Mía

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Bastó un parpadeo para hacerla mía,

Había fuego en su alma todavía;

La atravesé de norte a sur con mis pisadas,

Lo hice por dentro, sin siquiera tocarla.


No saben, amigos míos, lo que había escondido

En su espíritu tibio: un desierto sagrado

Cultivado de lirios, cultivado de anturios,

De preludios de amor y cosechas de trigo.


Abundaban las aves, y racimos de besos,

Abundaban los rezos, abundaban los vinos,

Era un mar de caricias y un oasis de alivios;

Y los mágicos goces, también eran racimos.


La habité sin dudarlo, sin temer que desquicio

Por saberla tan mía, hilvanada a mi juicio;

Por cubrirla de mieles que desprenden suspiros

Para atarla conmigo.

Hilos de vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora