Capítulo 75: Decisiones que lo cambian todo

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Regresar a casa de los abuelos de Nico, no fue fácil para Izan, pero era algo que sabía que tenía que hacer si no quería preocupar a aquella familia. Contradictorio porque al mismo tiempo no quería ver a nadie salvo a Estela, y mucho menos a Braulio, pero no tenía más remedio.

Lo primero que recibió al llegar, fue a Braulio sentado en el sofá de la casa, con los brazos cruzados y la luz apagada. Carmela y Nicolás se encontraban durmiendo. Izan pasó por el salón sin decir palabra alguna a pesar de haber visto la silueta del hermano de Nico. También pudo escuchar sus pasos tras él a una distancia prudente, aunque si quería hablar con él, podría seguir esperando sentado donde estaba, ya que tardaría mucho en hacerlo, como pensó.

―Nico... ―murmuró al entrar a la habitación pocos minutos después.

Como bien imaginaba el mayor de los hermanos, la respuesta a su susurro fue nula, sin embargo, no quería quedarse sin intentarlo y decidió persistir al menos varias veces más, con el mismo éxito que antes, hasta que al final se rindió, al menos por aquella noche.

Izan se tumbó en la cama a sabiendas de que el sueño probablemente no le sucumbiría aquella noche, pero le daba igual. A pesar de que Braulio no había vuelto a pronunciar palabra alguna, eso no evitaba la intranquilidad que le recorría internamente. Se tapó y destapó varias veces con las sábanas. El calor ya empezaba a asomar las últimas semanas, y, junto con el agobio, hacían que estas desprendieran más aún. Era curioso, al principio, cuando todo comenzó, el frío le había invadido el cuerpo en aquella casa hasta helarle los huesos, y sin embargo, en aquel momento sentía todo lo contrario.

Eran demasiadas cosas en las que pensar que incrementaban su inquietud por momentos. La maldita cena y que esta saliera bien, lo que Braulio le había dicho, y lo que más le estaba atormentando: el sentimiento de culpa persistente. El hecho de haber mantenido aquella conversación con Braulio, no había hecho que desapareciera, sino más bien todo lo contrario, esta se había acrecentado. No podía echar la culpa de todo al hermano de Nico por mucho que quisiera. Que no fuese el único culpable tampoco hacía que la suya desapareciera. Braulio, su hermana, sus padres, Casandra, Estela, Cecilia, él... Todos, de una forma u otra, habían contribuido en mayor o menor medida, y él era el mayor culpable, según se repetía constantemente. La confesión de Braulio no alteraba nada a lo acontecido años atrás, simplemente las cosas como sucedieron cambiaban de contexto, pero las acciones seguían siendo las mismas, o incluso las hacían peores, según lo mirase.

Sabía que iba a suceder, le era inevitable no acordarse de aquel momento en el que sus padres echaron de casa a Nico de aquella vulgar manera impropia de ellos. Lo había plasmado en su diario, lo había hablado con Estela, pero nunca sonaba de la misma manera que el recuerdo instalado dentro de su mente, que le taladraba de forma incesante.

Su madre había echado de forma drástica a Nico de allí, dejando a Izan mirando anonadado a su familia sin comprender qué estaba ocurriendo. ¿Era porque les habían visto besarse? Inconscientemente se llevó la mano a sus labios. ¿Por qué había entrado Amanda de aquella manera a la habitación? Siempre llamaba. La angustia quería apoderarse de él, quería gritar a los allí presentes todo lo que por su mente pasaba, pero tuvo que controlarse cuando su madre comenzó a hablarle de forma directa y con la mirada severa.

―Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? ¿Por qué te haces esto? No está bien...

Las lágrimas caían de forma incesante por las mejillas de Izan, mientras miraba a su madre quien seguía hablando.

―¿En qué hemos fallado de tu educación? Te hemos dado de todo y más... Siempre al pie del cañón para que a ti ni a tu hermana os faltase de nada ―se llevó las manos a la cabeza―. ¿Pero cómo ha podido, Ángel? ―Esta vez se dirigió a su marido quien negaba con la cabeza.

Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora