se lo permitiesen del todo.

Era la segunda vez que le pasaba hoy. La segunda vez que una desconocida se le tenía que acercar alarmada por culpa de su maldito tourette. No quería ser maleducada con aquella joven, pero lo único que necesitaba en esos momentos era que la dejasen tranquila porque tener a alguien al lado sólo hacía que se sintiese más culpable respecto a todo. No deseaba dar pena. Eso era algo que había superado con el paso de los años, al entender que su síndrome no iba a coger las maletas de un día para el otro y la iba a dejar tranquila por fin. Se había acostumbrado a él, a sus efectos, a su manera de descontrolarle todas y cada una de las situaciones, pero lo que seguía sin soportar era la reacción que traía consigo a los desconocidos.

Se mordió la lengua a la espera de tranquilizarse un poco. Intentó alejar la imagen de Dani de su cabeza, después de todo era justo que éste la dejase allí plantada en medio de una conversación. Ella lo había dejado plantado en el altar, y debía de haber respondido a la pregunta como una persona normal y madura, pero sus nervios la habían traicionado de nuevo. Los nervios y el miedo de hacerle daño otra vez.

—¿Quieres salir fuera a tomar el aire?— volvió a preguntar la joven que tenía al lado.

Entonces Florencia, guiada por un claro impulso la encaró de frente. Estaba dispuesta a mandarla lejos de su lado, a decirle que no necesitaba nada de nadie, y mucho menos la pena de una desconocida. Pero se calmó al instante de ver los ojos verdes oscuros de ésta teñidos de una empatía difícil de encontrar en alguien. Automáticamente volvió a cerrar los labios, controlando su respuesta, pues eso era lo único que en esos momentos podía controlar.

Como derrotada por la situación, finalmente Flor asintió con la cabeza y la joven desconocida que creía que se llamaba Andra le hizo una señal a su hermano para que supiese que volvería pasado un rato. Después ambas salieron del deck, una al lado de la otra. Flor se abrazó las costillas en un intento por mantener los espasmos de sus brazos en un nivel mínimo de movimiento y la joven a su izquierda caminaba en silencio con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones rasgados. Suspiró levemente sin saber muy bien qué decir. Jamás se había visto envuelta en una situación similar, y mucho menos con alguien que no conocía de nada. Ni siquiera sabía su nombre, así que probó a iniciar una conversación partiendo de ahí.

—No me dijiste tu nombre esta mañana— le recordó.

Tenía la voz amable, pausada y agradable, y eso animó un poco a Florencia a pensar que quizás se habría equivocado si la hubiese mandado a la mierda.

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