Capítulo 2

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Las cortinas fueron corridas, y el ruido chirriante que estas provocaron aturdieron mi tímpanos sin aviso.

— ¡Rox tienes instituto! — abrí los ojos al escuchar a mi padre, se encontraba frente a la ventana de mi habitación, después de haber abierto las dichosas cortinas.

— ¿Qué cojones haces en mi habitación? — dije adormilada, escondiendo por completo mi rostro en la almohada.

— ¡Tienes veinte minutos! — canturreó desapareciéndo por el umbral de la puerta.

¿Qué había peor que un despertador? Mi padre. Bueno, creo que en general cualquier sustantivo que sea definido por ese adjetivo únicamente puede referirse a Brad.

Los rayos de sol golpearon mi adormilado e hinchado rostro, y mis párpados pesados se cerraron de golpe. Gruñí, maldita forma de empezar el día.

Recogí mi cabello en una coleta alta. Fuí hasta el baño y lavé mi cara, se veía como la mierda. Me vestí con unos vaqueros oscuros, converses blancas y una chaqueta de cuero negra, con una camiseta básica del mismo color. No utilicé maquillaje, me incomodaban tantos polvos y brillitos, siempre me habían parecido algo estúpido.

Bajé a la cocina y, para mi sorpresa -que se note la ironía- allí estaba Brad. Como un ejemplar grano en el culo, seguramente suene exagerado, pero cabe explicar que yo nunca solía estar bajo el mismo techo que él, y si eso ocurría solía ser durante la noche, cuando el dormía y hablaba menos.

— Te he preparado el café, como a ti te gusta — cogí el vaso que me tendió y di un corto sorbo mientras me sentaba en una silla.

Miré confusa a mi padre, el cual metió la mano en su bolsillo e intentaba sacar algo.

— Toma — abrí los ojos atónita al ver de que se trataba. Las llaves de mi mustang, las cuales no dudé en arrancarle de las manos —. A esto me refería ayer, anoche trajo la grúa el coche.

No escuché nada más y salí corriendo hasta la puerta principal, para abrirla y encontrarme con mi pequeño, tan reluciente como siempre.

Me subí al asiento de piloto. Dios, extrañaba la sensación de tener la carretera a ras de las impotentes ruedas de este clásico. Miré por la ventanilla al escuchar unos golpes en el techo.

— ¿Sabes dónde queda el instituto? — preguntó mi padre dando toquecitos con el bastón.

— Sólo hay uno en este enano pueblo. No creo que me pierda, además, sino... daré un paseito — sonreí de lado, agarrando más fuerte el volante.

— Rox, directa al instituto — advirtió mi padre. Metí la llave e hice rugir el motor. Música para mis oídos.

Le volví a dedicar una sonrisa que no irradiaba demasiada confianza para dar marcha atrás al mustang y apretar el acelerador, recorriendo a toda velocidad la calle.

[...]

Ya estoy en el querido parking del campus. Claramente no era como lo pintan en las películas; todo verde, limpio, con las populares yendo de un lado para otro; estaba hecho escoria, sin embargo, no había esas niñas de papá, porque claramente estarían en un centro privado. En este, -centro público de educación- habían otra clase de chicas, las guarras con sus estereotipos superficiales; vestidas en sus escotadas vestimentas y con desfasado maquillaje. Y las que venían a clases a lo que se tenía que venir, a aprender; esas que eran conocidas por pasar horas en la biblioteca y que si me dejan aclarar, no son como las dichosas películas americanas. Una pena que yo no me encuentre en ningún grupito de esos.

Aparqué a mi pequeño lejos de la muchedumbre, colgué mi pequeña mochila a uno de mis hombros y salí del cómodo asiento de cuero. La brisa estaba cargada de diversas fragancias de perfumes, ¿esta gente no sabe que tanto la escasez como el exceso era malo?

Caminé por el campus, notaba como todas las curiosas miradas se posaban en mí. En otra ocasión, como en mis muchos antiguos institutos hubiera preguntado secamente "¿qué coño miraban?" pero recordé el porqué estábamos aquí, y sería mejor que hiciera por una vez caso a mi supremo, y acatara sus normas... al menos, la de no buscarme enemistades. Entré tras el gran portón de vidrio contemporáneo, al menos no todo era viejo y desaliñado en este punto alejado del mundo. Los pasillos estaban de gente hasta los topes, y no son los típicos pasillos que te hacen ver en los folletos, no. No había taquillas, solo largos y anchos pasillos, que tenían de fondo un gran ventanal. Recorrí el lugar con mi mirada, la cual intentaba que fuera ajena a todos los ojos espectantes a mi presencia.

"SECRETARÍA", perfecto. Me acerqué a dicha sala y tras tocar dos veces la pequeña ventanita, una mujer no muy mayor de ojos grisáceos y cabello rubio, apareció por ella con una amable sonrisa.

— ¿En qué le puedo ayudar, señorita?

— Emm... soy nueva, quería el horario de las clases de último año — dije más borde de lo que pretendía ser. Me salía de forma automática y me resultaba complicado controlarme. No podía evitarlo. Igualmente ella siguió sonriente y se giró, para más tarde tenderme un folio con el horario y las optativas que mi padre había rellenado en mi matrícula.

— Sea bienvenida señorita Willson — y eso me pareció jodidamente raro. Los ojos de esa mujer me miraron extrañamente sorprendida y emocionada, a la vez que pronunciaba sus palabras. Intente imitar una mueca de sonrisa, para alejarme de donde me encontraba e ir al aula 48B.

Aunque aún no había tocado el timbre, ya había varias personas en clase, las cuales no me detuve a observar.

Cogí el último asiento, pegado junto a la ventana. Dejé caer la mochila sobre el pupitre y me senté desganada. Creo que este era el quinto centro educativo que pisaba y por lo que había visto iban empeorando, desde luego este ganaba a todos por goleada.

— ¿Eres la nueva? — una chillona voz hizo arder mis oídos. Esa maldita voz me puso de mala leche y levanté mi mirada como si fuera un calibre del cincuenta. En frente de mi pupitre se había situado una pelirroja, de ojos marrones y con una odiosa sonrisa, tenía los codos apoyados en lo que era mi espacio vital. ¿Qué confianzas son estas joder? ¿Acaso todos en este pueblo tienen un problema psicótico?

— Se puede decir que sí — contesté sin un ápice de emoción en mi voz, sí, esta vez fui totalmente consciente de mi sequedad; si mi anterior psicólogo se encontrara aquí no dudaría en afirmarlo.

— ¡Me encantan tus ojos! Soy Sky — siguió chillando y no dudé en hacer una mueca de dolor por mis pobres tímpanos. Ella me tendió la mano, la cual por cortesía acepté para luego con disimulo limpiarla contra mi pantalón.

— Mmm gracias, tú pelo no está nada mal — intenté ser simpática, sintiéndome demasiado amable por hoy.

El timbre sonó, Sky me sonrió más ampliamente y se alejó a su asiento. Espero que no se haya creído el halago y se lo tomara como una señal para entablar una amistad conmigo; algo imposible. La clase se llenó de personas poco a poco, y el barullo iba aumentando, acompañados de murmullos de los que estaba harta. Iban a provocar que mi cabeza terminara por explotar. ¿Realmente me encontraba en un instituto o sin querer me he metido en un zoológico?

— Estás en mi sitio — una ronca voz demandó frente a mis narices. Mis ojos seguían perdidos en algún punto de la vistas que la ventana me proporcionaba cuando decidí ladear mi mirada para encontrármelo; rubio de bote, ojos azules, tes pálida, alto... En definitiva, una mala reproducción de Ken.

Reckless - nh au #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora