Capítulo quince

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—No necesito palabras, Andra. Sabes que no trabajamos así.

Cansada de escuchar a su padre, la joven española suspiró y se echó el pelo hacía un lado, exteriorizando un poco de la frustración que sentía con toda aquella situación en la que conscientemente se había metido sola.

—Tengo grabaciones que prueban lo que te estoy contando— soltó, resignada.

Inmediatamente después de eso el tono de su padre se suavizó. Pudo notar como al otro lado de la línea, a kilómetros de Argentina, éste sonreía complacido.

—¿Por qué no has empezado por ahí?— reflexionó su padre.

—Nunca me es agradable confirmar que he grabado una conversación privada.

—Y sin embargo eso significa que estás haciendo bien tu trabajo.

Andra negó con la cabeza. Empezaba a dudar muchas cosas acerca de su trabajo. Fuera como fuese, su padre como no podía ser de otra forma la obligó a relatarle lo que había pasado y cómo había llevado a cabo la grabación. No tenía sentido explicarle nada, él ya sabía la manera de trabajar que tenía. Igualmente le comentó que antes de acercarse a Leo, el recepcionista del hotel, había conectado la grabadora del móvil, el cual se guardó en el bolsillo de la sudadera. No fue difícil hacerle hablar, ni siquiera tuvo que preguntarle demasiado a cerca de su trabajo en el hotel. Leo prácticamente le soltó todo de carrerilla; cómo en un primer momento había comenzado a trabajar de recepcionista sin un contrato, o cómo además de hacerse cargo de la recepción también se hacía cargo de otros sectores del hotel dependiendo del día. Por supuesto, esos cambios en su horario no se veían recompensados de la manera correcta, él mismo lo admitía en la conversación y así había quedado reflejado en la grabación.

—Te has topado con el buchón del hotel, sácale toda la información que puedas, exprímelo al máximo— le comentó su padre poco después. Andra cerró los ojos y asintió varias veces con la cabeza. Si algo odiaba era que le recordasen cómo tenía que hacer lo que ya había hecho en repetidas ocasiones.

—En el fondo me da pena.

—¿Pena? ¿Desde cuándo sientes pena tú por nadie?— la risa irónica de su padre al otro lado del teléfono la molestó.

—Son cinco mujeres jóvenes que están intentando sacar adelante un negocio. Han partido desde cero. Tú también tuviste que hacerlo, y sabes mejor que nadie que los inicios no son sencillos. A veces hay que mancharse las manos. Ellas están trabajando duro, y nosotros...

—...Nosotros simplemente nos vamos a limitar a hacer nuestro trabajo— le terminó él la frase, obligándola a guardar silencio pues no le gustaba el tono de arrepentimiento que su hija le estaba dando a la conversación. —Como siempre— concluyó.

—Es curioso que la única que se llena de mierda siempre soy yo— le reprochó aún más molesta que antes. No le gustaba cuando le interrumpían, y su padre lo hacía a menudo.

—Si no quieres el trabajo puedo dárselo a otro– le amenazó muy seriamente.

Y ella le colgó. No quería tener que seguir con esa conversación, ni tampoco quería tener que seguir escuchando la voz insultante, irónica y amenazante de su padre. Ya comenzaba a pesarle. Hasta su trabajo comenzaba a pesarle. Se acarició las sienes con pesadez y pensó en todo lo que había tenido que hacer para él hasta el momento, en las consecuencias que aquello había tenido para el resto de las personas y en las que traería consigo. Suspiró. Miró hacía arriba. La luz de la habitación de su hermano continuaba encendida, seguramente la estaba esperando despierto. Hacía tiempo que habían cogido por costumbre charlar antes de irse a dormir, pero no tenía ganas. Había salido del Hotel con una excusa barata, asegurando que necesitaba tomar el aire cuando en realidad lo único que iba a hacer era hablar con su padre. No quería ni replantearse lo que pasaría cuándo Peter se enterase de todo. Lo decepcionaría. Hasta ella se sentía decepcionada consigo misma. Podía engañar a cualquiera, ya lo había hecho antes; pero no a su hermano.

Ven hasta aquí, dentro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora