Capítulo 3: ¿Quién soy?

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El despertador invadió el sueño de Izan haciendo que tuviera que abrir los ojos para dar comienzo a un nuevo día. Estirazó una mano para apagarlo y tuvo que moverse más de lo normal para dar con él ya que había vuelto a cerrar los ojos mientras se espabilaba del sueño que aún perduraba en su interior.

Se estirazó vagamente para después frotarse los ojos con intensidad. Encendió la luz de la lamparita aún medio adormilado sin darse cuenta de que algo extraño estaba pasando alrededor. Se acurrucó de nuevo bajo la colcha haciéndose un ovillo de lana, parecía que hiciese más frío de lo normal y no deseaba salir de la cama. Sin embargo seguía notando el frío a pesar de estar bajo la colcha intencionadamente. En ese momento fue cuando se dio cuenta de que algo no cuadraba. Palpó con el pie las sábanas sobre las que reposaba y sintió que la piel de su cuerpo se erizaba por momentos, no por sentir algo agradable sino todo lo contrario. Un frío interior más potente que el externo se apoderó de su ser haciéndole incorporar sentándose en la cama sobresaltado. Acababa de escuchar una especie de ronquido que había hecho que su mente se petrificase por momentos.

Se volvió a frotar los ojos al sentir que probablemente habían sido invadidos por legañas y estaban esperando a ser limpiados para ver con claridad, sin embargo nada que ver, la realidad era muy diferente. Seguía viendo un poco borroso pese a que la luz de la lamparita estaba encendida. Miró sobre la mesita hallando unas gafas que no le pertenecían, era algo que nunca había utilizado. Como si una fuerza interior le hubiera impulsado, las cogió rápidamente y se las puso sobre los ojos, haciendo que curiosamente dejase de ver de forma borrosa. Sin embargo en cuanto se las puso deseó no haberlo hecho, sintió que era mejor ver borroso que ver aquel lugar lúgubre y sin sentido alguno para él. Era imposible lo que estaba viendo ante sí.

Otro ronquido le sobresaltó y decidió al fin mirar de donde provenía, su habitación siempre había tenido una cama, nunca la había compartido con su hermana; sin embargo allí se encontraba otra cama más. Pero no, aquello no podía ser su cuarto, de eso estaba seguro, aquello era una broma de mal gusto, probablemente una pesadilla. Basándose en los tópicos de las películas lo primero que hizo fue pellizcarse con fuerza en el brazo haciendo que él mismo se sobresaltase por haber hecho eso. Sintió que aquellos no eran sus brazos ni las manos ejecutoras del pellizco eran suyas. Solo deseaba despertar de la maldita pesadilla, pero sin éxito alguno. En la otra cama se encontraba un bulto alto y algo robusto, al menos eso pudo intuir. ¿Quién había allí? O peor, ¿dónde estaba y quién era?

Definitivamente no se trataban de sus brazos ni sus manos, tampoco de sus sábanas de franela o su colcha bordada a mano por un famoso diseñador que le habían acompañado durante varios años de su vida

El bulto de la cama de al lado tardó poco en despertarse y cuando le vio esbozó una sonrisa la cual decidió fingir devolver a pesar de todo.

El hermano de Nico se encontraba en la otra cama algo que sin duda se escapaba a toda lógica. Miró nuevamente la habitación y un nuevo escalofrío se apoderó de su interior, externo al frío que allí hacía. Aquella no era su habitación, ni él era Izan, porque si fuera él, Braulio no le hubiera saludado con normalidad después de tanto tiempo.

―¿Pasa algo, Nico? ―Preguntó su hermano haciendo que Izan se encogiera de hombros, pese a que su mente le decía que él no parecía ser Izan, él sabía quién era y desde luego no era Nico ―¿Otra pesadilla? ―Inquirió mirándole fijamente.

Izan decidió asentir mientras intentaba averiguar qué era lo que estaba pasando. ¿Cómo decir que él era Izan si le estaban llamando por otro nombre en una casa que no era la suya? Tampoco era la casa de Nico, eso lo tenía claro, así que dedujo con facilidad que se trataba de la casa de sus abuelos. ¿Pero qué hacía en la casa de los abuelos de Nico? No tenía ni pies ni cabeza. Ni pies ni cabeza, aquellas palabras le hicieron mirarse a sí mismo al menos en todo lo que su vista podía alcanzar: toda la parte delantera de su cuerpo contando a partir de sus hombros. Nada de aquello le pertenecía y sin embargo sabía perfectamente de quién era aquel cuerpo: de Nico.

Seguía pensando que a pesar del pellizco que se había propiciado a sí mismo debería de tratarse de un sueño, una pesadilla más bien. Por un instante pensó que si se trataba de un sueño podía hacer lo que quisiera sin tener consecuencia alguna y una sonrisa se iluminó en su cara, pero pronto se borró. No, no podía ser un sueño, pero tampoco podía ser realidad, el miedo empezaba apoderarse de él cuando su estómago emitió un rugido en señal de hambre. Si algo tenía Izan cuando el miedo o los nervios le acechaban era hambre.

―Anoche comiste poco ―dijo su hermano postizo al escuchar rugir aquel estómago. Braulio se levantó de la cama y se dirigió a la puerta de la habitación―. Como veo que no te mueves me iré yo a la ducha primero.

Izan reaccionó, una ducha quizá sería lo mejor que le vendría para aclarar su mente. Quizá también mirarse en un espejo aunque fuera para reafirmar lo que ya había comprobado no le vendría mal. Mientras su mente seguía dando vueltas ante todo aquello Braulio volvió a entrar por la puerta con una toalla en su cintura.

―Ya tienes el baño libre ―dijo con una sonrisa haciéndole levantarse para buscar el cuarto de baño.

No fue difícil encontrar el cuarto de baño como había imaginado, la casa era bastante pequeña y la puerta de este se encontraba entornada, así que se adentró rápidamente en él encendiendo la luz. Cerró la puerta con el pestillo y se sentó en el suelo apoyándose en la madera desgastada de la puerta. No pudo evitar que unas lágrimas se escapasen de su rostro sin entender que estaba sucediendo allí. Pese a saber a quién pertenecía aquel cuerpo temía mirarse en el espejo. Izan no creía en magias ni en nada que tuviera que ver con la ciencia ficción, no creía en nada que no se pudiera corroborar y aquello se escapaba a toda lógica que conocía. Nada tenía que ver con ser un simple adolescente de diecisiete años, sabía perfectamente que si hubiera tenido cuarenta años reaccionaría igual. Cualquier persona en su lugar no entendería nada, esas cosas podían verse en películas pero no en la vida real.

Mientras las lágrimas cubrían su rostro su mente revoloteó a la noche anterior cuando se tomó la última pastilla y se acostó esperanzado al nuevo cambio que se produciría en él. ¡Ja, menudo cambio!, pensó con ironía aquel joven desesperado por entender que había sucedido. Aquello no podía ser posible, aquellas pastillas no podían tener ese efecto, era la vida real y debía de tener una explicación lógica aunque él la desconociera.

Unos golpes en la puerta le sobresaltaron haciendo que se pusiera en pie de pronto. Desde el otro lado de la puerta escuchó la voz de Braulio.

―Nico, no escucho el agua de la ducha, vas a llegar tarde a clase ―le regañó―. Yo me voy a trabajar, no tardes ―escuchó como sus zapatillas resonaban sobre el viejo suelo de aquella casa mientras se alejaba por el pasillo.

Resopló y se acercó al espejo que reposaba por encima de un lavabo antiguo y algo deteriorado por el paso del tiempo, sin embargo el espejo parecía algo más moderno, sin dejar de ser antiguo, quizá era lo más moderno que había visto por el momento en aquella casa. Se miró fijamente al espejo y Nico le devolvió la misma seria mirada. Sintió un nudo en el estómago y una sudor fría recorrió su frente sintiendo que empezaba a marearse. De pronto sintió como un sabor amargo se apoderaba de su garganta subiendo hacia su boca a grandes zancadas haciéndole vomitar de pronto en aquel viejo lavabo. Cuando sintió que ya no quedaba nada más en su interior, se enjuago la boca durante un largo rato utilizando un pegote del tubo de pasta de dientes que encontró. No tenía allí un cepillo de dientes suyo para utilizarlo. Miró de reojo la bañera y cerró los ojos. ¿De verdad tenía que desnudarse para tomar aquella ducha? ¿Tendría que ver aquel cuerpo que no era el suyo? Definitivamente no todo lo había expulsado por su boca porque de pronto otro sabor ácido se apoderó de él haciendo que lo vomitase al instante. ¿Qué había hecho para merecerse aquello? Hizo de tripas corazón y desnudó aquel cuerpo sin mirarse al espejo. Después se metió en la ducha y se dispuso a darse una ducha rápida, al menos más rápida de las que él solía darse en su casa. Sin embargo al parecer también sería lenta, eso, o la familia de Nico tenía poco agua caliente pues al rato el agua frío empezó a invadir aquella piel que no le pertenecía. En aquel momento entendía como Braulio había terminado tan rápido. Izan cogió la toalla que vio más a mano y se secó. Fuera como fuese tendría que averiguar qué estaba pasando y si él se encontraba en el cuerpo de Nico lo más lógico sería que este se encontrara en el suyo. La única forma de comprobarlo sería ir a clase.

Quiero ser tú para enamorarme de alguien como yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora