Capítulo cuarenta y tres.

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Terminó de leer el último mensaje de Damián el cual le citaba en unos minutos en el hall del Hotel y se levantó rápidamente de la cama de la habitación de su hermana. Andra se estaba duchando, tenía la música a todo volumen  y cantaba siguiendo la letra de la canción. Él rodó los ojos, se acercó a la puerta y llamó un par de veces, las suficientes como para que ésta se percatase de que tenía algo que decirle. Por consiguiente la española cerró el grifo para poder escucharle.

—Hermana— le llamó la atención desde el otro lado —Me voy porque Damián me espera abajo.

—Vale. Nos vemos a la hora de la cena, ¿no?

—Sí.

—Hasta luego— y volvió a abrir el grifo.

    Cuando la escuchó cantar de nuevo Peter negó con la cabeza. Cogió la tarjeta llave de su habitación y se dispuso a salir. Pero algo le hizo detenerse justo al lado de la cómoda. Frunció el ceño, agarrando el sobre cerrado marcado con una etiqueta que especificaba "Correo urgente a España".

    Sin entender absolutamente nada Peter se giró sobre sus pasos con el sobre en la mano. Volvió a acercarse a la puerta del cuarto de baño y dio varios golpecitos en ella con sus nudillos. En aquella ocasión su hermana no cerró el grifo, si no que alzó la voz para escucharle.

—¿Qué quieres?— preguntó con pesadez. Creía que se había ido ya.

—Tienes un sobre en la cómoda marcado como correo urgente para España. ¿Quieres que lo baje a recepción para que Leo se lo dé al de Correos cuando pase por el Hotel?

    Andra frunció el ceño bajo el agua de la alcachofa. Sólo había escuchado "baje a recepción". Rodó los ojos pues no entendía por qué volvía a repetirle lo mismo que le había dicho unos minutos antes.

—Sí, sí— se limitó a contestar la morena —Luego nos vemos.

    Peter se encogió de hombros y con las mismas salió de la habitación para dejarle el sobre a Leo. No se imaginaba qué podía ser, pero se suponía que tenía que tratarse de algo perteneciente al trabajo. Después de todo era obvio que ésta continuaba currando con su padre pese a estar de vacaciones. No la juzgaba, ni se lo recriminaba, ni siquiera le había sacado el tema. No quería estresarla. La conocía lo suficiente como para saber lo en serio que se tomaba su vida profesional.

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    Cuando Andra salió del cuarto de baño con el albornoz tapando su cuerpo y el pelo húmedo cayéndole por los hombros se dejó caer en la cama. Suspiró al pensar en la noche anterior, en lo que había vivido con Valentina. Se centró en la manera tan rápida con la que su corazón hacia correr los sentimientos que trataba por enterrar en propios engaños y mentiras. Girar la cara a todo, eso era lo que sabía que debía hacer; pero ya era tarde.

    Estaba perdida,

    perdida en ella.

   Sonrió como una estúpida. Ella que pensaba viajar a Argentina sólo por asuntos de trabajo. Ella que estaba haciendo todo mal, que por un momento pensó en enviar a su padre aquel sobre de correo urgente a España con todo lo necesario para hundir el hotel Estrellas. Ella arrepentida porque estaba encariñada de todas y cada una de las personas que había conocido desde el primer día que pisó tierra extranjera.

   Ella que por una vez hacía lo correcto lejos del mandato de su padre.

    Hasta que giró la cara y miró la cómoda. Frunció el ceño, reincorporándose de golpe encima de la cama. Ahí faltaba algo. Se levantó de un salto y corrió hacía el mueble. Nada. Ni rastro del sobre cerrado que contenía todas las pruebas que podían acabar con el Hotel Estrellas. Todo el trabajo que había llevado a cabo durante aquellas semanas había desaparecido. Tragó saliva, llevándose las manos a la cabeza. Pero fue un instante, un breve periodo de tiempo. Luego se puso a buscar como una loca por toda su habitación porque en algún lugar tenía que estar. El sobre no tenía patas.

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