Capitulo 96
El viaje hasta casa de su padre transcurrió en silencio. Sentía el coche
cargado de nervios, y me resultaba difícil sentarme sin moverme sobre los fríos
asientos de cuero. Cuando llegamos, Trenton y Jim salieron al porche con una gran
sonrisa. Austin sacó nuestro equipaje del coche y Jim le dio unas palmaditas en la
espalda.
—Me alegro de verte, hijo.
Su sonrisa se ensanchó cuando me miró.
—___ Ross, esperamos impacientes la cena de mañana. Ha pasado
mucho tiempo desde que…, bueno, ha pasado mucho tiempo.
Asentí y seguí a Austin al interior de la casa. Jim se puso las manos sobre su
prominente barriga y se rio.
—Os he puesto en la habitación de invitados, Aus. Supongo que no te
apetecerá demasiado pelearte con los gemelos en tu habitación.
Miré a Austin. Era doloroso ver sus dificultades para expresarse.
—__…, bueno…, se…, se quedará en la habitación de invitados, y yo me
iré a la mía.
Trenton puso una cara rara.
—¿Por qué? ¿No ha estado quedándose en tu apartamento?
—Últimamente no —precisó, en un intento desesperado por evitar decir la
verdad.
Jim y Trenton intercambiaron una mirada.
—Llevamos años usando la habitación de Thomas como trastero, así que iba
a dejarlo quedarse con tu habitación, pero supongo que puede dormir en el sofá
—dijo Jim, echando un vistazo a los cojines desgastados y descoloridos del salón.
—No te preocupes, Jim. Solo intentábamos ser respetuosos —le dije,
acariciándole el brazo.
Sus carcajadas resonaron por toda la casa, y me dio unas palmaditas en la
mano.
—Ya has conocido a mis hijos, ___. Deberías saber que es casi imposible
ofenderme.
Austin señaló las escaleras con la cabeza y lo seguí. Abrió una puerta y dejó
nuestras bolsas en el suelo, mientras miraba la cama y luego a mí.
La habitación estaba forrada con paneles marrones, y la moqueta marrón
estaba más desgastada de lo aconsejable. Las paredes eran de un blanco sucio, y
había algunos desconchones. Solo vi un cuadro en la pared: era una foto
enmarcada de Jim y la madre de Austin. El fondo era del color azul habitual en los
retratos de estudio; los dos llevaban el pelo cortado a capas, eran jóvenes y
sonreían a la cámara. Debían de habérsela hecho antes de que nacieran sus hijos,
porque ninguno de los dos parecía tener más de veinte años.
—Lo siento, Pidge. Dormiré en el suelo.