capitulo 58

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Cuando abrí mis ojos, se presionó dentro de mí otra vez, y grité por la maravillosa combustión que provocó. Una vez que me relajé, el movimiento de su cuerpo contra el mío fue más rítmico. El nerviosismo que había sentido al principio había desaparecido, y Austin agarraba mi carne como si no pudiera tener suficiente. Lo atraje hacia mí, y gimió cuando el placer que sintió fue demasiado.

— Te he deseado por tanto tiempo, _____. Eres todo lo que quiero —musitó contra mi boca. Agarró mi pierna con una mano y se levantó con su codo, sólo unos centímetros por encima de mí. Una fina capa de sudor comenzó a crearse en nuestra piel, y arqueé la espalda mientras sus labios trazaban mi mandíbula y después seguían una sola línea hacia mi cuello.

— Austin—suspiré. Cuando dije su nombre, apoyó su mejilla contra la mía, y sus movimientos se volvieron más rígidos. Los ruidos de su garganta se hicieron más fuertes, y finalmente se presionó dentro de mí una última vez, gimiendo y temblando encima de mí. Después de unos momentos, se relajó, dejó que su respiración fuera más lenta. — Ese fue un gran primer beso —dije con una expresión cansada y satisfecha.

Él escaneó mi rostro y sonrió. — Tu último primer beso. —Estaba demasiado sorprendida como para responder. Él colapsó a mi lado sobre su estómago, extendiendo un brazo sobre mi cintura, y descansando su frente contra mi mejilla. Pasé mis dedos por la piel desnuda de su espalda hasta que escuché que su respiración se equilibraba. Permanecí despierta durante horas, escuchando las profundas respiraciones de Austin y al viento moviéndose entre los árboles afuera. Carly y Chris entraron por la puerta principal silenciosamente, y los escuché caminar de puntillas por el pasillo, murmurando entre ellos. Habíamos empacado mis cosas más temprano ese día, y me encogí ante cuán incómoda iba a ser la mañana. Había pensado que una vez que Austin se acostara conmigo habría satisfecho su curiosidad, pero en cambio, él estaba hablando de un para siempre. Mis ojos se cerraron de golpe ante el pensamiento de su expresión cuando entendiera que lo que había pasado entre nosotros no era una comienzo, era un cierre. Yo no podía ir por ese camino, él me odiaría cuando se lo dijera.

Salí de debajo de su brazo y me vestí, cargando mis zapatos por el pasillo hacia la habitación de Chris. Carly se sentó en la cama, y Chris estaba sacándose su camisa enfrente del armario.

— ¿Está todo bien, _____? —Preguntó Chris.

— Carly? —dije, indicándole que viniera al pasillo conmigo.

Ella asintió, mirándome con ojos cautos. — ¿Qué está pasando?

— Necesito que me lleves a Morgan ahora. No puedo esperar hasta mañana.

Un lado de su boca se levantó con una conocida sonrisa.— Nunca pudiste manejar las despedidas.

Chris y Carly me ayudaron con mis bolsos, y miré por la ventana del auto de Carly en mi viaje de vuelta a Morgan Hall. Cuando dejamos el último de mis bolsos en mi cuarto, Carly me agarró.

— Va a ser tan diferente el apartamento, ahora.

— Gracias por traerme a casa. El sol saldrá en unas pocas horas. Mejor vete —dije, apretando su agarre una vez antes de dejarla ir. Carly no miró hacia atrás cuando dejó mi cuarto, y yo mastiqué mi labio nerviosamente, sabiendo cuán enojada estaría cuando se diera cuenta de lo había hecho. Mi camiseta crujió cuando me la saqué por la cabeza, la estática en el aire se había intensificado con la llegada del invierno. Sintiéndome un poco perdida, me hice un ovillo debajo mi grueso edredón, e inhalé por la nariz; el perfume de Austin aún persistía en mi piel. La cama se sintió fría y desconocida, un agudo contraste con el calor del colchón de Austin. Había pasado treinta días en un pequeño apartamento con el mujeriego más infame del Eastern, y después de todas las discusiones y las suposiciones de última hora, era el único lugar en el que quería estar.

Las  llamadas empezaron a las ocho de la mañana, y después cada cinco minutos durante una hora.

— ¡_____! —Gruñó Khloe— ¡Contesta el estúpido teléfono!

Me estiré y lo apagué. No fue hasta que escuché los golpes en la puerta que me di cuenta que no me iban a dejar pasar el día escondida en mi cuarto como planeaba. Khloe tiró de la perilla. — ¿Qué?

Carly pasó a su lado, y se paró al lado de mi cama. — ¿Qué demonios está pasando? —Gritó. Sus ojos estaban rojos e hinchados, y todavía estaba en pijama.

Me senté. — ¿Qué, Carly?

— ¡Austin es un maldito desastre! No quiere hablar con nosotros, está destrozando el apartamento, arrojó el estéreo a través de la habitación… ¡Chris no puede hacerlo entrar en razón!

Me froté los ojos con las palmas de mis manos, y parpadeé. — No lo sé.

— ¡Mentira! Vas a decirme que demonios está pasando, ¡Y vas a decírmelo ahora!

Khloe tomó su bolso para la ducha y huyó. Cerró la puerta fuertemente detrás de ella, y yo fruncí el ceño, con miedo de que le diga a la consejera de residencias, o peor, al Decano de Estudiantes.

— Baja la voz, Carly, Jesús —susurré.

Ella apretó los dientes. — ¿Qué hiciste?

Supuse que él estaría enojado conmigo; no sabía que entraría en cólera. — Yo… no lo sé —tragué.

— Intentó golpear a Chris cuando se enteró que te ayudamos para que te fueras. ¡____! ¡Por favor dime! —Suplicó, sus ojos brillando— ¡Me estás asustando!

El miedo en sus ojos me obligó a decir sólo la verdad parcial. — Simplemente no pude decir adiós. Sabes qué difícil es para mí.

—Es algo más, ____. ¡Él está absolutamente loco! Lo escuché gritar tu nombre, y después recorrió todo el apartamento buscándote. Irrumpió en el cuarto de Chris, demandando saber dónde estabas. Entonces intentó llamarte. Una, y otra, y otra vez —suspiró— Su rostro estaba… Jesús, _____. Nunca lo había visto así. Arrancó las sabanas de la cama, y las arrojó, arrojó sus almohadas, destrozó el espejo con su puño, pateo su puerta… ¡rompiendo las bisagras! ¡Fue la cosa más aterradora que he visto en mi vida!

Cerré mis ojos, obligando a las lágrimas agrupadas en mis ojos correr por mis mejillas. Carly me empujó su celular. — Tienes que llamarlo. Por lo menos tienes que decirle que estás bien.

— Está bien, lo voy a llamar.

Me volvió a dar su teléfono. — No, vas a llamarlo ahora.

Tomé su teléfono en mi mano y toqué los botones, tratando de imaginar qué podría decirle. Ella lo arrebató de mi mano, marcó, y me lo pasó. Sostuve el teléfono en mi oído, y respiré hondo.

somos un bonito desastre... Austin Mahone y tuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora