Capítulo diecisiete.

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Andra estiró su brazo inmediatamente después de observar como Valentina salía también del restaurante a paso ligero. No le impidió que se marchase, más bien impidió que su hermano se levantase para ir detrás de ella.

Peter se detuvo al sentir el agarre de Andra y volvió a mirarla extrañado, con el ceño fruncido.

—Yo voy— dijo ella —Yo he sido la que ha metido la pata.

El chico dudó durante unos segundos, debatiendo si quizás la idea de su hermana era la correcta o no. Al fin y al cabo, ni ella ni Valentina habían mantenido una conversación de más de cinco minutos. No se conocían. Y no era que él conociese más a la argentina que su propia hermana, pero al menos había mantenido más contacto con ella. Sin embargo sabía que Andra era experta en arreglar todo lo que estropeaba, daba buenos consejos y siempre tenía las palabras exactas bajo la punta de la lengua. Así que finalmente cedió ante la idea de ésta, volviendo a sentarse en la silla.

Andra apretó los labios, le agradeció el gesto con una sonrisa empática y se levantó de la mesa para ir en busca de la argentina. La encontró fuera del Hotel, apoyada en una esquina de la calle. Tenía los brazos cruzados, la mirada perdida. Parecía estar lejos de allí, concentrada en sus propios pensamientos. Sintió vértigo desde su posición, dudaba si era correcto acercarse en un momento así. Quizás lo único que necesitaba era estar sola, aclarar las ideas. Pero a fin de cuentas, ella era experta en meterse donde no la llamaban, era lo que había hecho desde el principio, desde el primer día que pisó Buenos Aires. Tragó saliva, cogió aire y se fue acercando a ella a pasos mínimos, midiendo la distancia, intentando reordenar sus palabras para no cagarla de nuevo.

Valentina notó en seguida la presencia de la española, y aunque no quiso parecer maleducada e irrespetuosa no pudo evitar rodar los ojos. Intentó no mirarla directamente. Más bien la ignoró. Volvió a concentrar su mirada en un punto fijo del suelo. Necesitaba estar sola. O no. Lo cierto es que no lo sabía. Sólo sabía que la presencia de esa chica la incomodaba bastante, y no por lo que había pasado hacía unos minutos en el restaurante. Lo que hubo dicho sobre Jazmín y Flor era lo de menos. Simplemente esa chica no le daba buena espina.

Andra también lo sentía así. Era extraño, pero podía palpar el mal rollo en el ambiente, como si una descarga eléctrica las atravesase a ambas, y no precisamente en el buen sentido. Igualmente se armó de valor, sabía que había hecho mal al decir lo que dijo. Dentro de lo que cabía, por muy mala persona que se considerase no podía ver a la gente en un estado como aquel cuando era culpa suya. Algo irónico a tener en cuenta porque su trabajo se basaba en eso precisamente; en hacer daño a la gente. Con eterna paciencia, la española se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones. Se colocó al lado de la argentina, apoyando su espalda en la pared e imitó su postura, dejando perder también la mirada en un punto poco concreto del suelo.

—No tenés que venir hasta acá para pedirme perdón, osea ya fue— dijo Valentina en un tono robótico y seco.

Andra apretó la mandíbula. No hizo ningún movimiento con el cuerpo, apenas respiró tras escuchar aquel comentario. Era innegable que le había sentado mal, pero no se esperaba menos después de lo ocurrido.

—No he venido a pedirte perdón— le explicó pacientemente la española, provocando en Valentina una sonrisa un tanto irónica. Empezaba bien, pensó para sí misma. —Pero sé que hice mal en soltar aquello tan de repente. No debí hacerlo delante de ti.

—Está bien, no me conocés, no sabés nada de mi vida. En serio, ya fue, no te preocupes por mi. Estoy bien, o... voy a estarlo— el tono distante, frío y seco de la argentina volvió a clavarse en su piel como si de un puñetazo se tratase. Y de alguna forma, le estaba empezando a sentar mal de verdad.

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