Capítulo dos.

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Hacía tiempo que necesitaba de la música para poder concentrarse cada vez que intentaba pintar algo decente. Normalmente, utilizaba la pintura para evadirse, para desconectar de la realidad siempre que le hacía falta. No era una vocación, ni un hobbie, era más bien una parte de ella misma que en ocasiones tenía que sacar a la luz, pero últimamente le resultaba imposible, estaba retenida en el fondo de un cajón de madera y no podía salir; ese fue el principal motivo que la empujó a dejar Buenos Aires. La situación con Florencia no había ayudado para nada, por supuesto, pero jamás la culparía de algo así. Ella había decidido dejarse llevar por sus sentimientos y abrirse el pecho por un imposible como siempre solía hacer. Y como casi siempre, había salido escaldada del intento. Tirarse a la piscina cuando ni siquiera estaba llena de agua era algo natural en su vida, pero aquel golpe dolió más que el anterior si cabía. Por eso decidió darse una oportunidad. Por eso decidió darle una oportunidad a la ciudad de Córdoba. Pensaba que una vez allí, su mente y sus sentimientos tomarían un descanso, que lo que realmente necesitaba era alejarse de todo lo que la había llevado al punto en el que se encontraba, pero estaba equivocada.

   Ella no era de esas personas que huían de las situaciones o de los sentimientos. Ella era de esas que se enfrentaban a todo eso, de cara, con la mente y el corazón bien abiertos. Quizás por eso se atrevió a decirle a Florencia lo que sentía por ella, por eso y porque estaba demasiado quemada con la situación. Ya había estado muchas veces en esa posición, siendo la mejor amiga de alguien cuando en realidad, lo que sentía por ese alguien era algo mucho más fuerte que una simple amistad. Y hasta el momento había podido controlarlo; había podido controlarse a sí misma, controlar sus impulsos y sus emociones, pero aquel día simplemente no pudo más. Intentó buscar excusas que justificasen su acción, que le hiciesen entender por qué tuvo que confesarle a su amiga lo que de verdad sentía por ella, pero no había ninguna excusa, ni ninguna justificación. Simplemente había sido ella misma en un intento por ser totalmente sincera con Florencia en uno de los peores momentos que podía haber elegido para serlo. Durante mucho tiempo había sabido estar ahí para su mejor amiga, había sabido comportarse como una persona que la quería y la apoyaba sinceramente aunque en multitud de ocasiones eso significase ir contra sus propios deseos o sentimientos. Así había tenido que soportar las miles de escenas entre Dani y Flor, las discusiones, las reconciliaciones...Y nunca le había importado porque si Flor estaba bien al respecto, entonces ella también lo estaba.

   Con el tiempo aprendió que no había nada más bonito en la vida de alguien que su propia libertad, y Flor era perfectamente libre de elegir a quién quería para compartir su vida; y ese alguien era Dani. O eso parecía. Fuera como fuese, ella lo respetó y lo habría respetado durante mucho más tiempo si la situación no la hubiese desgastado tanto. Se sentía enjaulada en su propio engaño, en su propio auto convencimiento de que quizás ser simplemente la amiga de Flor era lo correcto, y había pasado tanto tiempo centrada en eso que no tuvo más remedio que romper la jaula en la que ella misma se había metido porque al fin y al cabo sus alas también necesitaban un poco de libertad, de aire fresco, de sentir que su verdad estaba encima de la mesa y que pasase lo que pasase, al menos, todo estaría bien de esa forma porque habría sido sincera. Pero la cosa no terminó como esperaba. Le alivió muchísimo la reacción de Flor porque pese a todo, intentó seguir con la relación de amistad que mantenían desde hacía meses, como si aquella confesión por su parte no hubiese cambiado nada. Pero era una irrealidad a la que ella no quería aferrarse de nuevo. Durante unas semanas intentó llevar la situación de la mejor forma posible, de una manera madura y liviana; intentó volver a ser la chica que estaba ahí para su mejor amiga, que la apoyaba, la consolaba y la escuchaba, pero supo que en realidad estaba llegando a sus propios límites. Fue ahí cuando se dio cuenta de que su vida necesitaba un cambio drástico porque por mucho que quisiese a Flor, más se quería a sí misma. Los últimos días fueron los peores, era la primera vez que iba al trabajo sin ganas, que apenas dormía, que apenas tenía ganas de levantarse de la cama. La gota que colmaba el vaso. No podía seguir así. Entonces apareció su amigo Gero con una propuesta bastante tentadora;  había abierto un restaurante en la ciudad de Córdoba y necesitaba a gente con experiencia y talento dentro de la cocina. Y ella era la indicada para ese puesto.

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