Capítulo 76: Compro

609 106 33
                                    

Si algo había tenido claro Nico durante sus diecisiete años de vida, o al menos desde que tenía uso de razón, era que el fin nunca justificaba los medios, fueran cuales fuesen los motivos que habían llevado a cometer la acción. También, siempre había tenido claro que para él no era factible aquel dicho que decía: ojo por ojo, diente por diente. Si alguien le hacía algo, o lo solucionaba o daba por terminada su relación con aquella persona como le ocurrió con Félix. Pero no solo esos pensamientos los tenía claros en su vida, había muchos otros, como los que implicaban el perdón. Sabía que la vida no era en blanco o negro, que los grises también existían, por eso sabía que las cosas no eran tan fáciles como decidir no perdonar a alguien que te había hecho daño, o hacer como si nada hubiera pasado. Para él las personas no eran patrones matemáticos en los que solo hay una solución irrefutable o cuyo resultado es inválido si su índice de fiabilidad es bajo. No. Para él las personas eran eso mismo, personas, y por eso siempre había pensado que detrás del comportamiento de Izan con él, se ocultaba algo.

En realidad una parte de él le había dicho siempre que había sido el cambio de instituto el que había provocado su distanciamiento, pero no por el cambio en sí, sino por el miedo de que alguien pudiera juzgar su relación. En su anterior colegio había sido todo más sencillo, se habían conocido con seis años, así que para nadie había resultado extraño verles juntos siempre, a pesar de que nadie supiera que con el tiempo se habían convertido en novios, y no solo en amigos. Pero ese no era el caso. Izan no había tenido miedo por lo que pudieran decir en su nuevo instituto personas que no conocían. Lo que había atemorizado durante aquellos años a Izan era que a Nico le separasen de sus abuelos.

La mente de Nico estaba hecha un lío. Por una parte, sentía alivio de que Izan no se hubiera avergonzado de su relación, ni de ser quien era; pero por el otro, sabía que no dejaba de estar mal lo que había hecho. Nunca le dijo la verdad y le había hecho sufrir. Perdonar o no perdonar, esa era la cuestión que nublaba la mente de Nico mientras comía mini galletas rellenas de virutas de chocolate a más de la tres de la mañana, abrazado a uno de los diarios de Izan.

Miedo, miedo era lo que había sentido una de las personas más importantes de su vida. Pero también, como pudo comprobar leyendo los siguientes diarios, Izan sentía odio. Odio. Izan sentía odio, pero no a su propia familia, sino a sí mismo. Aquello hacía que la balanza entre perdonar o no, favoreciese la primera opción. Páginas en blanco repletas de palabras llenas de odio y de asco. Pensamientos acumulados durante dos años, guardados bajo llave para que nadie supiera lo que albergaba en realidad en su interior. Para cualquier otra persona, aquello podía significar que se estaba autocompadeciendo, haciéndose la víctima, que se merecía todo aquel sufrimiento por lo que había hecho, pero para Nico, no. Nicolás conocía demasiado a Izan y por fin podía identificar lo que había sucedido en aquellos años. Aunque quisiera, no podía odiarlo, igual que no lo había hecho en los últimos años. A veces no todo se reduce a víctima y verdugo, a veces la gente puede convertirse en su propio verdugo o en su propia víctima, y parecía que eso era lo que había hecho Izan durante aquel tiempo.

Aquel niño inocente con el que había descubierto la amistad y el amor, se había evaporado. Había cambiado las dulces palabras por insultos, las miradas cómplices por frías. Y su transformación física, había acompañado a su actitud de forma directamente proporcional. Lejos quedaba la ropa que tanto adoraba, sus pelos alborotados o su suave aroma. El problema no era el cambio, al fin y al cabo es algo natural y a lo largo de la vida las personas cambian. No, el problema era el motivo que lo había ocasionado: el odio que Izan se tenía.

El chico que comenzaba a entrar en su adolescencia había dado un cambio drástico en su vida tomando la nefasta decisión de transformarse en todo aquello que siempre había odiado. Cuánto más cambios físicos se hiciera, con mayor alivio podría verse en el espejo sin reconocer al que era antes. Parecía egoísta, se lo había dicho en muchas ocasiones a sí mismo, y otras había anotado en sus diarios. Pero aunque él no lo supiera, en realidad, no lo era.

Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora