Capítulo 44: Cuando una puerta se abre

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Antes de llegar a casa de sus abuelos para seguir con las investigaciones, Nico había quedado con Estela para recoger la cartulina. Apenas hablaron y se marchó rápidamente de allí. Por una parte, sabía que si se entretenía intentaría volverle a preguntar y ella no le diría nada, como siempre. Por otro, tenía que aprovechar el mayor tiempo posible en descubrir cómo arreglar lo que había sucedido. Tras dársela, él retomó su camino hacia la casa de sus abuelos, mientras que ella, tras un largo suspiro, se dirigió a la casa de Izan donde había quedado con Amanda para comprar ropa para la famosa cena que tendrían que impedir como fuese.

Si algo tenía claro Nico, aparte de que aún no sabían cómo resolver su situación, era que al menos tenían una pista importante. Izan había descubierto unos días atrás que Casandra siempre quiso que ellos se dieran cuenta que sabía todo lo ocurrido. Aquella información era importante y necesario para resolver aquel fatídico rompecabezas que les traía por el camino de la amargura.

Cuando llegó al portal de la casa de sus abuelos, por inercia metió las manos en los bolsillos con la intención de sacar las llaves, sin embargo, como era de esperar, no se encontraban allí. Suspiró levemente antes de llamar al portero.

Esta vez Izan había decidido no hacer porte. A pesar de ser la comida favorita de Nico, sabía que la anterior vez no se lo había tomado muy bien, así que había optado por no cocinar nada. Al entrar en casa de sus abuelos, Nico decidió ocultar la pequeña desilusión interna que produjo saber que aquella vez no había sido recibido con un plato de tortitas. Rápidamente borró ese pensamiento de su mente y se concentró en lo importante: el motivo por el que se encontraba allí.

―Traigo la cartulina ―dijo a modo de saludo adentrándose por el pasillo.

―Ya, me había dado cuenta ―murmuró con un pequeño toque de sarcasmo en la voz.

―¿Cómo dices? ―Preguntó Nico sin dirigirle la mirada mientras abría la puerta de su habitación y entraba en ella.

―Nada ―susurró Izan entrando después.

Un pequeño silencio se apoderó en la habitación haciendo que ninguno lo rompieran.

―¿Y bien? ―Nico interrumpió el silencio abriendo la cartulina haciendo que Izan se acercase también a la cama en la que lo había colocado.

―Deberíamos añadir lo de Casandra ―sentenció Izan acercándose a lugar donde había aprendido que se encontraban los rotuladores y lápices. Sacó los estuches que la anterior vez había sacado Nico y los colocó en la misma cama.

―Sí, tienes razón ―afirmó Nico, a pesar de saber que sería lo primero que harían.

Tras añadir aquel dato, que, teniendo en cuenta los pocos que habían obtenido hasta el momento, era importante, se quedaron contemplando la cartulina sin decir nada, cada uno concentrado en sus pensamientos hasta que Nico volvió a ser quien interrumpió el silencio.

―Por cierto, Izan. ¿Me dejas mi móvil?

―¿Eh? Ah, sí ―dijo este sacándolo del bolsillo del pantalón para dárselo.

―Gracias ―murmuró mientras empezaba a echar un vistazo al contenido de su móvil.

Al cabo de unos minutos, se tensó mirando fijamente el teléfono para después fulminar con la mirada a Izan.

―¿Qué es esto? ―Preguntó Nico encarándose a Izan mostrándole el móvil.

―Nico, déjame que te lo explique...

―Pues ya estás tardando. ¿Qué hace en mi móvil un mensaje de Félix? ¿De qué vas? ¿No tienes suficiente jodiéndome durante más de dos años, y ahora esto? ¿Qué tienes contra mí? ¿Odio, asco, qué? ¿Qué te he hecho, Izan?

―Si me dejas hablar... ―susurró cabizbajo.

―¿Para qué? Te aprovechas de la situación para meterte donde no te llaman. ¿Qué es eso de que se alegra de haber arreglado las cosas? ¡Deja de meterte en mi vida, joder! ―Exclamó con los ojos llorosos a punto de que lágrimas le cubrieran el rostro.

―Ni...Nico... ―Intentó abrazarlo pero este le apartó.

―Ni se te ocurra abrazarme, ¡hipócrita! ―Gritó.

―Pensé que podría ayudarte... ―sollozó Izan.

―¡No puedes ayudarme! ¡Y no te creo! Es tu plan de joderme la vida ―cogió bruscamente la chaqueta que había traído sin dejar de fulminarle con la mirada.

―Escúchame, Nico. Solo creía que podía ayudarte... ―musitó.

―¡Y un cuerno! No me vengas de samaritano, por qué no...

―Lo siento...

―¡No te creo! ―Gritó con furia.

Nico salió de la habitación llevando consigo el enojo mientras Izan le seguía rápidamente intentando hablarle.

La discusión continúo en el salón, sin embargo, el ruido de unas llaves en la puerta de la entrada hizo que ambos se callaran de repente mientras sus rostros palidecían instantáneamente.

Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora