LA CHICA DE LOS DIBUJOS

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Había pasado seis días desde la última vez que vó a Clarke, aquella noche decidió que irse a casa era una buena opción. Y como era de esperar, los días siguientes apenas pudo caer completamente rendida en los brazos de Morfeo como le habría gustado. Tampoco salió de su apartamento, ni contestó a las llamadas de Raven y Britney que por tanta insistencia, acabó por apagar su teléfono móvil. Se había aislado porque sí, porque su cuerpo y mente lo necesitaba, porque quería de alguna forma no culpabilizarse de aquel accidente que mantenía hospitalizada a Clarke y acabar dándose cuenta que hundirse en la miseria era una gran pérdida de tiempo.

Miró su reloj de muñeca, aun eran las 8:01 A.M. y para ella, las agujas del reloj parecían que no avanzaban nunca, pues desde hace cuatro horas estaba despierta. Volvió su vista hacia el cielo que el gran ventanal de su apartamento le brindaba, tenía buenas vistas al vivir en un décimo cuarta planta. El sol esa mañana no brillaba, las grandes nubes grises se habían encargado de ocultarlo dejando que la lluvia cediera, se llevó la taza que su mano derecha sostenía a sus labios, saboreando el exquisito sabor de su habitual y humeante café, le encantaba ese sabor en su paladar y lo estaba disfrutando, pues sería el último café que se tomaría con esas vistas o eso quería pensar.

Sonó un trueno y con ello, apartó su vista posándola en las maletas hechas al lado del sofá.

-Es lo mejor para ella.-Pensó intentando convencerse, pero fracasando en el proceso. Esta vez esa frase no funcionaba, era insuficiente, porque sus ganas de volver a ver el hermoso cielo en sus ojos se transformó en una simple necesidad. Las palabras de Abby la habían pillado totalmente por sorpresa y por ello, se tomó la libertad de tomar la frustrada decisión de hacer sus maletas y no llegar a ser nuevamente una ilusión, pero Alycia había aprendido de los errores cometidos en un pasado. Irse sin ser ella la que se lo comunicara a Clarke, ya no era una opción y menos en el estado en el que estaba, eso sería otra cosa a la que añadir a la larga lista de cosas imperdonables.

La vió sin latidos y a las horas siguientes, se encontraba llorando en silencio al lado de su cama, hubo suspiros de alivio cuando miraba al cardiograma, el PI...PI...PI...no era un sueño, ni un espejismo, sus constantes eran reales y no una jugada malhecha de la vida y aquello abrió sus ojos haciendo que comprendiera que no tenía un mañana prometido, que somos instantes disfrazados de momentos que se transforman en recuerdos.

Negó con la cabeza, dejó su taza encima de la mesa situada frente al sofá, se quitó su chaqueta americana y arrastró sus maletas nuevamente a su dormitorio. Hizo caso a su corazón y no a lo que sería lo mejor para Clarke, decidió que no sería una ilusión y que egoístamente, lo mejor para Clarke era ella a su lado de una manera u otra.

Por otro lado en aquel lluvioso día, Abigail Griffin comenzaba a perder la paciencia. Eran casi las nueve y aún no había conseguido vestir a su nieta para llevarla al colegio. Los días anteriores Richard y Abby se hicieron cargo de cuidar a la pequeña que cada día que pasaba, las preguntas que realizaba respecto a su madre eran más frecuentes y la misma respuesta ''está enferma'' terminaba consiguiendo que Lexa estallara en llanto. Era una niña y engañar a los niños es algo muy sencillo, pero no evitar preguntas o afirmaciones cargadas de inocencia y pureza.

-Lexa por favor, vas a llegar tarde al colegio.-Le decía por cuarta vez a la pequeña que se había sentado en el suelo cruzada de brazos en la antigua habitación de Clarke.

-¡No quiero que me vistas tú, quiero a mi mamá!.- Chilló la niña con la voz quebrada.

-Pero cariño mamá está enferma, no puede hacerlo.-Con paciencia, Abigail terminó por sentarse a su lado pensando que en lo físico, no había heredado nada de su madre, pero en cabezonería, eran iguales.

QUÉDATE CONMIGO 2.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora