Capítulo veintinueve.

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Suspiró y toqueteó todos los botones del ascensor, suplicando internamente para que se abriese porque comenzaba a agobiarse allí dentro. Valentina en cambio, mucho más tranquila optó por coger el número de teléfono de Carla que estaba en el grupo de WhatsApp que los españoles hicieron para quedar aquella tarde. Le dejó un par de llamadas pérdidas y luego le escribió un mensaje diciéndole que tanto ella como Andra se habían quedado encerradas en el ascensor.

Cuando supo que no podía hacer nada más salvo esperar, la argentina volvió a guardarse el móvil en el bolsillo de los pantalones. Se apoyó en la pared del ascensor, se cruzó de brazos e intentó tener paciencia. Observó desde su posición la desesperación que mostraba Andra, que llegada a cierto punto se dio por vencida. Era absurdo seguir tocando botones, el ascensor se había quedado bloqueado por completo.

—Estupendo— comentó con ironía, apoyándose en la pared al lado de Valentina e imitando su postura —Definitivamente en este hotel no va bien nada.

—Suerte que sólo me queda un día acá.

Andra se echó una mano a la frente y suspiró. Otra cosa negativa sobre el hotel Estrellas para apuntar en su hasta entonces larga lista. Por suerte no tuvieron que esperar mucho tiempo más, porque a los pocos minutos el móvil de la argentina emitió un sonido vibratorio; era la respuesta de Carla que les aseguraba que las sacarían de ahí lo antes posible.

—Bueno, ya me quedo más tranquila— respondió la española, obligando a Valentina a negar con la cabeza.

—¿Siempre sos tan sarcástica?

—Casi siempre.

—Y bueno boluda, pará también a descansar. Debe ser agotador.

—¿Sabes?— la morena la miró de frente, girando un poco su cuerpo. Valentina alzó ambas cejas, expectante por el comentario irónico que se esperaba por parte de ella. —No veo la hora de que te vayas a tu apartamento.

La argentina sonrió de manera irónica, imitando la postura que ésta siempre llevaba consigo.

—¿En serio lo decís?— Andra asintió con rotundidad —Igual no pareció lo mismo en el bar...— ante el ceño fruncido de ésta, Valentina se explicó más detalladamente. —...Me dedicaste un pedazo de la canción.

—Porque tú lo hiciste primero— se excusó la española de manera veloz y ágil.

—Obvio— asintió la otra con ironía.

Andra rodó los ojos. Se cansó de la pequeña batalla que había iniciado con la castaña y volvió a apoyar la espalda contra la pared, dando por zanjado el tema. A veces no la soportaba. Tenía una manera muy especial de sacarla de sus casillas, y por extraño que resultase, eso la atraía más de la cuenta. Así que la mayor parte del tiempo era una lucha interna en la que jugaba a contenerse en muchos sentidos. Suspiró y se cruzó de brazos; una cosa era innegable, jamás había conocido a alguien como ella.

Y eso no le gustaba.

O sí.

Valentina a su lado intentó mirar al frente y contar hasta diez. Una parte de sí misma deseaba que las puertas del ascensor se abriesen de nuevo, quería meterse en la habitación, descansar, comenzar al día siguiente con la mudanza e iniciar su nueva vida en su futuro apartamento. Otra parte necesitaba justamente lo contrario; más tiempo. Más tiempo allí encerrada con Andra, más tiempo de discusiones absurdas, de canciones dedicadas indirectamente, de conocerla, de reírse a su lado, de aprender. Tragó saliva. No sabía qué le estaba pasando, y apenas se esforzaba por mantener bajo control sus pensamientos.

Ven hasta aquí, dentro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora