Capítulo treinta y ocho.

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Entró con la cabeza bien alta y las palabras poco ensayadas. Ni siquiera había sacado tiempo para pensar en qué iba a decirles; la verdad. La verdad no hacía falta practicarla, ni idearla. Y ella iba a hablar con ella por delante, como siempre hizo.

Ni Virginia, ni Miranda ni Florencia. El despacho del Hotel Estrellas estaba prácticamente en silencio de no ser por las miradas de las otras dos hermanas, que gritaban reproche y sorpresa. No se esperaban su visita, y no era para menos después de lo sucedido el día anterior. Pero allí se encontraba, dispuesta a echarle cara al asunto porque si algo tenía claro, era que las cosas no iban a quedarse tal y como estaban.

—¿Y las demás? — preguntó con el ceño fruncido. No es que las necesitase, pero prefería hablar delante de todas.

Lucía dejó a un lado el portátil con el que estaba trabajando y se cruzó de brazos sobre la mesa. Carla se quitó las gafas, mostrándole toda la atención del mundo. Sin embargo podía captar algo de ironía en ellas, lo que la hizo apretar la mandíbula y ponerse recta.

—No te preocupes— empezó a decir la menor de las hermanas —Ellas sabrán lo que viniste a decir.

Jazmín asintió varias veces con la cabeza, se metió las manos en los bolsillos delanteros de sus vaqueros y miró a su alrededor. No tenía que replantearse demasiado la manera para empezar con aquella conversación, no había otra forma de hacerlo. Pero Carla se adelantó, y justo cuando iba a entreabrir la boca para empezar a hablar, ésta la cortó.

—¿Viniste a pedirnos que te mantengamos en tu puesto de trabajo? —quiso saber en un tono de superioridad que la obligó a sonreír irónicamente.

—No— respondió rotunda, creando una mueca de satisfacción en el rostro de Lucía, que se echó hacía atrás en su asiento. —Vine a aclarar un par de cosas.

—¿Vas a disculparte por el robo?

—Yo no robé nada— volvió a asegurar, en aquella ocasión de manera más brusca que el día anterior. No iba a dejar que la pisoteasen de nuevo, y mucho menos que la culpasen de algo que no había sido su culpa.

—Seguís en las mismas—reflexionó la menor —Por mí podés irte ya. No tengo nada que escuchar de vos.

La pelirroja negó con la cabeza. No soportaba a las personas que zanjaban temas así de importantes sin pararse a escuchar todas las versiones; eso decía mucho de su personalidad.

—Igual vas a escucharme, Lucía— apoyó ambas manos sobre la mesa del despacho de las Estrellas y las miró a ambas. Éstas expectantes por el comportamiento tan directo y valiente que estaba teniendo su ex empleada se disfrazaron con una postura aún más autoritaria y profesional, algo que Jazmín ignoró. —Yo no robé nada. No necesito de su plata para vivir, para eso trabajo todos los días. Y bastante además.

—Al parecer eso no fue suficiente para vos—la atacó inmediatamente Carla, haciendo que su hermana de acuerdo con lo que había dicho asintiese.

Jazmín se mordió la lengua levemente. Tragó saliva y contó hasta diez para contenerse. Si algo había aprendido con el paso de los años y las experiencias era que nunca debía faltarle el respeto a nadie, porque entonces nada tendría sentido.

—No van a creerme hasta que encuentren las grabaciones de las cámaras—continuó ella, haciendo caso omiso al último comentario —Y posiblemente no aparezcan más. El que robó la plata se esforzó mucho para no dejar cabos sueltos de los que poder tirar e inculparme.

Entonces Lucía rió irónicamente, dio una leve palmada sobre la mesa y se levantó de repente. La miró de frente. La pelirroja le contuvo la mirada, sosteniéndosela de la misma manera.

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