capitulo 99

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—¡Ay! —grité, justo antes de apartar la mano del fogón y chuparme la parte

quemada automáticamente.

—¿Estás bien, Pidge? —preguntó Austin, mientras apoyaba los pies en el

suelo y se ponía una camiseta.

—¡Mierda! ¡El suelo está jodidamente congelado!

Ahogué una risita mientras observaba cómo saltaba sobre un pie y el otro

hasta que las plantas se le aclimataron al frío de las baldosas.

Cuando el sol apenas había asomado por el horizonte, todos los Maddox

menos uno seguían durmiendo sonoramente en sus camas. Empujé la antigua

fuente metálica más adentro en el horno y cerré la puerta, justo antes de volverme

para enfriarme los dedos debajo del grifo.

—Puedes volver a la cama. Acabo de meter el pavo.

—¿Vienes conmigo? —me preguntó él, mientras se rodeaba con los brazos

para resguardarse del aire frío.

—Sí.

—Tú primero —dijo él, moviendo la mano hacia las escaleras.

Austin se quitó la camiseta mientras ambos metíamos las piernas bajo las

sábanas y nos cubríamos con la manta hasta el cuello. Me estrechó fuertemente

entre sus brazos mientras temblábamos, a la espera de que el calor de nuestros

cuerpos calentara el pequeño espacio que quedaba entre nuestra piel y las sábanas.

Sentí sus labios contra mi pelo, y su garganta se movió al hablar.

—Mira, Pigeon, está nevando.

Me volví hacia la ventana. Los copos blancos solo se veían a la luz de la

farola.

—Parece Navidad —dije, cuando por fin notaba que mi piel se calentaba

junto a la suya. Suspiró y me volví para mirarlo a la cara—. ¿Qué pasa?

—No estarás aquí en Navidad.

—Estoy aquí ahora.

Abrió la boca por un lado y se agachó para besarme los labios. Me aparté y

sacudí la cabeza.

—Aus…

Me abrazó con más fuerza y bajó la barbilla, con una mirada de

determinación en sus ojos avellana.

—Me quedan menos de veinticuatro horas contigo, Pidge. Te voy a besar,

de hecho, hoy te voy a besar mucho. Durante todo el día y cada vez que tenga la

oportunidad. Si quieres que pare, dímelo, pero, mientras no lo hagas, voy a

aprovechar cada segundo de mi último día contigo.

—Austin…

Lo pensé durante un momento y llegué a la conclusión de que no se

engañaba sobre lo que pasaría cuando me llevara de vuelta a casa. Había ido allí

para fingir, pero, por muy duro que fuera para ambos después, no quería decirle

que parase.

Cuando se dio cuenta de que estaba mirándole fijamente a los labios, volvió

a levantar una de las esquinas de la boca, y se inclinó para apretar su suave boca

contra la mía. Empezó de forma dulce e inocente, pero, en cuanto separó los labios,

acaricié su lengua con la mía. De inmediato, su cuerpo se tensó y empezó a respirar

hondo por la nariz, apretando su cuerpo contra mí. Dejé caer la rodilla a un lado y

él se puso encima de mí, sin apartar en ningún momento su boca de la mía.

No tardó nada en desvestirme y, cuando ya no había tejido alguno entre

nosotros, se agarró a las barras de hierro del cabecero con ambas manos y con un

movimiento rápido me penetró. Me mordí fuertemente el labio para ahogar el grito

que intentaba escapar de mi garganta. Austin gimió contra mi boca, y yo apreté los

pies contra el colchón para apoyarme y levantar las caderas junto con las suyas.

Con una mano en la barra de metal y la otra en mi nuca, me penetró una y

otra vez; sentí que me temblaban las piernas con sus movimientos firmes y

decididos. Su lengua buscó mi boca y sentí la vibración de sus profundos gemidos

contra mi pecho, mientras mantenía su promesa de hacer que nuestro último día

fuera memorable. Podría invertir mil años en intentar eliminar ese momento de mi

memoria y seguiría grabado a fuego en mi cabeza.

Había pasado una hora cuando abrí los ojos de par en par. Todos mis

nervios estaban centrados en las sacudidas de mis entrañas. Austin aguantaba la

respiración mientras entraba en mí una última vez. Me derrumbé sobre el colchón,

completamente exhausta. Austin respiraba agitadamente, sin poder hablar y

empapado en sudor.

Oí voces escaleras abajo y me tapé la boca, riéndome de nuestro mal

comportamiento. Austin se puso de lado para escrutar mi cara con sus tiernos ojos

verdes

somos un bonito desastre... Austin Mahone y tuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora